aviso-oportuno.com.mx

Suscríbase por internet o llame al 5237-0800




Ricardo Raphael

¡Puentes, por favor!

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

Más de Ricardo Raphael



ARTÍCULOS ANTERIORES


    Ver más artículos

    01 de septiembre de 2006

    En este país ya nadie sabe para quién trabaja. Mientras Andrés Manuel López Obrador está tejiendo la cuna para que sus peores pesadillas se arropen en ella, Felipe Calderón Hinojosa construye la prisión donde habitará durante los próximos tres años.

    Estas son las dos tragedias del escenario de polarización que apenas comienza.

    Durante el periodo electoral, AMLO hizo de la crítica hacia los privilegiados su principal bandera de campaña. Señaló una y otra vez la corrupción que en México existe entre los empresarios y el poder, puso el dedo en la llaga de las exclusiones que provoca el modelo económico, hizo explícita la distancia que subsiste entre plebeyos y oligarcas. En resumen, colocó al tema de las desigualdades en el centro del debate público nacional.

    Lo paradójico ahora es la traición que está cometiendo contra sus propios principios. Al radicalizarse, este líder de la izquierda le está haciendo un gran favor a quienes quieren mantener las exclusiones, a los que sólo velan por sus intereses, a los que prefieren que México siga marchando a dos velocidades.

    Al polarizar al país lo único que se obtiene es un Estado débil, y con él nada puede hacerse en contra de los poderes fácticos.

    Un Estado fuerte es el resultado de actores políticos cohesionados, capaces de negociar entre ellos lo que mejor le convenga a la nación. Un Estado fuerte viene del respeto a la ley, pero también del respeto a las negociaciones entre las distintas expresiones políticas. Surge del pacto y del acuerdo, de las capacidades que posean las partes para ceder y otorgar.

    Un Estado fuerte tiene como requisito que los políticos no vean en el acuerdo un acto por el cual avergonzarse. La política ennoblece cuando se hace a partir del diálogo con el otro, del encuentro con los que comparten puntos de vista distintos, de la construcción mancomunada de un espacio público donde todos quepamos.

    En cambio, en la rebeldía y la ruptura está el origen del desplome del Estado. Mientras más se aparten las posiciones, más poder obtendrán los que quieren vivir fuera de la ley. Mejores ventajas tendrán los privilegiados, más impunidad los corruptos, más recursos podrán invertir los señores del dinero para lograr sus deseos.

    En efecto, la polarización es el mejor escenario para que los intereses contrarios a las mayorías dominen al Estado. Si los actores políticos se corren hacia los extremos, entre ellos se abre una amplísima avenida para que los oligarcas, los capos del crimen organizado, los sindicalistas deshonestos y todos los intereses adversos a la nación transiten a sus anchas sin ser molestados.

    Quién iba a decirlo: con su actitud rupturista, AMLO está trabajando para sus más acérrimos enemigos.

    En ese escenario, el futuro gobierno se encuentra desarmado. Cuanto más se aleja la izquierda del centro político, más se reduce el margen de maniobra del futuro gobierno. Porque la primera obligación del próximo jefe del Estado mexicano será evitar que el país se desmiembre, este se verá obligado a pactar con quien se deje.

    El problema surge cuando, para hacerlo, sólo tiene al PRI como interlocutor dispuesto. Porque si bien es cierto que el PAN es la fuerza política que cuenta con más legisladores, también lo es que nada puede hacer este partido por sí mismo. Ni aprobar leyes ordinarias, ni mucho menos, modificar la Constitución.

    Esa es la gran ventaja que hoy mantienen los priístas. Serán pocos en número, pero son el fiel de la balanza. Sin ellos el país se vuelve ingobernable. Se quedaron con la llave de la puerta que abre o cierra las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso y, por tanto serán, a partir de ahora, los celadores del Presidente.

    El PRIAN no es una invención, es una realidad muchas veces profetizada por López Obrador y ahora promovida directamente por él mismo: por retar al estado de derecho, por negarse a la conciliación, por apostar a la fractura, por oponerse a la construcción de acuerdos entre las fuerzas que obtuvieron el primero y el segundo lugar.

    ¿Tan difícil sería que Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador tomasen conciencia de que la mejor estrategia para los dos es construir sendos y amplios espacios de negociación? Cada uno representa cosas distintas, es cierto; pero sólo en conjunto serían capaces de edificar un Estado capaz de enfrentar, cohesionado, a sus más temibles detractores.

    Profesor del ITESM



    ARTÍCULO ANTERIOR
    Editorial EL UNIVERSAL Un Hoy No Circula más justo


    PUBLICIDAD.