aviso-oportuno.com.mx

Suscríbase por internet o llame al 5237-0800




Ricardo Raphael

Imágenes de la violencia

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

Más de Ricardo Raphael



ARTÍCULOS ANTERIORES


    Ver más artículos

    05 de mayo de 2006

    Los machetes están de vuelta, en el mismo lugar y con la misma gente. La única diferencia es que antes se trataba de la disputa por un aeropuerto y ahora por un pedazo de banqueta donde vender un ramillete de flores. Sin embargo, el mensaje de los enojados permanece idéntico. Dicen los provocadores que pueden estar fuera de la legalidad pero que son más legítimos que el Estado mexicano.

    Fue con estas palabras que hace poco más de tres años un grupo de choque se impuso al gobierno con el objeto de arrebatarle al país una infraestructura que le era vital para su desarrollo. Gracias a aquella revuelta los macheteros defendieron, hasta las últimas consecuencias, la pequeñez de sus ambiciones. Al final se quedaron anclados en el peor de todos los escenarios: con un pedazo de tierra improductiva y cero expectativas para vender sus flores más allá de las banquetas.

    La miseria de sus demandas de esta semana es una prueba irrefutable de lo que perdieron durante la batalla pasada. Lo sorprendente es que con el paso del tiempo no haya cambiado su discurso. Hoy se siguen asumiendo orgullosamente broncos, antirrazonables y capaces de todo con tal de demostrar que les respalda la razón de lo que ellos llaman "el pueblo".

    También por parte del Estado se ha vuelto a transmitir el mismo recado: las calles sin control, los policías golpeados, la marabunta desbocada. La imagen de un poder institucional que transmite timidez, inseguridad, falta de organización, insuficiencia e ineficacia.

    Es imposible separar estas imágenes de las otras venidas de Michoacán, o de la mina de Pasta de Conchos, o de las cabezas de dos policías decapitados en el puerto de Acapulco. Todos esos hechos se hilvanan perversamente para recordarnos que, en efecto, hay un México que no quiere creer en la resolución legal y pacífica de los conflictos y también para exhibir que contamos con un Estado que reacciona lerdo y mal frente a sus detractores.

    Como marco de esta fotografía del desorden está, desde luego, el proceso electoral en curso. Por un camino transita el México que sí apuesta a dirimir las controversias ciñéndose a las reglas de la democracia y, por el otro, el que asume que en nuestro país las elecciones y la ley son instrumentos exclusivos de los poderosos. Por un lado está la campaña de los demócratas y por el otro la otra campaña, la de los añorantes de la revolución iluminada.

    Ante este escenario la gran mayoría de los mexicanos tiene ya una decisión tomada: prefiere la democracia que construye futuro, al autoritarismo turbado y violento que nos confina a la irremediable pequeñez. Estamos dispuestos a resolver nuestros problemas y diferencias por la vía electoral y no a través del apaleo de policías.

    Si algo debería quedarles claro a los atencos de ayer y también a los de hoy es que su autoritarismo mesiánico no es aceptable para el resto de nosotros y que su violencia injustificada no va a encontrar la condescendencia infantil que se nos está exigiendo.

    Hasta hoy la otra campaña, la encabezada por el subcomandante Marcos pero también por Napoleón Gómez Urrutia, cada una en su extremo propio pero demasiado parecidas ambas como para negar su parentesco, no ha encontrado abundantes simpatías. Por el contrario, su entusiasmo por la ilegalidad sólo ha generado ecos de malestar y rechazo.

    Tal cosa no implica que el México que ellos representan haya perecido, pero sí que sus modos y actitudes para hacer política no cuentan con el apoyo de la gran mayoría de la población.

    Utilizando su propio lenguaje: "el pueblo" no está con ellos, no lo están los millones de ciudadanos que ya hemos optado por alejarnos de las demagogias que llevan las cosas hacia callejones sin salida.

    Y es precisamente por esta razón que las imágenes de violencia que han inundado a la prensa durante las últimas semanas sólo pueden comprenderse como parte de un reacomodo, todavía inacabado, entre la barbarie y la civilidad, entre el autoritarismo y la democracia, entre lo viejo y lo que vendrá.

    Un reacomodo que, sin embargo, tiende potentemente a favorecer al México de las instituciones y no al del desgarramiento social.

    Profesor del ITESM



    ARTÍCULO ANTERIOR
    Editorial EL UNIVERSAL Un Hoy No Circula más justo


    PUBLICIDAD.