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Carlos Monsiváis

La radio y quienes la oyen

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...

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    16 de abril de 2006

    L a aprobación reciente de la Ley Federal de Radio y Televisión, con el enorme desaseo consiguiente y el momento inverosímil y muy previsible (no hay contradicción en lo anterior) de la rendición ante los poderes mediáticos de una mayoría senatorial, obliga a reconsiderar el trabajo de los medios electrónicos en la sociedad mexicana.

    En otras entregas me referiré a las estaciones culturales y las radios comunitarias. Ahora me concentro en la radio comercial en estos años.

    "¿Cómo dijo usted que se llama el Presidente de la República?".

    En su segunda etapa, en México y en América Latina, además de la difusión de la música, la radio cumple distintas funciones:

    - Expande sin cesar el universo de las compañías disqueras.

    - Renueva a su personaje central, el locutor que conversa, improvisa atmósferas verbales, recita, hace bromas, y se vuelve el amigo literal de los cientos de miles de automovilistas, ese conjunto de reos que agradecen los estilos confianzudos y autocelebratorios. Si se piensa en el locutor de 1938 ó 1947, que le encarga a su voz engolada la respetabilidad incontestable ("no tiene la menor importancia", es la consigna del actor Arturo de Córdova que se inicia como locutor en la década de 1930), se apreciará mejor el desenfado o, si se quiere, la desfachatez de los nuevos locutores que, a semejanza de los disc-jockeys de Norteamérica, forjan un estilo de alegría convincente. Ya están al tanto: la solemnidad aleja y aburre.

    - Se fomentan públicos decididamente sectoriales. Esto hasta cierto punto es novedad. Antes, se congrega a la gran familia mexicana, pero ya en 1960 esa familia está concentrada ante la televisión (hasta que cada integrante posee su aparato), y los empresarios radiofónicos buscan la especialización por edades, clases sociales y regiones. No se sobrevive de otro modo.

    - A la expresión tantas veces enunciada sin convicción: "Darle voz a quienes no la tienen", responden en el país diversos programas radiofónicos, que utilizan la tradición (las peticiones al locutor, las horas de "teléfono libre"), y le dan a los deseosos de intervenir desde afuera en los asuntos públicos la gran oportunidad: su voz, transmitida por la radio, les devuelve la identidad perdida o jamás adquirida, la del ciudadano vigilante. Al hablar, el participante autentifica con su propia voz lo que más le importa: denuncias, protestas, quejas, resentimientos antipoliciacos o antigubernamentales, ideas en torno de la existencia, historias personales.

    - La radio le infunde a sus escuchas la sensación de la voz recuperada o por vez primera obtenida. Si entra su llamada, el oyente obtendrá esa "carta de ciudadanía" que es la reclamación de los derechos. No estamos, aunque podría parecerlo, en un desahogadero, la trampa catártica colocada por seres maliciosos. Quien llega al extremo de llamar para pelearse o demandar al margen de las represalias posibles, ha requerido de una dosis de valor civil. No porque se arriesgue sino porque no le importa hacerlo. Y al afirmar su posición ante el auditorio invisible, el radioescucha se compromete a seguir el desarrollo del tema/problema que le aflige por lo menos durante un mes, tiempo récord si se atiende a la desaparición de las noticias en un horizonte informativo tan variado. Inesperadamente, en medio del imperio de la televisión, la radio se transforma entre 1970 y 1990 (un periodo aproximado) en un derecho de la sociedad. De allí se extrae a diario información copiosa sobre atropellos a la ciudadanía, fallas orgánicas de la ciudad, represión policiaca, puntos de vista sobre la deuda pública o el concepto de escándalo o la corrupción de los poderosos. Un sector muy vasto incorpora su voz al ámbito público así sea por un minuto y observa "desde fuera" la índole de su pensamiento y las trabas de expresión (por timidez, falta de conocimientos o censura interna), y advierte cuánto se parece y cuánto se distancia de sus iguales.

    Los repertorios del cuadrante

    La conversión de programas radiofónicos en zonas de carga y descarga social, no es el único cambio importante de la radio en este periodo. Además, y entre otros, localizo los siguientes:

    - Se intensifica la función rectora de los noticieros de la mañana y del mediodía. Si antes la radio es un eco disciplinado de la prensa o de la televisión, ahora convoca casi sin escapatoria a secretarios de Estado, dirigentes de partido, empresarios, obispos, intelectuales. No sólo atraen las querellas del ciudadano sino los análisis urgentes y la confrontación de puntos de vista. Ante los micrófonos, se explican los encargados de la aplicación de políticas fundamentales, y allí mismo son acosados críticamente por el conductor del programa y los radioescuchas. Esto, inconcebible para el autoritarismo arrogante que se ha padecido, se normaliza con rapidez. Más que a la televisión, a los radioescuchas les deben las figuras públicas el flujo de juicios y comentarios que los entronizan o los malefician.

    - En función de los automovilistas de la ciudad de México algunos noticieros de la mañana y del mediodía utilizan helicópteros que proporcionan cada media hora una gama de servicios de información urbana. En tiempo real se está al tanto de asaltos bancarios, de embotellamientos, de pleitos y marchas políticas. También hay información nacional e internacional que dan los corresponsales en sitios estratégicos de México y el mundo. La actualización informativa de la radio se corresponde con la modernización de la sociedad y de los radioescuchas, globalizados de distintas maneras.

    - Se atienden de modo constante las dudas existenciales, los problemas domésticos, los conflictos sicológicos de los radioescuchas. Sobre todo en la capital, la radio se convierte por instantes en un consultorio inapelable, que -sin decirlo- marca los cambios de la moral social y la ampliación de criterios, se atiendan o no los diagnósticos. En los programas se ventilan dramas y melodramas, dificultades personales, angustias y crisis. La "franqueza inaudita" se vuelve lugar común y se difunde paulatinamente el habla especializada de sicólogos y siquiatras, de antropólogos y sociólogos. La radio se dirige a otros intereses de su auditorio y halla respuestas insólitas y comercialmente satisfactorias.

    Luego de la ausencia de un comercial, seguiremos.

    * * *

    Nadie desplaza del todo a la canción romántica. Ni la discomusic ni lo punk ni lo new age ni la balada hispana, evitan ese fatal anacronismo, el momento en que ella quiere saber lo que él le dice y él quiere retener lo que le dice a ella, por si llega a ser la madre de sus hijos o por si ya lo es. Y gracias a la radio él le canta a ella, y ella le responde, y se instalan al pie de la guitarra o del piano o de la orquesta, y todo lo hacen con tal de alimentar los recuerdos, porque sólo allí se guarda intacta la pasión amorosa, que es por lo común combustión de dos almas durante tres minutos. (Se vale repetir la melodía las veces que haga falta).

    Escritor



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