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José Antonio Crespo

Madrazo no es cínico

Licenciatura en relaciones internacionales por El Colegio de México, Maestría en Sociología política y Doctorado en historia por la Univers ...

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    05 de diciembre de 2005

    EN un sugerente artículo, Jesús Silva-Herzog Márquez sostiene que la estrategia de Roberto Madrazo es el cinismo: "Consiste en liberarse definitivamente de los prejuicios morales y de la trampa de la respetabilidad? Frente a la tentación de la hipocresía, Madrazo ha actuado sinceramente: con descaro" (Reforma, 21 de noviembre de 2005). A primera vista, así parece.

    Ante la imposibilidad de mejorar su imagen pública, el tabasqueño reacciona con singular desfachatez. No disimula sus contradicciones, sus virajes de actitud o de programa; probablemente se ufana de ellos con sus cercanos, como muestra de gran habilidad política. Pero no lo hace frente al público, para el cual siempre tiene una respuesta correcta, respetuosa de los principios sagrados del momento: la democracia, la ley, la congruencia y la integridad. Que sus palabras resulten inverosímiles, es otra cosa. Pero no son cínicas.

    Y es que en la vida social y, más aún, en la política no puede practicarse cabalmente el cinismo, que implica desplegar absoluta espontaneidad en todo momento. Como los perros, que satisfacen en la calle sus impulsos y necesidades fisiológicas sin buscar un lugar más discreto. Como lo hacían Diógenes y su antecesor, Antístenes. Y de ahí el origen etimológico del cinismo como filosofía, del griego kynos, o kyon, perro.

    El cinismo supone también hablar con sinceridad, mostrar y decir lo que se piensa a despecho de si resulta ofensivo al interlocutor o, mejor aún, con el propósito deliberado de hacerlo. Ningún individuo puede darse ese lujo sin sufrir el ostracismo más severo. A menos que asuma conscientemente ese costo, como los auténticos cínicos. Si todos dijéramos lo que pensamos unos de otros, sin cortapisas, sin concesiones, sin filtros, sería imposible la vida social. En cambio, nos guardamos lo que sabemos puede lastimar a nuestros clientes, compañeros de trabajo, vecinos, amigos y familiares. Por el contrario, prodigamos con frecuencia palabras de aliento y lisonjas que en realidad no creemos, pero que aceitan las relaciones públicas y profesionales. Casi todos, inevitablemente, debemos comportarnos a veces como políticos y diplomáticos profesionales: con doblez y simulación.

    En nuestro tiempo, el cínico se aproxima más a un teporocho callejero (los clochards franceses o los homeless estadounidenses) que a un ilustre político empeñado en ganar respaldos y cubrir las apariencias. El descuido verbal genera altos costos políticos, como bien lo sabe el presidente Vicente Fox cada vez que opta por la espontaneidad (y Madrazo debe seguir lamentando los daños de su franco e incontrolado pleito radiofónico con Elba Esther Gordillo).

    Por ello Madrazo oculta su patrimonio, y aunque reconoce la propiedad de los inmuebles revelados, dice que todo está en orden, todo tiene un origen lícito y perfectamente explicable; fue hijo de un gobernador, tiene varias familias, los bienes ya se conocían desde hace mucho (aunque nadie los conociera).

    El cínico diría: "¿Y qué esperaban? ¿Que habiendo manejado grandes presupuestos como gobernador los viera pasar sin servirme con la cuchara grande? ¿No se han percatado de que, como decía mi padrino, un político pobre es un pobre político? ¿Podía yo desperdiciar esa oportunidad de vivir como magnate y comprar voluntades para continuar mi ascenso político?". Madrazo dice: "Mis cartas están sobre la mesa". El cínico agregaría: "Y, por supuesto, están marcadas".

    Madrazo arropa con el manto de la amistad y el respeto a sus adversarios, antes de destrozarlos políticamente. El cínico diría: "Desde luego que detesto a mis rivales, son piedras que debo apartar de mi camino a Los Pinos, escoria que debo limpiar del partido para controlarlo completamente, sin obstáculos ni disidencias".

    Ante sus numerosas trapacerías para conquistar la dirigencia de su partido en 2002, Madrazo explicó que no era sino la voluntad de la ciudadanía expresada libremente en las urnas. El cínico aclararía: "No tenía más remedio; en una justa limpia hubiera yo sido derrotado, por lo cual me vi forzado a retacar las urnas en las zonas que yo controlo, como Tabasco y Oaxaca".

    Y frente a la raquítica concurrencia de los comicios en que ganó formalmente su candidatura, Roberto Madrazo presume la participación de más de 3 millones de militantes. El cínico aceptaría: "¿Quién en su sano juicio iba a perder su tiempo en unas elecciones de utilería? ¿Y qué más da que vaya uno o un millón de militantes, si el único voto que cuenta es el mío, aunque siempre con el visto bueno de Salinas?". Pero Roberto Madrazo no podía admitir públicamente resultados tan pobres que exhibieran en toda su desnudez la farsa de su propia elección.

    Sobre la corrupción, Madrazo dice: "Nos ha hecho un gran daño; no puede estar entre nosotros" (25 de noviembre). Ante el excesivo tope de la campaña presidencial, Madrazo se indigna, cuando sabe que es él quien más gastará. Otra clara muestra del "anticinismo" de Madrazo es su más reciente declaración sobre la evolución del PRI: "Ahora somos mejores, no somos el partido de 2000, no somos el partido de los vicios y de la corrupción, somos un partido de gente honesta y trabajadora" (1 de diciembre).

    El tabasqueño parece más un demagogo ordinario que un perspicaz cínico. Y si bien todos los políticos son demagogos por necesidad de profesión, Madrazo lo es en grado superlativo. Con todo, no deja de tener razón Silva-Herzog Márquez cuando advierte que el cinismo se muestra más en los hechos que en las palabras. Con lo cual parece coincidir el propio Madrazo: "El mejor discurso que puede tener un candidato es el de los hechos" (22 de noviembre). En efecto, así es.

    Profesor investigador del CIDE.

    cres5501@hotmail.com



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