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Ricardo Raphael

La ocurrencia de Fuentes

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    28 de julio de 2006

    En esta última semana, las irresponsabilidades de los candidatos han pasado a segundo plano. No se debe a que, de un día para otro, se hayan convertido a la sensatez. Lo que sucede es que las ocurrencias de otras almas más protagónicas han ganado el primer lugar bajo los reflectores.

    Ocurrencias, que no ideas, tal como distinguiera Oscar Wilde. Las primeras están hechas de materia inestable y por tanto explosiva. Son hijas de la velocidad, del pensamiento urgente, de la necesidad de decir algo, cualquier cosa, con tal de que su emisor no se quede fuera del debate. La ideas, en cambio, son aquellas que, sin ser tan llamativas, tienen por objeto asentar la reflexión. Poseen como anclas a la solidez y a la coherencia. Surgen del examen cuidadoso de las situaciones y de la exploración meticulosa de los contextos. Por eso miran hacia el futuro y permanecen en el tiempo. A diferencia de las ocurrencias, por sobre todas las cosas, las ideas respetan a la inteligencia de sus voceros.

    En estos días, la política mexicana es generosa en las primeras y muy parca para las segundas. Abundan las frases cortas y rápidas que resuenan fuerte, pero que significan poco. Son el resultado del triunfo de la cultura del spot. Las ocurrencias tienen suerte porque los mexicanos no estamos de humor riguroso para exigir reflexiones mejor hechas. Andamos enamorados de los slogans. Injusto sería echarle la culpa exclusiva de esta situación a los políticos mexicanos. Cierto es que su proclividad hacia el simplismo es inmensa, pero no son los únicos, ni los primeros responsables de tanta frivolidad. Hasta las mentes que otrora brillaban por inteligentes andan abrumando con temeridades.

    Para ejemplo basta un botón. La semana pasada el escritor Carlos Fuentes redactó, para el periódico Reforma, un artículo sobre el presidente Portes Gil. Se atrevió a ponerle como ejemplo de lo bien que podría irle a nuestro país si, producto de las deliberaciones del Tribunal Electoral, México tuviera de nuevo un jefe interino del poder Ejecutivo.

    El argumento es asombrosamente tosco: porque Portes Gil fue un buen presidente interino, nada de malo tendría que en estos complejos días los mexicanos nos procurásemos nuevamente de uno como aquél.

    La pluma que escribiera esas líneas extravió en el camino algunas consideraciones que le eran sinceramente necesarias. En su época, después de las convulsiones sociales que sufriera México, Portes Gil pudo gobernar gracias a que detrás suyo estaba Plutarco Elías Calles, un individuo todo poderosos que, sin estar sujeto a ningún poder legalmente constituido, pudo hacer y deshacer mientras sus amanuenses se sentaron en la silla presidencial. Aquél interinato funcionó bien porque sobre el presidente mandaba un super presidente.

    ¿En qué Calles andaría extraviado el autor de la Región más transparente del aire cuando se puso a cavilar sobre Portes Gil? Aquel interinato no fue producto de un pacto social, de la conciliación o de un acuerdo mínimo entre facciones. Fue, en todo caso, resultado de una imposición arbitraria de aquel gran caudillo de la Revolución. ¿Qué virtudes traería repetir el episodio? ¿Quién se pondría detrás del títere? Peor aún, ¿qué tipo de títere podríamos obtener en las actuales circunstancias?

    Para dimensionar la vacuidad de la propuesta, tiene sentido imaginar lo que ocurriría si, en efecto, el Tribunal Electoral concluyera proponiendo la nulidad de la reciente elección presidencial. El actual Congreso tendría que nombrar a un jefe del ejecutivo que gobernara para los próximos 14 o 18 meses.

    Este individuo necesitaría de los votos de los legisladores surgidos de la pasada contienda. Tal cosa quiere decir que ningún partido, por sí solo, podría elegirle. Se necesitarían alianzas entre, al menos, dos de las tres grandes fuerzas electorales. Y dado que, a pesar de haber obtenido el tercer lugar, es el PRI el partido bisagra del actual Congreso, sería probablemente el tricolor el gran beneficiario de tal enjuague. Cualquiera de los otros dos partidos que aceptase a un priísta como interino lograría hacerse de la necesaria mayoría para participar en el nombramiento del anómalo presidente.

    Paradojas de la historia: de resolverse las cosas como deseara Fuentes, serían los herederos de Calles y de Portes Gil quienes de nuevo llevarían mano para imponer su voluntad. ¿Sería tal cosa en lo que este Premio Cervantes estaba pensando cuando escribió su desafortunado artículo?, ¿o se trató de una mera ocurrencia del escritor?

    Profesor del ITESM



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