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Ricardo Raphael

Viraje a la democracia social

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    25 de agosto de 2006

    El próximo gobierno será de izquierda o no será. No importa quién reciba la constancia de mayoría de manos del Tribunal, sea Felipe Calderón Hinojosa o Andrés Manuel López Obrador, el próximo presidente habrá de imprimir un pronunciado acento social durante su gestión.

    Este es el saldo político más evidente de la última contienda electoral. El tema de la desigualdad se ha colocado en la cúspide de las prioridades democráticas. Así ocurrió porque AMLO hizo de él su bandera y porque más de 35% de los ciudadanos refrendaron con su voto esta preocupación. También porque los electores de Roberto Madrazo continuaron creyendo que la justicia social es el lema de su partido y entre las dos fuerzas políticas configuran una clara mayoría de sensibilidades similares.

    Para efectos prácticos, aun si se ratifica el triunfo del abanderado de la derecha, Felipe Calderón no podría hacerse de oídos sordos frente a este sonoro mandato de las urnas. Con todo lo ocurrido, tanto la mano invisible del mercado como el "neoliberalismo" terminarán siendo severamente cuestionados.

    Nada de nuevo tiene que un gobierno de derecha haga políticas de izquierda. Ya ha ocurrido antes. Así pasó con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari quien, mientras abría la economía y liberalizaba los mercados, emprendió una de las políticas sociales (Solidaridad) más activas que haya tenido el Estado mexicano. Casos similares pueden encontrarse en otros lados. Giscard d´Estaing en Francia fue quien despenalizó el aborto y Konrad Adenauer, en Alemania Occidental, quien echó a andar el gran sistema germano de seguridad social.

    Por cierto que también puede observarse el caso contrario. ¿No se acusó a Felipe González, primer presidente socialista español, y a Tony Blair, líder del laborismo en Gran Bretaña, de reformar las instituciones de sus respectivos países con la mirada puesta en el horizonte del mercantilismo económico?

    Dice el economista francés, Jean Jacques Generaux, que esta es una de las leyes más sólidas de la política democrática: la derecha es mejor para celebrar reformas de izquierda y la izquierda para llevar a cabo políticas de derecha. Porque el capital confía en la derecha, sus gobiernos cuentan con amplios márgenes de acción para hacer concesiones hacia los sectores sociales menos favorecidos. En sentido inverso, porque los menos afortunados confían en la izquierda, ésta puede maniobrar para negociar y llegar a acuerdos con los conservadores y los señores del dinero. Mientras que los gobiernos de izquierda están hipervigilados por los ricos, los gobiernos de derecha suelen estarlo por los desposeídos. Y dado que se trata de liderazgos políticos sostenidos por procedimientos democráticos, la mayoría que necesitan para gobernar sólo puede construirse nivelando la balanza: la izquierda hacia la derecha y la derecha hacia la izquierda.

    Sirva esta reflexión para entender por qué, de ratificarse su triunfo, Felipe Calderón terminaría orillado a convertirse en un simpatizante de la socialdemocracia. No se trataría de un asunto relacionado con la ética de las convicciones sino con la ética de la responsabilidad. ¡O profundiza el anclaje social del Estado mexicano o las desigualdades preexistentes en nuestro país terminarán estallándole en la cara!

    Dice el abanderado panista que rebasará a AMLO por la izquierda. Nada de más sabio podría hacer frente al deshilvanado México que eventualmente habrá de conducir. En los años por venir, la mejor defensa posible para la democracia mexicana será confirmar la apuesta del Estado hacia lo social. De ahí que el centro político de nuestro país vaya previsiblemente a colocarse en la democracia social.

    Sólo queda esperar a que la interpretación de este paradigma no se quede rabona. No es sólo con más políticas asistencialistas como habrá de responderse al mandato de las urnas. Una verdadera política de este corte ha de apostar también por la desconcentración del ingreso. Y tal cosa quiere decir, combatir los privilegios de la oligarquía, asegurar condiciones equitativas para la competencia económica y dotar al Estado de recursos suficientes para modificar la mala distribución del ingreso.

    Ese es el trípode donde el rebase por la izquierda se volvería creíble: competencia económica, reforma a la fiscalidad y reforzamiento de las políticas asistenciales. Sin la combinación de estos tres elementos el discurso pronunciado sólo sería cosmético y el conflicto social continuaría siendo la nota predominante del contexto mexicano.

    Profesor del ITESM



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