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Ricardo Raphael

El triunfo de Andrés

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    07 de julio de 2006

    S i bien el Tribunal Electoral tiene hasta el día 6 de septiembre para validar la elección presidencial, no es necesario esperar tanto tiempo para valorar las varias y muy importantes victorias de Andrés Manuel López Obrador.

    Hoy este líder político amanece como el capitán más legítimo de la nave donde habrá de seguir navegando la izquierda democrática. Es el rostro digno de una larga y escabrosa historia que en nuestro país comenzó con la clandestinidad y la persecución de los años 50 y 60. Una zaga que se continuó con varias centenas de encarcelados en las húmedas paredes de Lecumberri y que, en el extremo, se expresó en los movimientos guerrilleros de los años 70.

    Lo quieran o no los fundadores del movimiento cardenista, López Obrador se ha ganado a pulso ser uno de sus herederos más reconocidos. Guardián de la memoria sobre la inmoral y deliberada persecución política que el gobierno de Carlos Salinas de Gortari emprendió contra el PRD durante sus primeros años de vida. El presidente del sol azteca que logró expandir las victorias electorales de su partido más allá de los linderos donde se quedaron las cosas en 1988.

    El gobernante de la izquierda que enfrentó uno a uno los embates del poder conservador mexicano. Quien sorteó la asfixia financiera en la que sus opositores quisieron colocarle como gobernante de la ciudad de México. Quien resistió ante el autoritario intento del gobierno federal para sacarlo de la contienda, quien vivió con dignidad los aciagos días del desafuero, quien logró librar, antes y durante la campaña, la perversa estrategia que una y otra vez le acusó de ser un peligro para México. El hombre que desafió la validación de esta absurda conjetura hecha un día sí y otro también por Vicente Fox Quesada.

    A pesar de toda esa historia recorrida, y en contra de tanto viento sofocante, López Obrador logró que cerca de 15 millones de mexicanos apostaran por la izquierda. Un logro histórico si se asume que, a diferencia de los votos obtenidos en 1988, en esta ocasión no fue un movimiento social quien concurrió a las elecciones, sino una institución partidaria y organizada de militantes que decidió revolucionar las cosas a través de los cauces democráticos.

    Los electores que emitieron su voto a favor de Andrés Manuel compartieron con él una serie de valores. Concretamente asumieron como asunto central de la vida política mexicana el tantas veces postergado tema de la desigualdad.

    Con una retórica que a muchos pareció exagerada, este candidato clarificó la gran diferencia que existe entre la izquierda y la derecha. Después de esta campaña hoy no cabe la ambigüedad. Por un lado están los que colocan a la desigualdad en el primer lugar de las prioridades de la política democrática y, por el otro, quienes la consideran como un problema que todavía puede esperar. Los que quieren que además de la política, también la economía se democratice, y quienes no están dispuestos a perder uno solo de sus privilegios.

    Quizá lo más notable de esta contienda es que López Obrador se convirtió en el candidato más creíble para defender la justicia social. En esta elección le arrebató al PRI su bandera más preciada.

    Sin embargo, a pesar de todos estos logros, es muy probable que el próximo presidente de la República vaya a ser Felipe Calderón Hinojosa. El panista que ganó por una nariz.

    Tengo para mí que la pregunta más importante que López Obrador habría de estar haciéndose en estas horas es si se queda mirando hacia el pasado o se pone a construir para el futuro. ¿Empantanarse en una defensa electoral que terminará siendo estéril o asegurarse de que, en la próxima ocasión, la izquierda mexicana corone su accidentado recorrido para desterrar las desigualdades?

    De lo que haga López Obrador en los próximos días dependerá que la confianza que depositaron en él tantos millones de mexicanos se robustezca. Sus electores quieren ver a un justiciero en el poder, pero también necesitan creer que se trata de un justiciero democrático. Alguien que además de inflamar ánimos sabe dar tranquilidades.

    Estos son días donde, para inspirarse, en lugar de ponerse a escarbar en las grietas de los códigos electorales, mejor valdría la pena visitar las biografías de Francois Mitterrand, Ricardo Lagos, o Luiz Inácio Lula da Silva.

    Profesor del ITESM



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