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Jean Meyer

Estrella del Oriente

Es un historiador mexicano de origen francés. Obtuvo la licenciatura y el grado de doctor en la Universidad de la Sorbonne.

Es profesor ...

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    25 de diciembre de 2005

    ESTRELLA del Oriente que nos dio tu santa luz...", cantaban los concheros del grupo El Águila Blanca en el atrio de la vieja basílica de Guadalupe aquel día de 1969, mientras su amigo Raúl Hellmer los grababa para un disco que no puedo escuchar sin emoción. Ya murieron todos ellos, pero en esta víspera de Navidad, a la hora de las últimas posadas, los recuerdo, a ellos y a la estrella de Belén, la de los Reyes Magos que vinieron del Oriente.

    Ex Oriente lux , "del Oriente viene la luz", rezaban los cristianos latinos de la primitiva Iglesia, y ahora millones de fieles en todo el mundo van a llenar los templos en la noche de Navidad para expresar su alegría y su fe en el nacimiento de su Salvador. Las iglesias orientales, de rito bizantino, tardarán hasta el 9 de enero para celebrar porque siguen observando el calendario juliano; esa discordancia es el resultado de la enemistad secular entre ortodoxos y católicos: como la reforma del calendario la apadri-nó el papa Gregorio a fines del siglo XVI, los ortodoxos no aceptaron el calendario "gregoriano" (los protestantes tardaron un tiempo, pero la ciencia astronómica pudo más que la controversia teológica).

    "Y el verbo se hizo carne", van a decir o escuchar los fieles, manifestando así la singularidad, la extrañeza única y absoluta de su fe. Dios, el único Dios, se encarnó en María la Virgen, se hizo hombre, Jesús el Nazareno, el Galileo, nació en Belén para compartir la condición humana, hasta la muerte. Según los evangelios de Marcos y de Mateo, nació como el más pobre de entre los pobres, prácticamente a la intemperie, como hijo de unos viajeros, vagabundos, inmigrantes, mojados que no consiguen techo para descansar. Y los primeros en visitarlo son unos pastores, los más rústicos de los rústicos.

    Los Reyes Magos vendrán después con sus regalos valiosos y simbólicos, el oro, el incienso, la mirra. La tradición, respondiendo al deseo popular de saber un poco más, de tener detalles concretos, dice que nació en un pesebre, entre un burro y un buey, a los cuales la sabiduría popular dio una significación especial.

    "En la estación fría, en un puebli-to acostumbrado al calor más que al frío, a lo horizontal más que a un cerro, un niño nació en un pesebre para salvar al mundo.

    A Él todo le parecía enorme: el pecho de su madre, el vaho que salía de las narices del buey.

    Gaspar, Melchor y Baltasar, los Reyes Magos con sus regalos amontonados junto a la puerta."

    Escribe Joseph Brodsky (1940-1996): "Hijo de David, hijo de Abraham", dice Mateo al empezar su genealogía de Cristo, al principio de su evangelio; mientras que Lucas nos da una genealogía que remon-ta hasta David, Abraham y más allá: "...hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios" (3,23-28). Ascendente o descendiente, la genealogía empieza o termina con Dios.

    Ese Jesús nació en una familia judía, fue presentado al Templo y circuncidado y criado en la familiaridad del Dios de Israel. Pablo, en su famosa epístola a los gálatas, recuerda a los cristianos, étnicamente judíos y no judíos, los gentiles, que el enviado de Dios, el Mesías, nació "bajo la ley" (de Moisés) y "se entregó por nuestros pecados para librarnos de este siglo malo, según la voluntad de nuestro Dios y Padre".

    Un Dios que se hizo hombre, históricamente, en un lugar y un tiempo definidos "siendo Cirino gobernador de Siria", en el cuadragésimo segundo año del reino de Augusto, emperador de Roma, para salvar a los hombres, sus "hijos"... ¡gran misterio! que no hemos terminado de explorar.

    En el Occidente cristiano, de nuestros antepasados heredamos la reflexión, la meditación, la con-templación del otro gran misterio, el del sacrificio, de la muerte en la cruz de ese Jesús.

    La Semana Santa, el Vía Crucis, la crucifixión, ocupan un lugar esencial en la vivencia católica. El Oriente cristiano, sin olvidar todo eso -pero insistiendo más sobre la resurrección que sobre el suplicio y el sufrimiento- tiene una devoción especial, un verdadero cariño para el misterio de la Navidad, de ese niño anunciado por la estrella.

    Ese nacimiento, como todos los nacimientos, no es más que el prin-cipio de una aventura. ¿Qué es más importante, el principio o el fin? Sin el principio no hay fin, y la Na-vidad forma parte del corazón de la fe cristiana, no menos que la Resurrección.

    Desde el siglo III la celebración de la Navidad del Salvador fue, en Oriente más que en Occidente, la conmemoración de un hecho histórico. Se insistía sobre la maravilla del nacimiento virginal y esa idea inspiró el establecimiento de una fiesta especial de la Madre de Dios, el 26 de diciembre, fiesta celebrada hasta la fecha en las iglesias orientales, sea ortodoxa, sea de rito bizantino pero unida a Roma. Después, el carácter popular y poético de la fiesta oriental pasó a Occidente y, en gran parte por la influencia de San Francisco de Asís, el pobrecillo de Asís, tomó un gran lugar en el folclor de los países latinos del Mediterráneo y de América: de esta tradición heredamos las posadas, las pastorelas, todavía tan vivaces en México, y la costumbre de armar el nacimiento un poco antes de la Nochebuena del 24 al 25.

    Entre nosotros, la fiesta de Navidad se ha vuelto la segunda más importante, después de Pascua, desplazando la Epifanía (fiesta de ideas, de las diversas manifestaciones de Cristo desde su nacimiento hasta su bautizo) que celebramos sólo como el Día de los Reyes. Mientras que en Oriente la adoración de los Magos sigue ligada al nacimiento y se celebra el mismo día 25. Rique-za de las iglesias... que el poeta Joseph Brodsky, ruso, judío y cristiano, tenga la última palabra:

    "La estrella estaba mirando el pesebre. Y esa era la mirada del Padre."

    jean.meyer@cide.edu

    Profesor investigador del CIDE



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