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Ricardo Raphael

Elogio a la arrogancia

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    08 de septiembre de 2006

    " Los magistrados no tuvieron la arrogancia de actuar como hombres libres". Esa fue, textualmente, la declaración que Andrés Manuel López Obrador hiciera el pasado lunes, día en que el Tribunal Electoral validó la elección presidencial. He de confesar que, cuando la escuché, me quedé boquiabierto. ¡Curiosa esa selección de palabras que lleva a considerar a la arrogancia como si se tratase de una virtud y, a su ausencia, como si fuese un defecto!

    ¿Lapsus o convicción? No tengo a don Andrés para interrogarle sobre este asunto, pero ante las dudas gramaticales uno siempre puede recurrir a otros métodos para esclarecer el sentido de las cosas; por ejemplo, a mi edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

    Ahí el vocablo arrogancia es definido llanamente como sinónimo de altanería o soberbia y, por tanto, para mejores iluminaciones uno ha de ir hacia atrás y luego hacia delante en las páginas del grueso volumen. Bajo el término altanero dice: "Aves de rapiña de altos vuelos". Luego, como significado de la palabra soberbio aparecen tres definiciones que sinceramente no tienen desperdicio: 1) "Apetito desordenado de ser preferido a otros"; 2) "Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas, con menosprecio de los demás"; y 3) "Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas".

    ¡Alabadas sean las biblias de la gramática que nos inspiran en estos tiempos tan enredados! López Obrador tiene toda la razón: a los magistrados electorales les faltó arrogancia el pasado lunes. La excesiva paciencia que utilizaron para exponer los argumentos sobre los que edificaron su dictamen lejos estuvo de utilizar ese virtuoso defecto. O defectuosa virtud (ya no sé cómo llamarle).

    No hablo aquí de la coincidencia que uno pueda tener con los razonamientos de los magistrados, ni tampoco con las conclusiones vertidas en su dictamen. Se trata de algo distinto, del tono y las formas seguidas para comunicar su decisión. Ellos atendieron cada una de las quejas, revisaron cada uno de los planteamientos, ponderaron cada una de las pruebas y sólo después de eso llegaron a su verdad que, para efectos prácticos, es la verdad jurídica con la que todos habremos de quedarnos. Al tomar esta ruta, los jueces pusieron al descubierto tanto las fortalezas como las debilidades de su decisión final. Abrieron la puerta para que todos opinemos y ponderemos sus criterios, para que valoremos los principios jurídicos y el encadenamiento lógico de sus reflexiones. En los hechos, volvieron vulnerable (humanizaron) su decisión final.

    Por eso es posible afirmar que les faltó arrogancia. De haber actuado en sentido inverso hubiesen zanjado el asunto diferentemente. No habrían dejado espacio para la deliberación, la crítica o la revisión de sus criterios. Si hubiesen tenido un poco de soberbia, en lugar de haber dedicado tantas horas para explicar pedagógicamente sus argumentaciones, estos magistrados habrían podido comportarse con minimalismo, parquedad y hasta despotismo. En cambio, comenzaron su razonamiento aceptando que no hay conclusión perfecta para los asuntos que tenían por obligación resolver.

    ¡Qué diferencia tiene esta actitud cuando se le compara con el talante que tantos otros actores políticos traen en México por estos días! Tengo para mí que, en sentido inverso a lo que AMLO reclama, otros son los que traen sobrados los índices de arrogancia que corren por sus venas.

    Para comenzar ahí está el señor Vicente Fox quien, sin acusar recibo de los regaños que, provenientes de todos lados, le han propinado, va por la vida predicando los méritos propios y menospreciando a todos los demás. Luego están también en este caso todos aquellos que descompusieron el ambiente político con sus abundantes injurias (empresarios, equipos de campaña, candidatos y hasta el presidente electo).

    ¿Y qué decir de Andrés Manuel López Obrador? Sorprende corroborar la manera en que su actuación pasada, pero sobre todo la más reciente, no se escapa a ninguna de las definiciones que mi voluminoso diccionario ofrece para el vocablo: arrogancia.

    De ahí que me atreva a responder, sin temor a equivocarme, que no fue lapsus sino convicción lo que le llevó a declarar que la soberbia y la altanería son virtudes que uno debe cultivar.

    Fue precisamente por la arrogancia de nuestra clase política que los mexicanos llegamos a este desgarradero. Nuestro presente es hijo impecable de este rasgo de carácter. Dejemos de elogiarle.

    Profesor del ITESM



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