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Ricardo Raphael

Cuestión de estrategias

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    28 de abril de 2006

    Mientras Felipe Calderón Hinojosa va subiendo en la escalera de las preferencias electorales, Andrés Manuel López Obrador está tomando la dirección contraria. Así lo registran la mayoría de las encuestas levantadas desde principios del mes de abril. Cuando tantos sondeos distintos apuntan en el mismo sentido resulta absurdo negar la evidencia: mayo comenzará con empate técnico. Son varias las razones de este resultado, unas imputables al desarrollo normal de las elecciones y otras más a las estrategias de los candidatos.

    Esta es la cuarta elección mexicana que podemos reconocer como normalmente democrática. Realmente hoy ninguno de los actores cuenta con ventajas extraordinarias para manipular el proceso. Para bien, son los electores quienes, desde 1994, vienen determinando el resultado electoral. Son sus preferencias las que fijan el marco de la competencia y es precisamente en este hecho donde radica la normalidad.

    Lo extraordinario, tal y como debe ser, es lo que sucede dentro de la cancha del juego. Lo que ocurre con las campañas y sus candidatos. Cada estrategia de campaña posee sus respectivos mensajes, sus preocupaciones y sus valoraciones propias para salir triunfadora, pero ninguna está exenta de cometer equivocaciones.

    Tengo para mí que el resultado en las preferencias electorales reflejado por estos días está demostrando cuáles estrategias de campaña son exitosas y cuáles habrían de ser desechadas. También, cuáles dieron resultado en un primer momento y cuáles se han vuelto contraproducentes.

    Una vez que Felipe Calderón reconoció que su estrategia inicial no le aportaba resultados optó por atacar de frente a su principal adversario acusándole de ser un peligro para la nación. Hay quienes están convencidos de que este mensaje fue el que le aportó los puntos que le separaban de López Obrador. Sin embargo, los que aseveran tal cosa pierden de vista que esa campaña negativa hubiese logrado poco de no haber contado con la complicidad del candidato de la alianza Por el Bien de Todos. En efecto, nada de credibilidad tendría acusar a mi adversario de peligroso si éste no demuestra, por sí mismo, que puedo tener razón.

    Lo sorprendente, en la realidad, es que Andrés Manuel López Obrador se haya colocado del lado del adversario. Primero decidió no acudir al encuentro con los banqueros. Les menospreció, se entiende, por razones históricas relacionadas con el Fobaproa. No obstante, tal desatención dejó flotando en el aire la duda sobre la capacidad que este hombre tendría, tanto para negociar como para enfrentar a los señores del dinero.

    Luego le pidió al Presidente de la República que se callara. Nada hubiera tenido de grave llamarlo, por una vez, gallina vocinglera ("chachalaca"), pero cuando lo hizo por tercera ocasión comenzó a interpretarse como un ataque inconfortable a una institución que goza, nos guste o no, de buena calificación. Inmediatamente después, este candidato usó el bat en contra de otra de las instituciones que poseen buena reputación dentro del país: el IFE. Fue de una gran torpeza atacar a la autoridad electoral cuando más de 60% de los mexicanos le tienen en buena estima.

    Pero el peor de todos los errores, el más grave, fue no ir al debate. Dice Manuel Camacho Solís que tal estrategia se debió al temor que tuvo el candidato perredista de que sus adversarios le convirtieran en el principal blanco de los ataques. Lo importante de esta aclaración es que fue precisamente este mensaje el que recibió el electorado: que López Obrador tuvo miedo a sortear una situación que, de llegar a la Presidencia, habrá de enfrentar todos los días.

    Desde que en 1994 se instalara la normalidad democrática, tanto Ernesto Zedillo como Vicente Fox tuvieron que navegar cotidianamente contra eso: ser blanco de los ataques. Al no asistir al debate, López Obrador desperdició una oportunidad de oro para presentarse como el eventual jefe de un Estado democrático que es capaz de crecerse ante tal adversidad y también frente a otras tantas más.

    Así como en su momento hiciera Felipe Calderón, quien se vio obligado a revisar su propia estrategia de campaña a principios del mes de marzo, ahora le toca el turno a López Obrador. ¿Seguirá siendo cómplice de quienes le anuncian como un peligro para el país o se convertirá en un candidato capaz de demostrar que su oferta política es por una transformación, no riesgosa, sino benéfica para el país?

    Profesor del ITESM



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