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Ricardo Raphael

Canon de veracidad

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    26 de mayo de 2006

    Esta contienda electoral se está volviendo indigerible. Insoportablemente tediosa, por larga y por absurda. A los mexicanos nos urge que llegue el 2 de julio para terminar de una vez por todas con esta charada.

    No son los candidatos quienes hoy compiten, sino sus caricaturas. Tampoco sus propuestas las que en estos días se contrastan, sino sus habilidades para poner señuelos, para inventar mitos, para proferir falsedades. Los equipos de campaña son meras hogueras donde se cocinan escandalosos mensajes sin sentido. Mentiras que no resisten la prueba de la evidencia, que se disuelven al menor contacto con la realidad.

    Los mexicanos nos amanecemos todos los días frente a un sembradío de palabras adulteradas. De términos abundantes en uñas y dientes, pero vacíos de toda veracidad. La lista de disparates es enorme: "el candidato-peligro", "la elección de Estado", "el fin de la democracia", "la conjura de El Innombrable", "la guerra sucia", "la violencia orquestada", "el PRIAN", "el PRID", "el regreso del populismo", "Fox-Ordaz", "AMLO-Chávez". Todos son términos que distraen de lo que sinceramente importa. Ocultan información valiosa y niegan perspectiva a la inteligencia. Pero por sobre todas las cosas: impiden al ciudadano hacerse de un juicio objetivo sobre la opción de su conveniencia a la hora de votar.

    Ésta no es, ni puede ser, una elección de Estado. Por si andaban despistados los vociferantes, ya no existe el partido único. El Congreso es y seguirá siendo plural. Los gobiernos locales son y seguirán siendo de muchos colores. Los órganos electorales son y seguirán siendo autónomos. Los medios de comunicación son, en todos los sentidos, incontrolables. Vicente Fox nada tiene que ver con Díaz Ordaz y la transformación del país en los últimos 38 años ha sido de tal magnitud que si un presidente quisiera actuar como aquel que ordenó la matanza de Tlatelolco, con toda seguridad no duraría ni tres días con la banda puesta.

    Ahora bien, es difícil negar que el jefe del Ejecutivo abusa de su autoridad cada vez que declara impertinencias en contra de la oposición y que también lo hace cuando su gobierno filtra expedientes confidenciales para golpear a los adversarios de su candidato; pero de ahí a decir que su inadecuado activismo ha de entenderse ahora como la prueba de un golpe fatal a la democracia es ir demasiado lejos. La diferencia entre la elección de Estado y el abuso de autoridad es sinceramente abismal.

    En este proceso tampoco contiende un candidato que represente un peligro para México. La evidencia de que la izquierda electoral ha hecho las paces con la democracia es incuestionable. Igual lo es su compromiso con la economía de mercado y también con la estabilidad financiera. Si se revisan la cuentas en los estados donde ha gobernado el PRD, es difícil argumentar lo contrario. Por ningún lado se mira el populismo económico en sus administraciones, ni tampoco el autoritarismo antidemocrático en sus respectivos gobiernos.

    Sin embargo, es un hecho que la izquierda sigue siendo la izquierda. Además de ser tribal y corporativa (sus dos grandes defectos), la izquierda es alérgica a los monopolios y a la concentración abusiva de la riqueza. En sus valores está no comulgar excesivamente con los ricos sino más bien con los desposeídos. Tal forma de entender la política puede parecer riesgosa para algunos, pero de ahí a asumir que se trata de una opción que amenaza peligrosamente al futuro del país es nuevamente una manida exageración.

    Lo cierto es que por estos días el rosario de infundios es interminable. Sin importar que nuestra recién estrenada democracia resbale por la rampa enlodada del descrédito, los partidarios de cada lado ametrallan a mansalva con sus falsedades. Por fortuna esta semana el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación irrumpió en el escenario con un severo llamado a la sensatez. Instruyó para que todos los partidos se apeguen al canon de veracidad al que por ley están obligados. Con su resolución en contra de la llamada campaña negativa puso por encima de todas las cosas el derecho del ciudadano para disponer de información confiable, creíble y racional. El mensaje de esta autoridad fue impecable: las campañas sólo tienen sentido en la medida en que alimentan el discernimiento de los votantes y, por tanto, faltan a su propósito cuando lo que buscan es engañar o burlar al electorado.

    Profesor del ITESM



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