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Carlos Monsiváis

Más local que tú, ni lo global

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...

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    09 de abril de 2006

    Queda claro: no es posible ni sensato hablar sobre América Latina (las tradiciones, los hechos, las tendencias, las ideas de nación, los vínculos con lo moderno y lo internacional) sin hablar de Estados Unidos (el imperio, los modos de vida, el manejo de las finanzas, el plan de las inversiones en otros países, la voracidad industrial que promueve el ecocidio, el apoyo a regímenes dictatoriales, la intervención despiadada en la política, la aceptación forzada y racista de los migrantes).

    Los gobiernos y las sociedades latinoamericanas lo saben bien: el poder estadounidense vincula a la región con el mundo en lo tocante a comercio, finanzas, modos de vida, ideologías conservadoras, industrias culturales, hostigamiento a la búsqueda de justicia social y, desde medio siglo y abrumadoramente, la tecnología de punta y los gadgets; y los gobiernos y las sociedades latinoamericanas.

    Una síntesis apresurada del trato entre un país y una región, incluye estas etapas:

    - En el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, a partir de la pérdida de la mitad del territorio mexicano en 1847, se subrayan las diferencias entre las naciones de reciente formación, de población muy católica que "habla en cristiano" (es decir, que no habla inglés) y el imperio omnívoro y protestante.

    Surge un nacionalismo necesariamente a la defensiva, en condiciones de gran desventaja. En los enfrentamientos entre tradicionalistas (conservadores) y modernizadores (en alguna medida también conservadores), lo que define a la seriedad de las intenciones es la cercanía o la lejanía con el modelo estadounidense.

    Hoy a la luz de la globalidad y su devastación de las soberanías, ya conviene examinar por sistema los vínculos orgánicos entre la historia de Norteamérica con la de América Latina, en especial en los casos de México y Cuba.

    Los procesos latinoamericanos -la parte débil- se arman por contraste, oposición, imitación, asimilación. ¿Cómo estudiar el liberalismo latinoamericano sin examinar la Revolución Francesa y el federalismo estadounidense?

    ¿Cómo analizar los procesos organizativos de la sociedad sin examinar la influencia de Norteamérica? ¿Cómo saber de las transformaciones de la vida cotidiana en el siglo XX sin examinar el gran role model, Estados Unidos?

    Lo que en la realidad es un diálogo forzado, inequitativo, despiadado de una parte, en su dimensión paródica enlaza en "duelo mortal" a los contrastes culturales, por ejemplo, los nacimientos (con las figuras de la representación católica) y el árbol de Navidad, los Reyes Magos y Santaclós, el Día de Muertos y el Halloween, el pudor nacional y la falta de sentido del ridículo de los gringos.

    En el periodo 1910-1960 (aproximadamente), uno de los agravios latinoamericanos contra los hispanos en Estados Unidos (mexicanos en su gran mayoría) es su "descastamiento", su olvido de la patria, la familia, la religión, el idioma y el decoro en la vestimenta. Así, por ejemplo, una figura muy notable en la década de 1920, José Vasconcelos, inventa un espectral "reparto de bienes": Estados Unidos tiene la civilización (la técnica), pero nosotros tenemos lo más valioso: la cultura (el espíritu).

    EL DESFILE DE AGRAVIOS

    Siempre se cita la sentencia del libertador Simón Bolívar: "Estados Unidos parece destinado por la Providencia a plagar la América de miserias a nombre de la libertad". También, en los grafiti de la sentencia en la pared, se repite el verso del gran poeta Rubén Darío, que habla de "esa América nuestra/que tiene sangre indígena y aún habla en español", y pregunta: "¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?". El mismo Darío, impresionado, escribe su Oda a (Theodore) Roosevelt:

    Los Estados Unidos son potentes y grandes.

    Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor

    que pasa por las vértebras enormes de los Andes.

    Si clamáis se oye como el rugir del león ...

    Uno tras otro los escritores exaltan la potencia de "La Bestia de Oro" que abominan, y el cubano José Martí, al referir sus años en Estados Unidos, lanza la frase célebre: "Conozco al monstruo porque he vivido en sus entrañas".

    Y el método para combatir el imperio desde el siglo XIX es el determinismo, que de antemano se siente derrotado en el enfrentamiento con el Mamoth del materialismo enemigo del alma al monopolista de la técnica, y arrincona lo latinoamericano en el conjunto que, por naturaleza, tiende a volver al punto de partida.

    En el afán de esgrimir alguna ventaja, Darío apostrofa a Estados Unidos: "Y pues contáis con todo, falta una cosa: Dios", pero de esto último están muy seguros los latinoamericanos cuyo punto de partida es la desigualdad feroz, jamás disminuida de manera significativa, orgánica. Tampoco Dios es muy de fiar.

    Uno de los triunfos radicales de las secuelas de la Doctrina Monroe ("América para los americanos"), es despojar a la región de su nombre.

    Todavía en 1920, si se dice en la región América o la América Nuestra, la referencia es América Latina, ya en la década de 1930 no se discute: América es, Norteamérica. Y la lista de agravios de los latinoamericanos se multiplica: la voracidad de las compañías de Estados Unidos al apoderarse en donde pueden de las minas, los ferrocarriles, el petróleo.

    Ya por 1930 la referencia es directa: "El imperialismo yanqui", se opone a las nacionalizaciones -calumnia y agrede con violencia y recursos económicos a los gobiernos revolucionarios o simplemente nacionalistas-; sostiene a dictaduras implacables (el generalísimo Trujillo en República Dominicana, Anastasio Somoza en Nicaragua, Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Gustavo Rojas Pinilla en Colombia); patrocina golpes de Estado a cargo de la CIA, sea Guatemala en 1954 (según el secretario de Estado John Foster Dulles, La Gloriosa Victoria), o sea Chile en 1973, al entronizar al muy honorable general Augusto Pinochet); le impone a Cuba las iniquidades de la Enmienda Platt (1903-1934), al llegar al poder Fidel Castro impone el embargo y organiza complots que no excluyen los numerosos intentos de asesinato y también las bombas en los aviones.

    Infatigable, el voraz capitalismo de los estadounidenses implanta condiciones de trabajo muy duras, semiesclavistas, las de la compañía United Fruit en Centroamérica ("Mamita Yunai") o las de las sweatshops de hoy.

    Escritor



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