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Norman Birnbaum

EU: las dos elecciones

Norman Birnbaum es profesor emérito de la Escuela de Derecho de la Universidad de Georgetown.

Ha impartido clase en la London School of ...





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    22 de noviembre de 2006

    A primera vista, el gobierno de Estados Unidos está constituido por las dos cámaras del Congreso, el presidente y el resto del Ejecutivo y el Poder Judicial. Eso es lo que dice la Constitución, y los ciudadanos que votaron el 7 de noviembre tenían la idea de que estaban eligiendo representantes nuevos. Igualmente estaban convencidos, a juzgar por los resultados, de que participaban en un referéndum sobre la competencia y la honradez del presidente y del Partido Republicano, al cual relegaron a la categoría de minoría en el Congreso en lo que fue un rechazo al presidente. A los demócratas también les fue bien en las elecciones para gobernadores y legislaturas estatales.

    Existe, sin embargo, otro gobierno, uno que no está en la sombra pues sus operaciones son completamente visibles. Está formado por los funcionarios no elegidos de los partidos y por su personal; por quienes los financian y por grupos de cabilderos y de interés (que frecuentemente redactan las leyes). También está formado por directores y periodistas y por una variedad, siempre en aumento, de centros de investigación más o menos académicos (normalmente menos).

    Los medios y los expertos de los centros de investigación son indispensables para diseñar una agenda política aceptable para quienes financian a los partidos y para los grupos de presión. Después de todo, están en posición de decidir quién es contratado y quién es despedido en periódicos, revistas y televisoras, y de dar o retener fondos para los programas de los centros de investigación.

    A menudo, lo que importa no son los incentivos económicos sino los sociales: nada es peor en Washington que ser un rebelde, comprometido de manera excéntrica (tal vez patológica) con la independencia y con tomar distancia histórica. Ocasionalmente podemos encontrar esto en nuestras universidades, pero no en nuestra vida pública. El extraoficial "segundo" gobierno no le tiene mucha tolerancia.

    Esta elección tuvo varios temas centrales. Primordial fue la guerra en Irak o, más bien, la negativa del presidente a admitir que no es un capítulo sublime y victorioso de nuestra historia. A sus mentiras iniciales (que Irak tenía armas de destrucción masiva, que los baathistas estaban conectados con Al Qaeda) se ha sumado ahora su rechazo a lo obvio: que Estados Unidos ha destruido a la sociedad iraquí y que su descomposición se está acelerando.

    Los demócratas utilizaron el término "re-despliegue" para encubrir sus propios desacuerdos sobre cómo puede nuestro ejército salir de Irak, pero los votantes, en general, repudiaron a los candidatos que apoyaron al presidente. Muchos republicanos también se distanciaron de él.

    Con los demócratas nacionalizando exitosamente la elección, sobreponiéndose a la superioridad de los republicanos en financiamiento y logrando avances trascendentes al conquistar comicios para representantes y senadores en estados considerados sólidamente republicanos (Indiana, Montana, Missouri, Virginia), el segundo gobierno ha tenido problemas tratando de explicar que los demócratas prácticamente no ganaron nada.

    Los medios insisten en que los candidatos que ganaron en la mayoría de las áreas republicanas son en realidad conservadores y por lo tanto no muy distintos a los republicanos. Esto es una flagrante mentira. Todos los demócratas que reemplazaron a republicanos hicieron énfasis no sólo en la guerra sino en el tema de la injusticia económica. Un colaborador de The New York Times declaró, absurdamente, que los demócratas seguían teniendo preocupaciones "pueblerinas": medio ambiente, ingresos y empleo y derechos civiles.

    Esta letanía es acompañada por un segundo coro: es deber de los demócratas no oponerse al presidente sino trabajar con él en favor de un "interés nacional" que debe definirse, al parecer, en contraposición a las preocupaciones de los votantes. En este caso, la prensa, la televisión y los expertos simplemente han renunciado a toda pretensión de objetividad. El conflicto político, incluso el debate, insinúan, es corrosivo y hasta destructivo. La elección por sí misma fue, en muchas formas, un triunfo para la democracia.

    Sin embargo, los autodesignados guardianes de ésta a nada le temen tanto como a la disensión popular, y por lo tanto defienden la menguante autoridad de un presidente repudiado. Bush sabe que Dios está de su lado y, con el voto de confianza del segundo gobierno, bien podría pensar que no se le debe distraer excesivamente de ciertas tareas como, por ejemplo, lanzar un ataque contra Irán.

    Profesor emérito de la Escuela de Leyes de la Universidad de Georgetown



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