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Ricardo Raphael

De los males, el menor

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    17 de noviembre de 2006

    El ritual ya se arrugó. El PRD continúa con el propósito de impedir la toma de posesión de Felipe Calderón. La segunda fuerza del país quiere aguar la fiesta. Dice que hará todo lo que sea necesario: apoderarse de la tribuna, acampar en los pasillos, secuestrar la silla, bloquear el acceso; en fin, las cosas que ya se vieron el pasado 1 de septiembre.

    Es legítima la indignación que hoy flota en el ambiente. Si logran reventar el acto ayudarán a que la imagen de México en el mundo siga consolidándose como la de un país poco serio; ratificarán la percepción de que la clase política mexicana es un desastre; convertirán a los priístas en los únicos aliados posibles de Felipe Calderón; crecerá el ya grande menosprecio que existe por los legisladores y sus partidos; generarán una sensación de incertidumbre social muy conveniente para la delincuencia y el crimen organizado y, contra ellos mismos, continuarán resbalándose por la rampa enjabonada del desprestigio.

    A todas luces se trata de un despropósito. Y sin embargo los perredistas ya no ven ni oyen. Y es que con este malhadado asunto encontraron cómo recuperar un lugar protagónico. Otra vez los medios de comunicación los toman en cuenta, otra vez se habla intensivamente de ellos, de nuevo Andrés Manuel López Obrador tiene algo que decir. Estas veleidades les son tan trascendentes que poco importan las demás consecuencias de sus actos. (Hay días en que, si se es de izquierda, tanta frivolidad incomoda y hasta duele).

    Así las cosas, tal como ocurrió en septiembre, la prudencia va a tener que ser ejercida por la otra parte. En concreto, por los legisladores de los demás partidos. Si por la amenaza lanzada, el Congreso no puede cumplir con la tradición, pues entonces habrá que cambiar de tradición. Antes de pasar a explorar las posibilidades que en este sentido podrían resolver el entuerto, cabe decir que en las decisiones por venir nada tendrían que ver el jefe del Ejecutivo o el PRD.

    El artículo 87 de la Constitución establece que el presidente de la República rendirá protesta ante los representantes de la nación. Es decir, que son ellos, y no el jefe del Ejecutivo, quienes han de definir las circunstancias, el formato y las características de dicha toma de protesta. (Siempre y cuando cumplan con la legislación secundaria).

    Ahora bien, dada la conformación que actualmente tiene el Congreso, donde el PRD apenas representa una tercera parte, basta con que el PAN y el PRI se pongan de acuerdo, para que cualquier solución propuesta pueda llevarse a cabo.

    Por lo tanto, los planes "B", "C", "D" o "X" de Calderón, o los del PRD, tienen muy poca importancia en este cuento.

    Una vez que están claros los responsables, ha de decirse que en este asunto el valor supremo a tutelar es el cumplimiento puntual con la Constitución: que Calderón pronuncie la protesta de rigor frente al Congreso. Y si el Congreso no está hoy en condiciones de celebrar un ritual en toda forma, es decir, en sesión plenaria, con invitados especiales, nacionales y extranjeros, con las familias de los presidentes, saliente y entrante, en fin, como se ha hecho en tantas otras ocasiones, cabe siempre la posibilidad de que el juramento presidencial se haga frente a la Comisión Permanente.

    El artículo 78 en su fracción segunda lo prevé. Si por mayoría el Congreso decretara un receso y luego nombrara a la Comisión Permanente, integrada por 37 miembros entre los cuales podría no haber ningún perredista, la parte más álgida de esta ecuación quedaría despejada.

    Más tarde, el mandato constitucional sería formalizado ante esa Comisión en cualquier parte, incluidos los muchos y dignos salones de San Lázaro. Inmediatamente después, el presidente de los Estados Unidos Mexicanos quedaría libre para trasladarse al Auditorio Nacional con el objeto de pronunciar desde ahí, y acompañado por todos sus invitados y simpatizantes, el mensaje a la nación.

    La necedad propia no es buena consejera para enfrentar a la necedad ajena. Mucho mal se haría si, con el propósito de mantener intocado al ritual, los mexicanos nos quedáramos con la memoria de un acto desastroso, sea porque los legisladores se liaron a golpes, sea porque el Estado Mayor Presidencial haya tenido que defender al jefe del Ejecutivo de sus tropelías.

    Profesor del ITESM



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