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Porfirio Muñoz Ledo

El dilema continental

Ex embajador de México ante la Unión Europea. Su trayectoria política es amplia y reconocida: fue fundador y presidente del PRD, senador, di ...

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    09 de enero de 2006

    El calendario electoral de América Latina para este año ha suscitado una viva controversia editorial. En un extremo, los temores por la vuelta a las políticas económicas del pasado y a modalidades disfrazadas del autoritarismo que nos aislarían de las corrientes globales.

    En el otro, el reconocimiento de que la agenda de la desigualdad y del estancamiento democrático nos obligan a replantear nuestra inserción en el mundo. Sobre lo que no hay duda es que la inclinación general de la ciudadanía apunta claramente hacia la izquierda.

    Hace unos días, Mario Vargas Llosa, cuyo talante liberal es irrefutable, advirtió que el triunfo de los partidos de izquierda en Latinoamérica no significa un riesgo para la democracia, "porque no son extremistas"; y procedió a establecer categorías diversas de comportamiento entre los gobiernos progresistas de nuestros países.

    Carlos Mesa apuntó, por su parte, que "las corrientes de izquierda están en alza y, por lo tanto, arrastran unas a otras". Añadió que esto va a influir en la decisión del votante mexicano, aunque acotó que la estructura institucional de nuestro país y su ubicación geoestratégica "complican la posibilidad de cambios radicales".

    La polémica desatada obliga a nuevas reflexiones, en la inteligencia de que las elecciones a las que nos referimos en el artículo anterior -Chile, Colombia, Perú, Ecuador, Brasil, Venezuela y México- no son todas las que habrán de celebrarse. La suma de comicios que tendrán lugar en el curso del año es de catorce y, si añadimos el referéndum sobre las autonomías en Bolivia, llegarían a quince.

    En Haití tendrán lugar por fin elecciones presidenciales y lo que está en juego es, esencialmente, la consolidación institucional del país, con un margen razonable de autonomía. En Nicaragua habrá elecciones presidenciales y legislativas. La definición de los candidatos ha sido encarnizada, pero subsiste la expectativa de la vuelta al poder del sandinismo, por cualquiera de sus vías.

    En Costa Rica también habrá elecciones generales, que podrían determinar el retorno al poder de la socialdemocracia. En Guyana habrá elecciones presidenciales y lleva clara ventaja el actual presidente, de militancia socialista. En El Salvador, República Dominicana y Paraguay tendrán lugar elecciones municipales y legislativas, de incuestionable significación ideológica.En todos los casos es claro que, en razón de la competencia democrática, la polarización social se refleja en la esfera electoral. Que el aumento de la pobreza y el desamparo de las clases medias conducen al prestigio de liderazgos más identificados -por razones étnicas, profesionales o simbólicas- a los sectores mayoritarios. También a la búsqueda de nuevos paradigmas económicos y políticos.

    El contraataque de las derechas se articula en torno a los peligros del "populismo", definido como la vuelta a políticas estatistas y dadivosas y los riesgos de un aislacionismo estéril, ya que pregona que los cambios de modelo propuestos equivaldrían a "cerrar las puertas y ventanas para que el mundo no se meta" y, por tanto, marginarse de la globalización y de sus beneficios.

    Citan las experiencias de China, de la India o del sudeste asiático como ejemplos de países que "se han montado en la ola" de la apertura de los mercados.

    Olvidan que esos éxitos se explican porque han preservado estilos propios de desarrollo y estrategias independientes, que les han permitido una inserción en la globalidad desde sus propios intereses.

    Porque saben que la modernidad significa crear el conocimiento, no consumirlo.

    Me parece por tanto revelador el sereno análisis de Raúl Alfonsín cuando afirma que se está gestando la distinción entre dos grandes tendencias continentales: la de aquellos países que hacen depender su futuro de una relación individual y subordinada con Washington, y la de aquellos que "procuran previamente una coordinación y cooperación entre sí, con la intención de mejorar su capacidad negociadora".

    Ello está conduciendo a una polarización regional en la que, por primera vez, existe en América Latina una masa crítica de movimientos sociales y de gobiernos que intentan conformar una relación norte-sur que salvaguarde su independencia y les permita actuar por sí mismos en el escenario global.

    La gira Evo Morales por Europa demuestra que existen referentes diversos en la globalidad. Que ésta no significa necesariamente la prolongación de relaciones coloniales y que la economía de mercado no es por fuerza sinónimo de capitalismo salvaje. Su apotegma "queremos socios, no patrones", resume una causa y enuncia un proyecto.

    Al respecto, Fernando Henrique Cardoso precisa que "lo que pase en Argentina, Brasil y México hará la diferencia y determinará hacia qué lado se inclinará la balanza en la región.

    Ésa es la razón por la que el Congreso norteamericano ha lanzado una iniciativa para "contener

    el sentimiento antinorteamericano" y, según afirman, "trabajar con prisa para enfrentar sus raíces y

    sus fuentes".

    No obstante, en los tiempos del muro de la xenofobia, se hace patente la distancia entre el discurso y la política real. Resurge el propósito de una nueva bula alejandrina, según la cual se implantarían dos esferas diferenciadas: la de "seguridad doméstica de Estados Unidos", que llegaría hasta Panamá, y la de una relativa "autonomía periférica" hacia el sur. El dilema continental resulta existencial para México. ¿Cómo mejorar en términos de equidad y de corresponsabilidad nuestra relación con América del Norte? ¿Cómo relacionarnos creativamente con el resto del mundo? ¿Cómo edificar la comunidad latinoamericana de naciones en la que reencontremos nuestro anclaje histórico? Las elecciones de julio nos darán el sentido de la respuesta.



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