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Ricardo Raphael

¿Y el gobierno de unidad?

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    20 de octubre de 2006

    ¿Qué le está pasando a Felipe Calderón Hinojosa? ¿Por qué se está tardando tanto en cumplir? Durante su campaña advirtió que si ganaba la Presidencia formaría un gobierno de unidad nacional. Y a escasas cinco semanas de que tome el poder no hay nada que permita intuir la satisfacción de esa promesa.

    Es cierto que a finales del mes de septiembre entregó una propuesta de agenda legislativa. Y también lo es que esta semana Carlos Medina Plascencia anunció la elaboración de un documento prospectivo que tendría como horizonte el año 2030.

    Sin embargo, ni una cosa ni la otra pueden ser vistas sinceramente como los pasos que eventualmente conducirían a un gobierno de unidad. La agenda legislativa es una suerte de amplio índice donde se esbozan los temas que traen preocupado al presidente electo: estado de derecho y seguridad pública, economía competitiva y generadora de empleos, igualdad de oportunidades, desarrollo sustentable, democracia y política exterior.

    Nadie puede negar que sean, todos, asuntos importantes. No obstante, si en verdad Calderón estuviera pensando celebrar un acuerdo que fuera más allá de su primer círculo, su agenda habría de incluir algunas de las demandas y propuestas que planteó la oposición durante el pasado proceso electoral. En cambio, el lenguaje utilizado y la prioridad con que tales temas fueron enunciados evidencian que se trata de un texto unilateral.

    En esa agenda sería deseable poder leer, desde ahora, la política de alianzas que el futuro presidente pretende desplegar hacia sus actuales adversarios. Pero no es el caso. En ella no se contiene pista alguna donde se advierta un acercamiento político sincero entre el próximo gobierno y la oposición.

    Es un mero resumen de las propuestas que don Felipe hizo en campaña. Nada de malo tendría que Calderón promoviera exclusivamente sus propuestas. Él ganó la Presidencia. Sin embargo, el inolvidable detalle es que no lo hizo con una confortable mayoría en los votos.

    Todo lo contrario, cerca de 65% de los mexicanos no le otorgaron el mandato en las urnas presidenciales, ni tampoco apoyaron a su partido en el Congreso. Tal cosa en un sistema presidencial como el mexicano significa que si Calderón realmente deseara gobernar tendría que esculpir una mayoría artificial aliándose, sea con el PRI, sea con el PRD. De lo contrario, tal como le ocurrió a Vicente Fox Quesada, el futuro presidente quedará aislado en su recámara de Los Pinos.

    De este hecho se deriva precisamente la alarma. Es preocupante que, a cinco semanas de que tome posesión, no se hayan anunciado todavía ni los interlocutores, ni los puentes, ni los compromisos que eventualmente llevarán a perfilar un casamiento temporal entre partidos. Peor aún, recientemente no ha habido ninguna declaración pública que anuncie el establecimiento de una mesa de negociaciones con las fuerzas de oposición.

    Se percibe más bien lo contrario. Basta ver quién es el coordinador del programa 20-30 (un panista de buena cepa), y quiénes los responsables de sacar adelante las discusiones temáticas para descubrir que este ejercicio tiene como objetivo político acercar panistas y a uno que otro integrante de la sociedad que no milita en ningún partido. Sería absurdo oponerse al ejercicio que Medina Plascencia ha convocado. Todo lo que lleve a pensar al país en el mediano plazo es una muy buena cosa. Pero del proyecto 2030 no será posible esperar nada que termine convirtiéndose en la plataforma de aterrizaje de un programa común interpartidario.

    Quizá el presidente electo nunca pensó seriamente en un gobierno de unidad y sólo propuso esa peregrina idea como una mentira venial de esas que tanto se dicen en campaña. Sirvan entonces estas líneas para reclamar el engaño. Y también para advertir que no será invitando a uno que otro prófugo del priísmo, ni a un par de esos personajes que cotidianamente hacen política vestidos de sociedad civil como va a construir una coalición estable que le permita gobernar. Con esas fichas tan pequeñas no se puede resolver un triunfo electoral tan magro como el que obtuvo el pasado 2 de julio.

    Un gobierno de unidad habría de ser el resultado de una política de alianzas para constituir una agenda legislativa materializable y un conjunto de políticas públicas comunes plasmadas en un mismo programa de gobierno. Cualquier otra cosa, como bien aprendimos durante este sexenio, implica mucho ruido y pocas nueces.

    Profesor del ITESM



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