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EDITORIAL DE EL UNIVERSAL

Relato de tres náufragos

Inspiración en el interés público, responsabilidad, búsqueda de la verdad, de permanente justicia y del cumplimiento de los derechos humano ...





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    23 de agosto de 2006

    Entre las muchas apasionantes narraciones de sucesos marítimos que existen, reales y ficticias, hoy concentra la atención nacional, como quizá nunca antes, la historia de los tres marinos mexicanos que en noviembre del año pasado zarparon de San Blas, Nayarit, para pescar tiburones, y nueves meses después aparecieron del otro lado del océano Pacífico, a 8 mil kilómetros de distancia, después de navegar a la deriva.

    La historia que cautiva la imaginación y va a ser ya tema de libros y películas, tiene un comienzo revelador de la precariedad de la vida de los pescadores mexicanos, que salen al amanecer en un bote que es tan limitado como un salvavidas de barco, pero sin los útiles de éstos, sin avisar, sin radio ni luces de bengala ni avituallamiento apropiado, ni siquiera chalecos para flotar.

    El motor se avería y ellos quedan a la deriva. Dos de los cinco tripulantes que partieron fallecen, aparentemente de hambre, porque son incapaces de comer pescado crudo.

    Por su parte, de los rescatados, Salvador Ordóñez es experto en sobrevivencia en el mar, aunque extrañamente no aplicó sus conocimientos al aventurarse en una jornada de pesca sin cumplir con los requisitos mínimos de seguridad. Otro, Lucio Rendón, es un buzo reconocido por su destreza en la extracción de ostiones del fondo marino. El tercero, Jesús Eduardo Vidaña, sinaloense, tenía experiencia como pescador.

    Hasta ahora, básicamente contamos sólo con lo que los tres náufragos nos relatan.

    Las autoridades de salud deberán informarse para saber cómo estos compatriotas pudieron sobrevivir física y mentalmente a la odisea, que les llevó a avanzar un promedio de 30 kilómetros diarios, arrastrados por las corrientes marinas, sin ser rescatados por varios navíos que los avistaron, según ellos, y prosiguieron su viaje en contravención de las leyes del mar y del espíritu de humanitarismo.

    También los expertos marinos del Gobierno deberán hacer una meticulosa reconstrucción del viaje y de las condiciones meteorológicas de la temporada, porque bebían agua de lluvia, así como de las posibilidades de la travesía.

    La viabilidad del viaje no se descarta, pero se requieren precisiones en vista de que de muchas maneras queda en cuestión la seguridad de los litorales mexicanos, ya vulnerados por los traficantes de drogas, de mercancías, de armas y de seres humanos.

    Mientras los náufragos mexicanos viajan ya de las islas Marshall a México, su aventura -tal como ellos la relatan o con variaciones- nos ha servido de distractor para aliviar la tensión provocada por más de siete semanas de ardua controversia postelectoral.

    El fondo del asunto es, también, mejorar las condiciones de trabajo de los pescadores mexicanos y reajustar los sistemas de vigilancia costera, tanto para la protección de la vida humana y de la preservación del medio ambiente, como del combate a las pandillas de la delincuencia organizada. Es bueno que los tres pescadores hayan salvado la vida. Corresponde a la autoridad clarificar las circunstancias extrañas que rodean este episodio.



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