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Carlos Monsiváis

Las precipitaciones del bloqueo

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...

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    06 de agosto de 2006

    La experiencia (muy infortunada) del bloqueo en la ciudad de México, instalado por la coalición Por el Bien de Todos, obliga a extraer lecciones de mediano y largo plazo. Se transparenta lo ya conocido pero aún no discutido por razones ya hoy incomprensibles: el fracaso político y moral de los bloqueos como técnica de lucha social y resistencia civil.

    Oponerse a los bloqueos, además de atender al bando instaurado por el propio gobierno del PRD en el DF, no significa en lo mínimo rechazar las marchas, las protestas en sitios específicos, los plantones, métodos válidos de la libertad de expresión, pero sí es un señalamiento urgente de las consecuencias cada vez más desventuradas de acciones de esta índole en una capital cada vez más desvencijada.

    Del embotellamiento y sus "cubículos instantáneos"

    El pasajero retorna a la mesa redonda de una sola persona, que así podrían llamarse a sus divagaciones: "Por supuesto que se tiene derecho a la protesta, las causas justas deben defenderse. Apoyo sus demandas".

    Un minuto después o un minuto antes, emerge el otro punto de vista, igualmente férreo: "Por supuesto que no pueden ni deben perjudicar a tantos así nomás. A las causas que desdeñan los intereses legítimos de terceros se les vuelve cuesta arriba llamar a la solidaridad". Se vuelve belicoso el debate en la conciencia del pasajero o del transeúnte a la fuerza.

    Los "embotellados" o "peatonalizados" se acuerdan de sus derechos, y el asunto no se resuelve al señalarse la extrema fragilidad del tránsito en la ciudad de México, al que quebrantan por igual manifestaciones, juegos de futbol, visitas papales, lluvias, trombas, accidentes. Esto sí, pero no tiene sentido.

    Lo que no procede es enfrentar el libre tránsito con la libertad de expresión y movilización. Dicho de otra manera, ningún movimiento prospera sobre el encono ciudadano, sobre acciones que resisten a la injusticia afectando a quienes no tienen porqué asumir esos costos.

    "Perdone usted las molestias que le causa su incomodidad"

    Por razones más que evidentes, un bloqueo no demanda la simpatía social. Esto hace mucho que salta a la vista. Desde hace una década, grupos pequeños han bloqueado por horas una gran avenida o una entrada a la ciudad de México, manifestantes de colonias populares han ocupado cuadras enteras con dos o tres personas, los manifestantes han caminando con la lentitud que intensifica la histeria de las horas pico, los campamentos en Paseo de la Reforma canjean su paciencia por la música a todo volumen. Sin decirlo específicamente, pero con vehemencia, se declara la guerra entre los bloqueadores, los automovilistas, peatones y comerciantes. Mientras a las causas las primeras las envuelven las brumas del hartazgo.

    "Yo apoyo si me apoyan"

    De manera penosa, las libertades de expresión y la historia de los afectados se enfrentan. El embotellamiento es una institución de la paciencia, o quizás un humilde aprendizaje del uso del tiempo en la eternidad, y si la sobrepoblación todo lo inunda y mediatiza la condición de "embotellable" (el iluso que se proponía llegar puntualmente a su destino) se vuelve un amargo don adaptativo.

    Las manifestaciones se suceden, y de paso las querellas sobre los vínculos entre la inversión térmica y la libertad de expresión, y en una semana cualquiera, por ejemplo, se apoderan de un trecho del Periférico o sojuzgan el Paseo de la Reforma o avanzan hacia el zócalo, choferes de autobuses que protestan por la destrucción de su sindicato, colones que reclaman dotación de servicios, grupos de Tabasco o de Oaxaca que protestan por el despojo de tierras, madres de familia que se oponen a la carestía y el alza del IVA, grupos de deudores que condenan la usura bancaria, estudiantes que se oponen al aumento de las colegiaturas, empleados del Seguro Social, la coalición Por el Bien de Todos.

    La regularidad de los bloqueos no los legitima. Durante medio siglo, marchar es asunto riesgoso para los que resisten y a las prohibiciones expresas de Gobernación se agregan las golpizas de granaderos y judiciales, con los arrestos consiguientes. Pero el impacto trágico del 68, modifica las reglas del juego y el último intento a la antigüita de reprimir se produce el 10 de junio de 1971. Luego, la estrategia siguiente se aclara en el sexenio de José López Portillo: "Que griten y se desahoguen, porque si gritan y se les reprime, no se callan". Y el profesor Carlos Hank González, regente del DF, propone el manifestódromo (sic) para que allí den vueltas los contestatarios, una salida circular que convierte la protesta en show optativo y que Orwell no tuvo en cuenta en 1984.

    Catch -22: las clases dominantes no conceden nada y aguardan el desgaste, la izquierda se desespera e insiste en acciones que provocan rechazo en su espacio natural. Nadie cede, todos pierden, una parte retiene el poder.

    "Dame la N, dame la A, dame la D, dame la A. ¿Qué dice ?"

    El bloqueo pertenece a un orden muy distinto a las marchas. En la calle, los movimientos exhiben su fuerza, su ansiedad climática, su utilización del repertorio estereotípico (del "Pueblo unido jamás será vencido" a "Lucha, lucha, lucha/ no dejes de luchar,/ por un gobierno obrero,/ campesino y popular"), a la imaginación mostrada este año. Y antes de 2006 las marchas son el mejor barómetro o exitómetro, las primeras son desbordadas y entusiastas; las del final se debilitan necesariamente. En la era del PRI la consigna del gobierno se funda en la paciencia en lo alto de la pirámide: "Gritan Sancho, señal que se cansaron".

    A los de arriba los bloqueos y las marchas no les preocupan. Los funcionarios y los C.E.O. se eximen del tráfico y que se frieguen los carentes de helicópteros y oficinas alternas, los incautos hundidos en el mar de vehículos varados. Y ya en 1999 un fenómeno lamentable en la UNAM, el Consejo General de Huelga (CGH), marca una recepción distinta de las marchas. Antes, con la obviedad del caso, se quiere ganar la simpatía de los transeúntes y los embotellados, convencerlos de que los motivos de las inmovilizaciones en algo compensan las molestias ocasionadas. "Únete pueblo/ Policía, escucha, tu hijo está en la lucha". Pero la opresión urbana y las características de grupos como el CGH afectan la solidaridad.

    Cuando el bloqueo nos alcanza

    Los bloqueos prolongados castigan a la población, a la ciudad, a la energía de los participantes, a la reiteración de los motivos de una causa, a la racionalidad, a la economía, al turismo, al desarrollo de las ideas, a la capacidad de síntesis de un movimiento. Se asocian la irritación y la moraleja a mano: "Si esto hacen ahora, así piensan gobernar".

    El adversario o el enemigo desborda actos de suprema bajeza, fraudes, tácticas de la guerra sucia, esto sin duda, pero sin olvidar que adversarios y enemigos también tienen derechos urbanos, el bloqueo se ensaña radicalmente con muchísimos partidarios y simpatizantes que, al no explicar debidamente los líderes de la coalición la racionalidad del procedimiento, lo consideran irracional y lesivo a sus intereses. Se pierde dinero, se acumulan fatigas, se dilapida el tiempo de trabajo, se concentra la irritación y, por lo común, el bloqueo subraya la insensibilidad del liderazgo de un movimiento que el país necesita crítico, racional y generoso.

    * * *

    El peatón a la fuerza se considera progresista, no faltaba más, eso lo hace sentirse singular en un medio derechizado con tanto cinismo. Pero la espera y los ruidos y el fastidio que se esparce la condena y la sensación de que todo es inútil deriva en sensaciones coléricas: ¿Qué les sucede a los compañeros, por qué no advierten que el ejercicio de sus derechos no elimina los derechos ajenos? ¿Qué nomás así cancelan la vialidad?

    Las preguntas aturden. ¿No se estará volviendo este peatonizado, uno de tantos, un reaccionario? Por supuesto que no, él respeta la libre expresión, no faltaba más, pero sucede que si a uno se lo lleva el carajo, a los responsables de la situación debería preocuparles que su causa, con lo fundamental que es, también quedó bloqueada.

    Escritor



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