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EDITORIAL DE EL UNIVERSAL

ETA, vuelta a la violencia

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    01 de enero de 2007

    El estruendo de una bomba en la nueva terminal aérea de Barajas, en Madrid, es un recordatorio de lo complejo que resulta desactivar a los movimientos armados que hacen de la violencia una prolongada forma de vida, y del dolor y el sinsentido que causan los actos terroristas, como el que ha llevado a la inmediata suspensión del diálogo político con el gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero para dar una salida civilizada a las demandas de los separatistas vascos.

    Desde 1968, los terroristas de ETA han causado casi 900 muertes en lo que llaman su lucha por la independencia del País Vasco. El repudio al reiterado uso de la violencia se ha extendido desde el territorio mismo que dicen querer liberar del yugo español, hasta todos los confines de un reino que ha aprendido a vivir en democracia y por esa vía procesar los respetables nacionalismos regionales.

    Así ha sido con todos menos con los recalcitrantes de la ETA, que con esta explosión volaron una vez más la posibilidad de una escapatoria negociada a sus cuatro décadas de marginalidad.

    Después de nueve meses de tregua, era remota la posibilidad de un atentado como el ocurrido el sábado, y las autoridades fueron sorprendidas con la guardia baja, después de la tensión en Barajas por la suspensión de vuelos de Air Madrid. Rodríguez Zapatero, al anunciar la suspensión de todo contacto, proyectaba una frustración y un enojo conmensurables a la apuesta política y personal que había hecho para dejar atrás, durante su presidencia, el terrorismo que ha flagelado a España.

    En México y en otras naciones, quienes protestan cuando las autoridades facilitan la extradición de etarras deben compensar sus demandas con la condena por las acciones ciegas que, al menos en este caso, pretendieron hacer más ruido que causar víctimas, porque los terroristas se tomaron la molestia de avisar por teléfono de la inminencia de la explosión.

    Pobre consuelo para las familias de los dos ecuatorianos que presumiblemente fallecieron lejos de su casa, en un país al que habían inmigrado en busca de una vida mejor y paradójicamente encontraron la muerte, igual que la veintena de mexicanos que en 2001 perdieron la vida en otro atentado terrorista, ése en las torres gemelas de Nueva York.

    Inmigración y terrorismo son dos asuntos que, se anuncia, seguirán siendo foco de atención en estos albores del siglo XXI. Hace no mucho, los que emigraban eran los españoles sin trabajo o los refugiados de una cruenta guerra civil.

    Salvo la herida abierta de la ETA, España hoy es ejemplo de prosperidad y civilidad. Esperemos que en el año 2007 que comienza sus ciudadanos logren evitar que sus vidas sean alteradas por la intolerancia y el salvajismo.

    La ETA, por su parte, debe ser capaz de entender lo obvio: el terrorismo no le ha ayudado a avanzar hacia sus metas políticas; al contrario, la ha exhibido como una banda criminal cuya existencia es deplorada por la mayoría de quienes estamos convencidos de que la negociación y no la violencia en el País Vasco, como en todo el mundo, es el único camino aceptable.



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