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Carlos Monsiváis

Notas sobre "cultura jurídica"

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...

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    13 de agosto de 2006

    En estos días, el más que complicado panorama nacional se centra en el Poder Judicial, hasta el momento y por lo común a la altura de su fama previa, no la que ostenta la mayoría de sus integrantes destacados, "juristas recién nacidos a la democracia". Baste mencionar la crítica demoledora implícita y explícita al IFE, contenida en la resolución del Tribunal Electoral. ¡Al IFE!, su Consejo y su consejero presidente Luis Carlos Ugalde, el autohomenajeado y autosacralizado "panista por goteo", el del "sueldito mísero". En estas notas y en un artículo próximo bosquejo una crónica sobre un tema omnipresente.

    "Y le dije al abogado: si le pago lo que me pide, ¿usted me consigue una buena esquina para pedir limosna?"

    La cultura jurídica es un término que sólo recientemente se usa con profusión, sin otorgársele todavía mayor significado al creérsela por demasiado tiempo una atribución más bien superflua o sectorial de los especialistas. ¿De qué servía enterarse de las leyes si los resultados solían depender de la más profunda ilegalidad? El dura lex, sed lex (tradúzcase: la ley es dura pero la adquiero) no persuade porque el desprestigio de la justicia se estaciona en un conjunto de lugares comunes:

    - En la percepción pública, la idea de la justicia hace las veces de trampa de la que sólo se salvan los capaces de adquirir su impunidad (su libertad) a precio costoso.

    - Los pobres y los de recursos económicos apenas renovables (sinónimo de las clases medias bajas) se sienten de antemano perdidos ante el Poder Judicial. La desconfianza en la justicia, o mejor: la confianza en su atrocidad orgánica, es el equivalente de la sensación de fracaso de los que no terminan la educación primaria o la secundaria. Dice el dogma: si hasta allí llega la persona, de modo igual se detendrá en la vida, a menos que opte por las vías del deporte o de la delincuencia no ensalzada públicamente.

    - Los ricos (ya no se diga los muy ricos) no se molestan y desatienden los procedimientos judiciales. ¿A ellos qué les importa las denuncias en su contra? Los bufetes a su disposición manejan los vericuetos y los puntos débiles de sus adversarios y han ensayado las estratagemas triunfales. Si se les dijera lo de "la ignorancia de la ley no implica su no observancia", dirían que a sus abogados les pagan para que observen la ley en su nombre y le otorguen vacaciones a la observancia.

    La noción popular de la justicia, tal y como la ofrece José Clemente Orozco en su mural de la Suprema Corte, es la de una entidad corrupta, semivestida, desmechada, muy al tanto de a quién le cede y por cuánto el cuidado de su balanza. Si las constituciones y los códigos penales y civiles son espacios de la ética proclamada de una sociedad, al adjudicársele sus interpretaciones a una minoría no necesariamente proba, se trueca la ética por el saber negociable o la interpretación tarifada.

    "Mire licenciado, usted me resuelve mi asunto y yo lo alejo definitivamente de su departamentito".

    El abogánster es un término de la década de 1940 que califica a un personaje devastador, bastante menos excepcional de lo que se pensó. El arquetipo, Bernabé Jurado, de vida en el mejor de los casos tumultuosa, disfruta de una "fama-prontuario" de leyendas acumuladas: en un descuido real o inducido de los empleados distrae del expediente un documento comprometedor y se lo come, paga testigos falsos, patrocina torturas que desembocan en la confesión de inocentes, anda siempre con un amparo en la bolsa, golpea salvajemente a sus compañeras, es la imagen del influyentazo, el abogado penalista de la ciudad de México, al que nadie le informó nunca de la existencia de los escrúpulos. De Jurado se desprende la representación demencial del poseedor de un título universitario que desconoce los límites porque las leyes, al radicar con demasiada frecuencia en su interpretación o en la confección mañosa de los expedientes, a eso se prestan, a verse calificadas de papeles ajustables a la voluntad del más hábil.

    Téngase en cuenta el papel en el imaginario colectivo de los abogánsteres y los abogados huizacheros (por el árbol espinoso que usan los curanderos indígenas) que engañan con la suavidad de los falsos chamanes. "Su problema tiene arreglo, señora, su hijo sale pronto, sólo que hace falta un anticipo". El contexto ideal de esta presión de la justicia como el tianguis que será mall, es el sexenio de Miguel Alemán, con el despojo masivo de los terrenos ejidales, la disolución a golpes del derecho de huelga y los asesinatos de líderes honestos, el encarcelamiento sin pruebas de "los subversivos", el atropello de derechos patrimoniales y así sucesivamente.

    "Mi estimado picapleitos, se vio usted muy mal resolviendo el caso por la buena"

    La aplicación rutinaria del derecho es un escándalo que de tan ubicuo no se advierte. Lo que señala el rumor, ese medio perenne de comunicación, es el descrédito de repartición de justicia, la mala fama de los ministerios públicos y la constancia del horror de los reclusorios, "pozos de iniquidad" que a la sociedad no le incumben porque le tocan a los transgresores del orden. La era de la impunidad absoluta no conoce de derechos humanos. ¿Qué caso tiene adquirir las nociones jurídicas si en los juzgados son inútiles los conocimientos previos? ¿A quién le conmueven realmente las atrocidades en las cárceles? ¿Quién quiere saber de sus derechos si puede pagar un buen abogado? Cunde la impresión fuertísima: "A mí no me sirven los conocimientos inaplicables, ni me funciona el intento de desentrañar esa madeja que llaman las leyes. Lo único útil es tener dinero y contratar alguien que aunque me robe me saque adelante". A estas certidumbres las avivan experiencias múltiples:

    - La tardanza histórica en la confección de expedientes, lo que en el caso de las demandas agrarias hace de la eternidad un pariente pobre de los juzgados.

    - La prisa vaporera en la confección de delitos y las fallas absoluciones enormes en la organización de sus materiales. El "ahí se va" faculta libertades y encierros.

    - La imagen del Ministerio Público como un hombre (en la mayoría de las veces, y hasta hace poco, no es oficio femenino) inflexible, rígido, que asume la solemnidad no como un rasgo del oficio sino como la declaración de bienes de la altanería y la supremacía del cargo. El MP se especializa en humillaciones, aceptación y encarecimiento de sobornos, desprecio por los detenidos que en los separos se ven transformados en bultos, imposición de diligencias cuyo fin preciso sólo la oscuridad conoce, olvido de cortesías que desanima aún más a quejosos, detenidos, familiares, amigos.

    El MP multiplica a Dios en los juzgados, distribuye vislumbres del infierno, y encarna, proponiéndoselo y sin proponérselo, la teología jurídica que comienza clásicamente: "En el principio era el expediente".

    - En el caso de las violaciones de niñas adolescentes y jóvenes, las experiencias son dramáticas. Acuden los familiares al Ministerio Público y, esto apenas va cambiando, son objeto de burlas, desdenes, acusaciones ("algo hiciste, tú provocaste"), exigencias incumplibles de pruebas, ofensas a denunciante y sus acompañantes. Si por lo menos la mitad de las víctimas de violaciones se abstiene de la denuncia (y lo mismo pasa con quienes sufren otro tipo de atropellos), es, básicamente, por el miedo de la víctima a verse culpabilizada. Y los cursos de victimología no parecen afectar a los juzgados.

    - Los detenidos por "conducta afeminada", instruida como "faltas a la moral y las buenas costumbres" integran un capítulo olvidado o abolido de la justicia mexicana. De las últimas décadas del siglo XIX a la década de 1960, basta el arresto en redadas o en la calle o en tugurios, o la denuncia de los vecinos, o la gana de reírse de los policías, y la detención se vuelve sentencia carcelaria, que implica meses o años de cárcel sin revisión de expediente o, incluso, que envía a "los mujercitos" a las Islas Marías donde un número significativo de ellos muere de violaciones tumultuarias o de riñas de origen hoy calificado de homofóbicos. No hay indagaciones jurídicas al respecto, y el fenómeno mismo no llama la atención porque el odio a lo diferente invisibiliza a los perseguidos.

    Y ahora interpongo un recurso de amparo contra la depresión.

    Escritor



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