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Porfirio Muñoz Ledo

El poder mexicano

Ex embajador de México ante la Unión Europea. Su trayectoria política es amplia y reconocida: fue fundador y presidente del PRD, senador, di ...

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    13 de abril de 2006

    La sucesión de manifestaciones públicas en favor de los derechos de los inmigrantes, que ha cimbrado la conciencia de Estados Unidos, es el resultado de una lenta maduración de las comunidades de origen hispano y significa un vuelco irreversible en la presencia pública de los mexicanos en ese país. Nuestros compatriotas ya no son invisibles ni anónimos. Han vencido la dispersión y el desprecio y se han incorporado de pleno derecho a la historia norteamericana.

    Se han convertido, además, en el eje de una nueva convocatoria plural y han asumido de esta suerte el liderazgo de las oleadas migratorias de esta generación. Las marchas, que han reunido a cerca de un millón de personas en 60 ciudades de 10 estados, contaron en muchos casos con la presencia de irlandeses, polacos, salvadoreños, ecuatorianos, chinos y afroamericanos. Desfiló por las calles un "mar de banderas", como si fuese una versión civil de las Naciones Unidas, pero las dos insignias dominantes de esta revuelta moral fueron la mexicana y la estadounidense.

    En un sentido último, más que de "poder latino" debiera hablarse del poder mexicano. De la capacidad de movilización de la otra vertiente de nuestra patria, que viene a concretar las premoniciones de quienes desde hace tiempo soñamos en la emergencia de una nación extraterritorial que fuese parte de nosotros y constituyese nuestra vanguardia civilizatoria. Su lucha es la nuestra y prolonga todas las batallas libradas por la dignidad humana. Reconocernos en ellos es asumir la dimensión contemporánea de la identidad mexicana.

    Hace 10 años narré en este diario el encuentro que tuvimos representantes de esas dos vertientes, al borde del mar en el extremo noroeste de la República. Nos alzamos sobre la cerca que separa la ciudad de Tijuana del condado de San Isidro y simbolizamos tanto el rechazo a la discriminación como la existencia de una comunidad étnica, cultural y social, más allá de las barreras artificiales que imponen las fronteras a la universalidad de los derechos humanos.

    Lejos estábamos de pensar en una evolución tan sorprendente de la articulación política de los mexicanos en EU. El cambio ocurrido es fruto también de una integración económica acelerada y de las consecuencias nocivas de la globalización sobre el diferencial de ingresos entre las poblaciones de los dos países. Es la resultante no deseada pero inevitable de la apertura de las fronteras a los bienes, servicios y corrientes financieras. Es un revés implacable y una condena explícita a quienes, al suscribir un tratado de libre comercio, ignoraron las consecuencias demográficas del mismo y eludieron culpablemente la cuestión migratoria.

    A raíz de esos acuerdos la transferencia de mano de obra se ha acrecentado y seguirá aumentando inevitablemente en el futuro. Las comunidades mexicanas se estiman hoy en 25 millones de personas que habitan absolutamente en todos los estados de la Unión Americana, desde 3 millones, 840 mil en California hasta 19 mil en Hawai y 13 mil en Alaska. Son las comunidades cuyo poder de compra crece más rápidamente y suma ya 378 mil millones de dólares. Junto con los inmigrantes de otros países de Latinoamérica somos ya 40 millones de habitantes, cuyo poder adquisitivo es de 736 mil millones de dólares, monto superior al Producto Interno Bruto de nuestro país.

    La migración mexicana ha ganado territorialmente en extensión, laboralmente en diversificación y culturalmente en penetración. Hoy ha probado avances insospechados en su vinculación política y en su vocación pacifista. Se trata de redes posmodernas de comunidades unidas por el origen provincial e integradas por clubes deportivos y sociales, círculos empresariales, interconexión de sistemas informativos, redes de protección de derechos y espacios de identidad nacional. Todo lo que el Estado mexicano dejó de hacer en la promoción de educación bilingüe y bicultural y en apoyo a los mexicanos en el extranjero, lo han hecho con creces ellas mismas por sus propios medios.

    La novedad de este movimiento reside asimismo en la ausencia de un liderazgo emblemático. No existe un Martin Luther King que encarne el sueño de millones de agraviados. Tampoco un César Chávez que estructurara en los 60 y 70 a los sindicatos campesinos. Como en las antiguas odiseas que conquistaron derechos fundamentales y libertades principales pareciera más bien la reedición de Fuenteovejuna. Tan invencible como la determinación colectiva que la sostiene.

    Resulta promisoria la intención de convertir la protesta en ciudadanía. "Marchamos hoy para votar mañana" fue una de las consignas principales, aunque alguien afirmó que comenzaron ya a votar con los pies. Así se explica la excepcional presencia de los hijos y de los nietos de los inmigrantes. Han puesto en jaque a los dos partidos en razón de que pronto su voto será decisivo en la elección de los gobernantes y estará condicionado al respeto pleno de los derechos que se reclaman. De nosotros depende que inclinen también la balanza en favor de una relación binacional más justa.

    Son acciones en el presente que ven al futuro. El movimiento no impulsa ninguna de las propuestas que se debaten en el Congreso. Pudieran haber coincidido por ahora con la que promovían los senadores Kennedy y MacKein. Rechazan desde luego las pretensiones xenofóbicas de Sensenbrenner, pero tampoco estarían de acuerdo con la iniciativa conciliadora de Frist, dividida en tres paquetes, dado que obligaría a la repatriación inmediata de un millón de inmigrantes y a la salida temporal e impracticable de otros 3 millones. Su objetivo es que cese la criminalización y empiece la legalización.

    La afirmación de la Presidencia de México en el sentido de que la decisión del Congreso de EU resulta de un "acuerdo migratorio" es mentira flagrante. Los voceros de Washington han desechado textualmente la participación de México en las modificaciones legales en curso. Es falso que el "tema central" de la reunión de Cancún haya sido la migración. Ninguno de los temas tiene que ver con el asunto. Hay por el contrario constancia plena de que este gobierno ha sido incapaz de defender los intereses de sus ciudadanos en el exterior. Lo demás es patraña electrónica con fines electorales.



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