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José Manuel Valenzuela Arce

Consumo y narcocultura

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    02 de enero de 2007

    Los corridos son mucho más que apologías del narcomundo. La comprensión de los códigos de la narcocultura presente en los corridos es incomprensible sin el reconocimiento de su amplia presencia social.

    Una vez que el narcotráfico demostró que podía vivir fuera del closet, desplegó sus marcas de distinción en los ámbitos públicos. El narcotráfico conlleva vidas difíciles, pero de compensaciones rápidas y fastuosas. El riesgo obliga a exhibir los trofeos, el estatus adquirido, la capacidad de consumo que les aleja de esos pobres que a veces les recuerdan sus propias biografías.

    Las sociedades contemporáneas realizan una ostentación delirante del consumo como parámetro de éxito y realización. Los valores se desvanecen frente al poder asociado a la adquisición de bienes materiales, sin importar la forma o los recursos mediante los cuales se obtienen.

    Para los narcotraficantes no basta poseer los recursos, es importante hacerlos visibles, pues ese es el camino que redime y justifica los riesgos. Por ello, el narco se rodea de atributos que dan cuenta de su "éxito social", como son joyas, carros, aviones, ropa, casas-castillos o mujeres-trofeo.

    Como una estampa de El Zarco, la novela de Ignacio Manuel Altamirano, donde se describe a "Los Plateados", bandoleros del siglo XIX que se les reconocía por sus grandes adornos de plata que rendían culto a su capacidad económica, los nuevos plateados o dorados también ostentan evidencias de su solvencia económica. Las joyas, las trocas arregladas, los carros o la ropa lujosa y a la moda se exhiben en los bulevares como si se tratara de una gran pasarela urbana.

    En "Mi último contrabando", Los Razos sintetizan la simbología del narco, construyendo un testamento que presenta, acrisolados, sus marcos éticos y morales, así como sus objetos y figuras entrañables:

    "Quiero cuando muera/ escuchen ustedes/ ´Así es mi gusto´ y ´Ni modo´/ mi caja más fina/ y yo bien vestido/ y con mis alhajas de oro/ mi mano derecha un cuerno de chivo/ en la otra un kilo de polvo/ Mi buena texana/ y botas de avestruz/ y mi cinturón piteado/ todo bien vaquero/ y con gran alipuz/ un chaleco de venado/ para que San Pedro/ le diga a San Juan/ -Ahí viene un ´toro pesado´.. Adornen mi tumba entera/ con goma y ramas de mota/ y quiero, si se pudiera/ que me entierren con mi troca/ para que vean que la tierra/ no se tragó cualquier cosa...".

    Acorde con los tiempos que vivimos, el colombiano Miguel Caballero vende prendas de vestir blindadas, las cuales ya forman parte del guardarropa de hombres y mujeres de casi una docena de países y las ventas crecen de forma importante. La ropa se integra como parte de los dispositivos referidos al blindaje personal. Ropa blindada, que ilustra la conjunción de la inseguridad y la moda, el temor y el consumo, el miedo y el deseo.

    Mientras llega la muerte, la narcocultura sigue impulsando el consumo, la posesión, la condición hedonista, la degradación del tejido social. Los narcotraficantes llevan a sus últimas consecuencias la condición básica del neoliberalismo, cumplen de manera cabal la lógica del mercado, y con bajos costos, acaso porque reciben la protección, el amparo y las bendiciones de "la mano invisible".

    Los corridos denotan la capacidad de consumo de los narcotraficantes y una gran cantidad de elementos ajenos para al ciudadano común, como son llaves de oro en los baños, o alfombras tejidas con hilo de oro, casas-palacio levantadas de la noche a la mañana, flotas de aviones y carros para uso personal, fiestas de derroche con artistas, políticos y figuras deportivas de moda, desplantes generosos como lanzar billetes desde un helicóptero, la construcción de escuelas o la intención declarada de pagar la deuda externa del país, como hizo Rafael Caro Quintero.

    El capitalismo se ha despojado de elementos incómodos que aluden a justicia social, políticas asistenciales y ética del trabajo. El poder del dinero se impuso sobre criterios fundamentales de convivencia, mientras que la acumulación apoyada desde el poder público amplió la desigualdad social y la pobreza. Al mismo tiempo, crecieron poderes alternos que, como el narcotráfico, expresan potenciadas lo que parecen ser máximas morales de la sociedad contemporánea que incluyen indolencia, poder, impunidad, corrupción, muerte, dolor y miedo. El crecimiento del narcotráfico juega con las leyes del mercado y muestra las limitaciones éticas y morales de la sociedad, pues su crecimiento no se encuentra ajeno al sistema legitimado ni a sus poderes económicos, políticos y financieros.

    La necesidad delirante de consumir encuentra en el narco a una de sus figuras paradigmáticas. El narco recurre a su enorme capacidad económica como eje del despliegue de su impunidad y su capacidad corruptora. Estos son los elementos que definen la fuerza del narco y la propalación incontrolable de su condición criminal y mortuoria que seguirá ampliando el recuento de personas victimadas. Algunas de ellas consternarán a la sociedad, como ocurre con personajes de la farándula al estilo de Chalino Sánchez, o El Vale Elizalde, pero la gran mayoría de las víctimas son personas que no logran conmover a una sociedad rebasada en su capacidad de asombro.

    Doctor en Sociología por el Colegio de la Frontera Norte



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