Como en los viejos tiempos
Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...
Más de Carlos Monsiváis30 de abril de 2006
L as noticias hasta el 25 de abril de 2006: dos mineros y un policía mueren a la entrada de las instalaciones de Sicartsa en Ciudad Lázaro Cárdenas, Michoacán, luego de los disparos de la policía contra los trabajadores (falta esclarecer la muerte del policía).
Los responsables directos son el Presidente de la República, el secretario del Trabajo, el dirigente de la PFP y el gobernador de Michoacán.
Ya más específicamente, un gran responsable es el secretario del Trabajo, Francisco Javier Salazar, que no quiso ni pudo negociar (en su caso querer y poder son dos verbos ausentes). Y también en el círculo de las responsabilidades se encuentran el PRI (la CTM) y el más que sedicente "líder minero" Napoleón Gómez Urrutia (llamarlo "líder minero" es ignorar el significado de ambos vocablos.
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Como en los viejos tiempos del capitalismo salvaje de principios del siglo XX. Como lo evocado magistralmente en las crónicas, los testimonios y los relatos de John Reed, Eugene V. Debs, Emma Goldman, Edmund Wilson, John Steinbeck. Allí están casi todos los elementos, aunque falten los perros amaestrados, los secuestros que terminan en linchamiento y la cárcel a los líderes, un término que excluye a Gómez Urrutia. Sí, algo se avanza aunque, también, se retrocede bastante.
En el siglo XXI los empresarios y sus cortesanos de planta, antiguamente llamados políticos, se impacientan ante las huelgas no tanto por su irracionalidad específica sino por su existencia misma ("técnicas de confrontación muy propias de los comienzos del siglo XX", las definió el presidente Carlos Salinas de Gortari); se enfurecen ante la corrupción sindical (una corrupción auspiciada y costeada con dinero público por los funcionarios y en menor medida por los empresarios); exhuman el habla anticomunista de lo peor de la guerra fría y, sin más, sacan a pasear la expresión "peligrosidad social" que, como bien observa Julio Scherer García, es la reedición penosa del delito de disolución social que se alojó en el Código Penal Federal de 1942 a 1968.
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Véanse las declaraciones de los finalistas del certamen Míster Estado de Derecho 2006 ("Cíñete la banda del winner"). El señor Rubén Aguilar, vocero del presidente Fox, y por tanto persona habituada a descifrar trabalenguas, dice como si tal cosa: "Los obreros no respetaron la ley", y agrega: "El chantaje y las viejas maneras de la política mexicana no tienen lugar en la democracia" (22 de abril de 2006).
Haberlo sabido antes, eso hubiese modificado nuestra opinión sobre consentidos de la Secretaría del Trabajo, la Secretaría de Gobernación y el presidente Fox como el gran cazador de hornos de microondas Joaquín Gamboa Pascoe; el líder Víctor Flores, del Congreso del Trabajo, y el finado Leonardo Rodríguez Alcaine, líder histórico del Sindicato Mexicano de Electricistas, que mereció elogios del régimen del cambio. ¿Y qué comentar de las alabanzas de don Carlos Abascal a don Fidel Velázquez, que siempre tuvo lugar en la democracia?
No hay duda: Napoleón Gómez Urrutia fue un dirigente depredador y otra de las vergüenzas cetemistas, pero al secretario del Trabajo no le tocaba resistir a cualquier negociación, y llamar "coyones" a los trabajadores.
Y la intransigencia que no se detiene ante la victimización exhibe el carácter beatífico del secretario Carlos Abascal. Su director de Comunicación Social, Luis Carlos Migiavacca, declara: "No hay vuelta de hoja. La presencia de la PFP es innegociable. La presencia de la PFP va a continuar al interior de las instalaciones de Sicartsa para salvaguardar las instalaciones y mantener el orden" (23 de abril).
La falta de sensibilidad es la indicada si se quiere exhibir el acatamiento de las políticas neoliberales.
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El líder Elías Morales, reconocido por la Secretaría del Trabajo como "dirigente legítimo" del sindicato de mineros, podría estar, aunque quizás en un plano no muy relevante, en las crónicas de los líderes "concesionados" a los empresarios y las autoridades. (Conste que no dije "vendidos"). Es terso como una declaración de apoyo a sus jefes, es amenazador en todo momento (si entendemos por "amenaza" el gesto hosco y la voz recién desenterrada), y no cree en el prestigio moral, menos que le demuestren que sirve de algo los fines de semana. El señor Morales es tajante: no puedes ceder al chantaje de la gente de Napoleón. Esta gente nunca debió actuar así contra quienes pretendían disuadirlos, se enfrentaron y ahí están las consecuencias (22 de abril).
¿Algo se enteró por casualidad de la presencia en Lázaro Cárdenas de enviados de la empresa o de la filial de la empresa, la Secretaría del Trabajo, que hayan pretendido "disuadir" a sindicato alguno? Es válido y necesario criticar la violencia de los trabajadores, pero en un caso donde no hubo intento de negociación, la crítica fundamental a la violencia debe enderezarse contra las autoridades.
¿Por qué envía esos contingentes la PFP? ¿En qué pensaban los funcionarios de Michoacán al enviar policías armados, así fuera -como expresó el jefe prontamente cesado- con la orden de tirarles a los pies (mejor minusválidos que muertos). ¿Cómo puede un "líder sindical" culpar únicamente a los trabajadores? ¿Por qué, ya entrado en gastos, no pidió el líder Elías Moreno que no permitieran que a los obreros muertos se les negara el camposanto?
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Alberto Núñez Esteva, presidente de Coparmex, organismo que censura con furia a los promotores de la polarización, algo opuesto a la práctica empresarial de la lucha de clases de un solo lado, se lanza a la palestra (v. diccionario). Es concreto y terminal: es un problema delicado. Hacemos un llamado para que el conflicto se resuelva institucionalmente, creemos que ha habido una altísima irresponsabilidad de un grupo de mineros que ha actuado fuera de la ley (22 de abril).
El salto lógico es fenomenal. Sólo en una segunda instancia puede argüirse, sin que tampoco tenga sentido, que la irresponsabilidad de los mineros justifica y vuelve magnífica la represión oficial.
El problema no es la "audacia" o la "intransigencia" de los mineros, sino la audacia y la intransigencia de sus opositores, los ministros y empresarios felices porque el imperio de la ley es toda la tanga que necesitan: ¡tubo, tubo!, juristas instantáneos.
Escritor