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Carlos Monsiváis

Sobre "la violencia popular"

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...

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    07 de mayo de 2006

    Este sexenio, tal vez más pronunciadamente que en los anteriores, si no por otro motivo por la intensísima atención mediática, se caracteriza por lo caudaloso de la "violencia popular". Si entrecomillo la expresión es por la lectura distorsionada de los hechos que domina en la información. Reviso algunos episodios:

    - Los linchamientos, muy en especial los de dos policías torturados y asesinados en Tláhuac a la vista de las cámaras. A este fenómeno monstruoso corresponden decenas de acciones al año con intentos de asesinato y homicidios de seres destruidos por las multitud a cuenta de un robo insignificante, de acusaciones de "brujería", de una violación, de un asesinato, todo sin juicio, todo sobre la marcha, los avatares de la justicia por propia mano, de la "cólera popular".

    - La masificación del ajuste de cuentas del narcotráfico con su cuota diaria de asesinatos precedidos por torturas rabiosas.

    - Las batallas campales de alta intensidad en los eventos deportivos, al convertirse los equipos en causas patrióticas o su equivalente.

    Dejo al último los acontecimientos en Ciudad Lázaro Cárdenas, Texcoco y San Salvador Atenco, situados a "pantalla abierta" por el ya inevitable seguimiento mediático. En estos hechos, los protagonistas de un lado y otro son -uso la expresión inevitable- gente del pueblo, por origen de clase, salario, modo de vida y asignación de oportunidades en la escala jerárquica. Los policías son gente del pueblo, y lo son los radicales de Atenco, como, también, con esos salarios no pueden sino serlo los mineros de Pasta de Conchos y Sicartsa, y lo son los policías linchados en Tláhuac o agredidos con barbarie en Texcoco, y nada más eso consiguen ser las personas golpeadas hasta la renovación del cansancio en la toma policíaca de Atenco (hay denuncias de cuatro muertes), y lo son por cómo viven y cómo mueren casi todos los narcos menores cuyos cuerpos se abandonan en parajes desolados o en cajuelas de autos. Vista desde fuera la violencia de este tiempo parece sólo atribuible al "México Bronco", de los grupos sociales cuya indefensión primordial es el comienzo de su obituario precoz.

    II

    La derecha, ahora tan activa, desafiante, con halo mercadológico, y el correspondiente tartamudeo ideológico y cultural, se obstina en su cargo: López Obrador "polariza" el país, lo divide en buenos y malos y pobres y ricos. Al insistir, cree que ya exorcizó a sus fantasmas, el primero de los cuales es la violencia popular que acecha a las puertas del club de golf o de la boda de los vástagos de dos dinastías "que nos regalan con su presencia". Y al hablar de "polarización" describen de nuevo el orgullo que les provoca su capacidad de consumo y la mezcla de rabia y contento que les sobreviene al calcular como los envidian. El panorama es perfecto según al evangelio de los oligarcas cuyo apoyo a Felipe Calderón equivale a la compra del amuleto que detendrá a la plebe, la chusma, el vulgo, la turba, unas horas antes de que inicien el saqueo de panaderías de lujo y residencias de varios niveles. Léase de este modo: los pobres, (el pópolo) se asesinan entre sí y a nosotros (el no pópolo) nos queda horrorizarnos, exigir que caiga sobre ellos todo el peso de la ley (ese conjunto de disposiciones judiciales cuyo punto de partida es la impunidad concedida a los poderosos), y nos toca comentar al almorzar con los dignatarios eclesiásticos: "Esto tiene un origen: el desastre de la educación pública. El Estado debería cerrar las escuelas públicas, becar a todos los pobres en las escuelas de los Legionarios de Cristo, y renunciar a cualquier papel educativo".

    III

    Las imágenes de Texcoco y Atenco, por repetidas ya inscritas en la mirada social, dan noticia de la violencia popular, y también, y con precisión, de la violencia de las autoridades dispuestas al arrasamiento, y de la burguesía que, entre otras hazañas, le cierra todos los caminos a los pobres, instruye a los cuerpos policiacos para combatir con ferocidad a sus iguales en el reparto del ingreso, crea los ghettos de miseria y pobreza en donde, a dentelladas, se forjan las psicologías, cercena con desenfado las posibilidades educativas de las mayorías, arma campañas mediáticas dedicadas al exterminio de las interpretaciones que en primerísimo lugar incluyan a la burguesía como patrocinadora (está bien, me modernizo: como sponsor) de la lucha de los pobres contra los pobres.

    Es la burguesía -el término es viejo, lo que designa se renueva por los buenos oficios de la impunidad- la que promueve el circo mediático en los alrededores de Pasta de Conchos; son los grandes empresarios los que envían a las policías federales y estatales al desalojo con saldo trágico en Sicartsa; es el empresariado el que considera justa y necesaria la desigualdad social y ve en el desempleo masivo y el subempleo el muestrario de la falta de "contactos apropiados" de los desharrapados; son los grandes intereses nacionales y transnacionales los que al prodigar el desempleo auspician la guerra interclasista por la posesión de un pedazo de banqueta (un puesto en la acera es un territorio de conquista); son los monopolistas de la información los que depositan toda la culpa de la violencia de los pobres.

    IV

    Explicar no es justificar ni mucho menos. Nada justifica a la turba que agrede con saña a los policías en Tláhuac y Texcoco, nada justifica a los policías que le disparan a los obreros en Ciudad Lázaro Cárdenas o a los que, por ejemplo, brincan en un pickup sobre los cuerpos de jóvenes detenidos; nada disminuye la responsabilidad de las autoridades felices con la represión o de quienes en los mítines exhortan al desquite: "Camarada, tu muerte será vengada".

    Nada justifica las atrocidades del lado que se den, pero ningún análisis procede si se deja de lado la mayor responsabilidad de las autoridades, en el caso de Atenco de los gobiernos federal y estatal, y si no se examina el regocijo sanguinolento que emprende la revancha y exhibe lo muy ilegal del ejercicio de la violencia legítima. Se le pregunta al comisionado de la Agencia de Seguridad Estatal, Wilfrido Robledo Madrid:

    -¿Usted dará una explicación, una justificación, del por qué a los detenidos se les propinó una tremenda golpiza?

    -No habrá ninguna explicación. No hay nada que justificar.

    -¿Están aplicando la Ley del Talión?

    -Esa conclusión... sáquenla ustedes. Yo no voy a dar ninguna explicación, ya les dije.

    ¿Qué se agrega a tanta elocuencia? ¿Y cómo se aprecia "la violencia popular" sin examinar en primer término a la violencia ejercida por la burguesía y sus gobiernos?

    Escritor



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