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Ricardo Raphael

¿De quién es el populismo?

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    02 de junio de 2006

    De demagogo y peligroso se ha tratado de nuevo a Andrés Manuel López Obrador por la propuesta económica que hizo el martes pasado para transferir recursos del Estado directamente hacia todos aquellos mexicanos que hoy ganan menos de 9 mil pesos mensuales.

    Y es que en efecto, por la brevedad a la que está sometido todo spot televisivo y también por las formas simplistas en que una propuesta así puede presentarse durante una campaña electoral, este planteamiento del candidato perredista tiene muchos flancos vulnerables. Los suficientes, por lo pronto, para que éste se haya convertido en el tema de discusión más importante de la semana.

    Sin embargo, llama la atención el poquísimo análisis dedicado, no a la propuesta formulada por Rogelio Ramírez de la O, sino a la racionalidad económica que subyace detrás de ella. A la reflexión teórica que muchísimos otros especialistas en el mundo han dedicado para pensar el tema de los mercados contraídos por la pobreza: los mercados donde concurren pocos consumidores, que demandan pocos productos, que por consecuencia sostienen una oferta productiva muy limitada y que entonces no generan empleos suficientes y bien remunerados para su población.

    Cabe subrayar que en una parte de la propuesta, tanto López Obrador y Felipe Calderón coinciden plenamente: México requiere de un impulso potentísimo para la creación de empleo. Sin embargo, la diferencie radica en la elección de los instrumentos para lograrlo. El planteamiento del candidato panista contiene una sola herramienta: incrementar la competitividad de las empresas mexicanas para que éstas, a su vez, generen más empleos.

    Se trata de una propuesta que no tiene nada de novedosa. Su racionalidad económica lleva andando ya 15 años en el ejercicio del gobierno económico sin aportar resultados satisfactorios. De acuerdo con análisis hechos por el economista Ricardo Becerra Laguna, en México 6.1 millones de mexicanos sobreviven con menos de mil 357 pesos al mes y sólo 10.4% de la población económicamente ocupada obtiene más de 6 mil 700 pesos mensuales.

    Por lo pronto, durante el año pasado, el ingreso anual promedio de los trabajadores mexicanos fue de 6 mil 800 dólares, es decir, 200 pesos diarios (Encuesta de Ocupación del INEGI).

    A estas cifras que para muchos despiertan un sentimiento tan indiferente como otorgarle una limosna al niño de la calle, hay que añadir otra realidad: los siguientes 20 años serán vitales para el futuro de la nación mexicana debido a la juventud de la población que año con año está entrando al mercado del trabajo. Cerca de un millón 100 mil personas están requiriendo un empleo en nuestro país anualmente. Y la economía mexicana no está siendo capaz de satisfacer formalmente a más de una tercera parte de esa demanda. Lo cual hace que cerca de medio millón de mexicanos se vea obligado a buscarse la vida del otro lado de la frontera y que, aproximadamente, 250 mil mexicanos engrosen anualmente las filas de la economía informal.

    A estos hechos es necesario sumar otro elemento: si los estadounidenses cumplen sus propósitos y sellan la frontera, a partir del año próximo 500 mil mexicanos se quedarán fuera de toda posibilidad de sobrevivir, ni aquí, ni fuera del país. A este paso, en dos décadas México será un país viejo, pobre, quebrado y, desde luego, sin alternativa alguna.

    Vistas así las cosas resulta ingenuo seguir apostando a la mejora eventual de la competitividad mexicana como si fuera la única solución para resolver la crisis anunciada. Nadie reniega de su necesidad pero es una condición más que insuficiente para generar la cantidad de empleo que se requerirá en el futuro. Dicho en otros términos, ha llegado el momento de reformar el modelo económico seguido en México desde los años 90.

    Esto no quiere decir que los gobiernos mexicanos tengan que regresar al populismo económico de los 70, sino que se requiere pensar un nuevo modelo híbrido que permita, con estabilidad económica, darle un gran empujón a nuestra economía para que, al menos, duplique su tasa de crecimiento.

    Tal cosa sólo sería posible, vale la pena ver de cerca la racionalidad económica detrás de la propuesta lopezobradorista, haciendo una gran inversión en obras de infraestructura y estimulando el consumo directo de los que menos tienen.

    Profesor del ITESM



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