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Ricardo Raphael

¿Democracia en peligro?

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...

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    21 de abril de 2006

    Los agoreros del desastre han regre-sado por sus fueros. Ahora resulta que hoy en México todo está en riesgo, todo amenaza, todo es fatídico.

    Leonel Cota Montaño, presidente del PRD, sólo tiene como ocupación conducirnos mentalmente de regreso a 1988, a los tiempos del fraude, de la autoridad ilegítima, de las manifestaciones en las calles, de la movilización en contra del Estado. No cesa de advertir que los poderosos, todos juntos, juegan en contra de su candidato. Que el IFE no es confiable para organizar estas elecciones, que la Presidencia está orquestando una gran estafa, que el candidato de la derecha se prepara para asaltar ilegítimamente el poder. Su única obsesión es la debacle que le vendrá encima al país si López Obrador no ganara la Presidencia de la República.

    Pero Cota Montaño no es una voz solitaria en el desierto. Los conservadores llevan más de dos años construyendo la profecía opuesta. Pregonan sin cesar los peligros insondables que lloverían sobre nuestras tierras si Andrés Manuel surgiese vencedor en las urnas. Según ellos, al día siguiente seremos de nuevo autoritarios, como en los tiempos de Gustavo Díaz Ordaz, y también populistas, como con Luis Echeverría Álvarez o, peor aún, dejaríamos de vivir en México para sufrir en la nueva Venezuela.

    Como sabiamente advirtiera Sabino Bastidas, esta contienda se ha centrado en dos escenarios maniqueos y por ello irritantes: el del grave peligro que representaría para México el que AMLO llegase a la Presidencia o el de la temible amenaza que le sobrevendría a la nación entera si este mismo candidato perdiera la elección. La falsedad y pequeñez de esta alternativa es lo que ha vuelto tan desaseada la contienda. ¿O te adhieres a un peligro o lo haces con el otro? Se trata de un reduccionismo inaceptable, amigo de lo paranoico y majadero con la inteligencia.

    Por más elevada que sea la voz de los amantes de la tragedia, lo cierto es que, en la realidad, la democracia no está en peligro.

    Por más que se hagan esfuerzos para advertir lo contrario, estas campañas siempre serán más pequeñas que el robusto edificio democrático esculpido meticulosamente, durante los últimos 20 años, por los mexicanos. Las campañas electorales son sólo eso: campañas. Juegos de declaraciones, contrapuntos, exposición de las diferencias, exageraciones de la realidad, pero nada más.

    Una disputa de poder, de identidades, de ideas, de visiones, de intereses que hoy por hoy se dirimen en el contexto de la legalidad y, por tanto, de la normalidad democrática.

    Y es precisamente por esta razón que no hay camino que nos vuelva a 1988, o a las aspiraciones autoritarias, ni a los populismos desmesurados, ni al choque de trenes, ni a la revuelta o a la revolución.

    ¡Tengamos algo de respeto por nosotros mismos! Tanta inversión humana para dotarnos de instituciones como las que hoy tenemos no puede esfumarse con el solo soplido del lobo. Aún menos cuando los agoreros del desastre son más bien inmaduros lobeznos.

    En efecto, la democracia mexicana es mucho más robusta que sus detractores. Y las instituciones que le sostienen poseen suficiente firmeza como para fracturarse ante los estridentes llamados al miedo.

    Ni la llegada de López Obrador es un peligro para el país, ni su derrota implicaría tampoco la debacle.

    Desde luego que entre unas y otras ofertas políticas hay diferencias. Tanto los candidatos como sus partidos y coaliciones sociales tienen identidades distintas, diversas visiones de país, preocupaciones e intereses contrastantes. Hoy se puede mirar en vivo y a todo color la competencia entre los distintos "Méxicos" que en estos tiempos están haciendo vida política.

    Sin embargo, nos distancia con el pasado que tal cosa ocurra ahora dentro de un acuerdo común entre los mexicanos: la democracia. Ése es el punto de partida y habrá de ser también el puerto de llegada de esta disputa. Nada cabe fuera de ella y todo habrá de jugarse dentro de la legalidad que esta convicción impone.

    El próximo presidente podrá modificar cosas, emprender políticas nuevas o volver a explorar con las viejas, pero su actuación terminará por ser siempre dentro del arreglo esencial de la pluralidad legal e institucionalizada. Lo contrario, por más que se insista, sería inaceptable para la gran mayoría de los mexicanos y por tanto, apostemos seriamente por ello: imposible.

    Profesor del ITESM



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