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Carlos Monsiváis

In memoriam Jesús Blancornelas

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...

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    03 de diciembre de 2006

    L a muerte hace unos días del periodista Jesús Blancornelas, de cáncer, derivado de las numerosas balas que le infligió un comando del narcotráfico, por órdenes de los hermanos Arellano Félix (denuncia de Blancornelas), es otra prueba, una de las más terribles, de la pesadilla del otro gran negocio neoliberal, el de la droga. El caso de Blancornelas es especial, incluso en la variedad infinita de experiencias de la frontera. Nacido en 1936, su trayectoria periodística es muy relevante durante su primera etapa. En Sonora, trabaja con Carlos Armando Biebrich, favorito de Echeverría, que ordena que se modifique la Constitución de Sonora, para que el mínimo de edad exigible en la gubernatura sea de 32 años en vez de 35, y Biebrich consiga el puesto. Un pleito del presidente con su protegido, nunca explicado pero de resultados estrepitosos, lleva a la caída del gobernador, acusado de ordenar el asesinato de seis campesinos en un ejido cercano a San Luis Río Colorado, y de corrupción múltiple y atlética, porque -según el expediente- expropia varios lingotes de oro que aterrizan en su casa.

    El gober cae, el PRI se alboroza con la decisión, y Blancornelas escribe una denuncia, Biebrich, crónica de una infamia, demasiado partidista. De Hermosillo, Blancornelas se traslada a Tijuana, donde, ya radicalizado por su experiencia sonorense, aunque todavía al tanto de las reglas del juego de la era del PRI, inicia un periodismo crítico, todavía no muy frontal. En unos años, la situación se endurece y Roberto de la Madrid, Bob, un gobernador impuesto por el presidente López Portillo, lo persigue y le inventa demandas. Blancornelas, apoyado por su equipo, resiste, pierde previsiblemente la querella judicial y funda el semanario Zeta, ya francamente agresivo.

    El tono pendenciero de Zeta le consigue un público amplísimo, y parte del éxito se le debe a un columnista, El Gato Félix, muy desafiante y un tanto cuanto vulgar. El Gato insulta, provoca, denuncia, "amista" con los poderosos de Tijuana y se pelea exactamente con los mismos. A la ciudad que antes fue del pecado (una de las siete sin cities del mundo), llega Jorge Hank Rhon, hijo del profesor Carlos, a dirigir el hipódromo, y a cumplir fiel y vorazmente con la estrategia que le diseñaron o que él borroneó: hacerse de Tijuana, volverla su feudo, su Santiago Tianquistengo de la frontera. Hank Rhon conoce a El Gato, lo vuelve su amigo y el columnista, luego de unos meses de reuniones "donde campea la amistad", como se decía a principios del siglo XX, se vuelve su detractor o su denunciador, al gusto.

    * * *

    En los meses últimos de vida, El Gato insinúa o algo más a propósito de los actos de "limpieza" financiera en el hipódromo, y, según se dice, esta aureola de lavado de dinero le irrita al hijo de El Profesor. Una mañana, dos pistoleros asesinan a El Gato en el momento en que sube a su auto. Pronto se sabe su identidad: un señor Vera Peregrina, enviado por El Profesor a cuidar de su hijo, y otro guardaespaldas del hipódromo. Se envía la policía al susodicho lugar de trabajo, y no consiguen entrar porque no hay juez que les entregue a tiempo la orden de allanamiento ("fue al ´súper´ el licenciado"). Cuando la obtienen, oh misterios del almacenamiento de sospechosos, ya no hay en el lugar nadie culpable o culpabilizable.

    El asesinato de Félix cimbra, indigna, preocupa a sus lectores, muchísimos. Blancornelas dirige de inmediato las sospechas a Jorge Hank, a quien nunca, a lo mejor por las deficiencias del correo tijuanense, se le llama a declarar. Mientras, El Gato alcanza la celebridad del mártir claridoso. Se recuerdan con alegría sus ataques mañosos y furiosos: "Se vio a la mujer (de nombre de político de Tijuana) en un hotel de San Diego. ¿Iría a darlas?", se le califica de amigo del pueblo (los Tigres del Norte le dedican un corrido), se comenta sobre su orientación sexual (Blancornelas, en su artículo luctuoso lo reconoce: El Gato era gay); se revisan compulsivamente sus columnas en pos de las pistas, llamadas así de seguro porque la mayoría de las veces nadie las sigue.

    Blancornelas, de modo directísimo, concentra sospechas y certidumbres en la figura del inabordable Jorge Hank, y comienza a publicar el texto que ocupa una página y que permanecerá durante años. Es una carta de preguntas que desde el Más Allá y el Más Acá de los datos disponibles, dirige El Gato a Hank, a propósito de sus pistoleros, de la protección del gobierno al dueño del hipódromo, de su prontuario tijuanense, no el de los tribunales, sino el de los rumores y las evidencias. El Profesor reacciona con su business as usual, y Blancornelas denuncia la visita de un enviado de Carlos Hank que intenta disuadirlo de sus afanes de reivindicación, y le ofrece un cheque en blanco, tradicional, típicamente. El Profesor ni siquiera comenta la acusación, y Blancornelas persiste.

    * * *

    Años después detienen casi por accidente a Vera Peregrina, que, para no variar, se declara inocente. Jorge Hank, en su oportunidad, dirá que su apoyo económico a la familia de Vera se debe a lo obvio: no le gusta ver gente desamparada (no se expresa con tanta sutileza, pero es que lo suyo es el poder, no la explicación). Y en Zeta, una publicación irregular, Blancornelas acentúa sus denuncias del narco, que bien merecerían compilarse con notas contextualizadoras porque es el mejor retrato periodístico de los cárteles en la frontera norte. Zeta se lee compulsivamente, y es la mezcla de las denuncias sólidas y los demasiados lectores lo que determina el atentado donde muere el chofer, y Blancornelas queda lisiado de modo irremediable. Desde entonces, protegido por una guardia numerosa de la PGR, Blancornelas escribe su artículo semanal, publica libros, concede entrevistas, insiste en describir las acciones de los Arellano Félix. Se ha tomado muy en serio como periodista libre que va hasta el límite y paga trágicamente las consecuencias de ser un símbolo del oficio.

    Postscriptum

    Ante el narcotráfico, ¿hay quien, como Blancornelas, puede transformar su condición de testigo en acción ciudadana? ¿Es sustentable la creencia de que nada pasa si sólo se mueren los delincuentes? ¿Qué eran antes los transgresores de la ley: campesinos, obreros, desempleados, oficinistas? ¿Cómo aceptan la fragilidad de su destino esas decenas de miles de jóvenes que aceptan la disminución brutal de sus años de vida a cambio de las sensaciones de poder, otorgadas por el dinero y las armas? A estas alturas, ¿tienen las autoridades federales y estatales derecho a seguir salvando a la patria con unos cuantos decomisos y un alud de discusiones y declaraciones enérgicas? ¿Qué fue primero: el consumo de droga o la gran industria neoliberal del narco? Por cada jefe policiaco al que acribillan unos desconocidos, ¿cuántos comandantes se van al cielo? ¿Cuántas muertes se necesitan para revalorar la vida humana?

    ¿Qué garantías de perdurabilidad se ofrece ahora con el gobierno de Calderón? Si no funciona la desnarquización, ¿se vivirá en definitiva en el México inseguro? ¿Qué se hace con la hipocresía de las autoridades estadounidenses? ¿Estamos viviendo dentro de una película violentísima como extras aterrados? ¿Qué ética social enfrenta las imágenes de los asesinados y los curiosos? ¿Y qué significa Jesús Blancornelas en el periodismo mexicano?

    Escritor



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