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Ricardo Raphael

Entre radicales te veas

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    08 de diciembre de 2006

    Irresponsabilidad es la palabra más precisa para describir la realidad en estos días. Nadie parece saber realmente lo que en México se está poniendo en juego, y sin embargo, son demasiados quienes actúan como si las consecuencias no existieran.

    La sensatez ya salió de vacaciones; mientras los vencedores de la pasada elección se sienten con todo el derecho para imponer la ley y el orden, los perdedores asumen legitimidad plena para desafiar cualquier acción que provenga de las instituciones del Estado. Ambos están sinceramente convencidos de sus creencias y también absolutamente impedidos para percibir las del contrario.

    Para describir nuestra vida pública bien sirve en estos días la recién recuperada metáfora de Babel: México se nos está convirtiendo en un lugar donde ruidosa y espectacularmente coexisten la injustificada sordera de los triunfadores con la imperdonable sordera de los derrotados.

    Dos extremos de una misma peligrosidad. Y cada uno, por su lado, supone que los actos propios han de estar exentos de todo cuestionamiento. Hoy lo que hace falta es un poco de conciencia. De escrupuloso juicio para abordar las cosas.

    Toda crisis grave en la clase gobernante tiende a desbordar en la sociedad. Si los golpes bajos y también los que se dan por lo alto no se contienen, en breve tiempo las mismas expresiones de los políticos van a apoderarse de las calles, los barrios y las comunidades.

    La sociedad mexicana ya refleja severos síntomas de inquietante tensión. Sirvan para dar testimonio de ello los hallazgos que la reputada empresa De la Riva obtuvo en su reciente investigación sobre el clima de opinión que prevalece en México.

    A partir de ellos es posible advertir que la gran mayoría de los mexicanos vive hoy con la sensación de estar en un lugar incierto. Sin importar su nivel socioeconómico, la edad o el sexo, ni tampoco que los ciudadanos se perciban a sí mismos como vencedores o como vencidos de la pasada contienda electoral, una amplísima franja de mexicanos comparte una sensación de inseguridad para con el futuro.

    Este sentimiento podría deberse a la experiencia de saberse en medio de dos fuegos. Según la misma investigación, en México 16% de la población adulta cree que la única manera de transformar la realidad del país es a través de la revolución. Casi 9 millones de mexicanos mayores de 18 años están dispuestos a tomar las armas para cambiar la realidad actual. Una gran mayoría de ellos vive en el centro del país (DF y zona metropolitana, estado de México, Hidalgo, Morelos, Puebla y Tlaxcala) y otra parte más pequeña en el sureste mexicano.

    En el otro extremo de la sociedad, 22% (12 millones de adultos) daría su total respaldo al uso máximo de la fuerza en contra de los grupos subversivos. Se trata de los duros que legitiman plenamente y además desean la acción violenta y eficaz del Estado. Esta parte de la población se encuentra en el norte del territorio, desde la Baja California hasta Nuevo León, pasando por Sonora, Durango, Chihuahua y Tamaulipas.

    La adición que surge de la suma entre los duros y los revolucionarios es de 21 millones de mexicanos. Esos son los radicales del país. Cierto es que, por fortuna, los extremos son menores en volumen si se comparan con la cantidad de moderados que todavía vivimos en México. Sin embargo, nadie en su sano juicio podría despreciar estas cifras. Y es precisamente por ello que la gran mayoría de mexicanos nos sentimos en situación de vulnerabilidad.

    Mirando las cosas desde esta perspectiva pueden sacarse tres conclusiones que se convierten en claros mensajes dirigidos hacia la clase gobernante: 1) la polarización en el poder está llevando al divorcio de la sociedad; 2) no hay forma de someter por la fuerza a 9 millones de mexicanos sin que, en revancha, se vivan encendidas consecuencias; y 3) si el Estado no media entre los duros que quieren usar al Estado como un mazo represor y los otros que ya sólo creen en la revolución, el conflicto social que hasta ahora hemos padecido tenderá a escalar. Siguiendo al muy pesimista escritor Charles Bukowski, "las cosas nunca están tan mal que no puedan estar peor".

    Por estas razones urge hacer un llamado a la responsabilidad de quienes han sido nombrados para conciliar y restituir la confianza entre los mexicanos.

    Profesor del ITESM



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