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Ernesto López Portillo Vargas

El narcotráfico evoluciona

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    06 de mayo de 2006

    A lgunos expertos lo previeron hace 15 años: el narcotráfico crecerá en México de tal manera que no podrá ser contenido y la violencia será el mayor de todos los costos. La previsión se ha cumplido. La primera y obvia pregunta es: ¿por qué no evolucionaron los instrumentos del Estado para enfrentar el fenómeno, más allá de la creación de leyes especializadas para la investigación y el castigo penal de la delincuencia organizada y del escalamiento en la participación de las Fuerzas Armadas?

    Nadie puede negar la larga lista de acciones inéditas para combatir la oferta de drogas. Al mismo tiempo, imposible rebatir el crecimiento del mercado. En 1981 un gramo de cocaína le costaba al consumidor en la calle de Estados Unidos 200 dólares, hoy le cuesta 37. El precio de la heroína, en la misma proporción, era de 2 mil dólares y ahora equivale a 361. La pureza de la cocaína equivalía a 56% en 1981 y ahora llega a más de 60%. La de la heroína brincó de 12 a 46%.

    En todo ese lapso el combate al narcotráfico creció desmesuradamente. El número de personas encarceladas por esa actividad en América Latina durante 1981 fue 45 mil 272, mientras que en 2003 llegó a casi 500 mil personas. Asimismo, Estados Unidos gastó 373 millones de dólares fuera de sus fronteras para combatir el fenómeno en 1981, y hace dos años ese gasto llegó a 3 mil 252 millones. Veinticinco años han pasado. Diez veces más gente a la cárcel y 10 veces más recursos gastados y los precios de la droga están cerca o en su precio más bajo de la historia, al tiempo que el producto llega de mejor calidad a las manos del consumidor final (www.wola.org).

    Mi tesis es que la intervención del Estado no cuenta con mecanismos suficientes de adaptación, mientras el narcotráfico sí. Consecuencia: el mercado de las drogas ilegales se transforma y expande, la respuesta del Estado no. Sostengo que nuestras autoridades aplican más de la misma medicina, cuando la enfermedad requiere otras.

    Atrás de esto hay una explicación muy clara. Los gobiernos comparten una lectura errónea -el diagnóstico, en rigor, no está construido. Para todo efecto práctico clasifican al narcotráfico sólo como un problema penal y la solución aparece como obvia: más castigo penal. La perspectiva dominante aísla al narcotráfico del contexto, cuando es precisamente el contexto el que le da vida al narcotráfico. Y cuando me refiero al contexto hablo de circunstancias políticas, sociales, económicas y culturales. Así de amplio y así de complejo. Hay quienes simplifican el problema a un asunto económico. Afirman que el crecimiento económico y del empleo resolvería el problema. Tal vez, pero tal vez no. En Chile el crecimiento económico y el delictivo se han acompañado. En Bogotá, en cambio, la reducción del delito y el crecimiento del desempleo han ido de la mano. En todo caso, el problema es mucho más que penal y México no tiene su diagnóstico propio, técnico y suficiente.

    La violencia crecerá más debido a que el mercado está pulverizado y la lucha por controlarlo no tiene más reglas que la imposición del más fuerte. El Estado, además de también estar pulverizado, no logra contener la penetración del narcotráfico en sus instituciones.

    El presidente que viene tiene dos caminos: de la mano de EU, escalar al máximo posible la intensidad del combate a la oferta, con un costo impredecible, o construir una política pública de Estado que, primero, equilibre el combate a la oferta y la demanda y, segundo, proporcione instrumentos diferenciados para intervenciones locales, regionales y nacionales. Insumo indispensable para esta política será mirar las experiencias de éxito que se viene produciendo en América Latina.

    Presidente del Instituto para la Seguridad y la Democracia, AC



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