Opinion

LA suspensión de sus derechos partidistas a la que fue sometida ayer, la maestra Elba Esther Gordillo, por parte de los órganos correspondientes al establecimiento del orden y la justicia dentro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), es un eslabón más de la cadena de desencuentros suscitada dentro de ese organismo político, en su proceso de selección de candidato a la Presidencia de la República.

Hasta ahora, el PRI no encuentra cómo dirimir las pugnas internas de sus corrientes, que ya le ha costado la renuncia de una parte de su militancia y un fuerte cisma, que amenaza con deteriorar el inicio de la campaña electoral de su candidato Roberto Madrazo, quien sigue tratando de desmarcarse de la maestra y lo que ella significa dentro del PRI, y que lo ha llevado a escenificar vergonzosos y públicos intercambios de vituperios, que lejos de prestigiar las ideas como eje de la contienda ideológica priísta, sólo muestran que las descalificaciones entre compañeros de militancia pesan más que un sólido proyecto de nación.

Acaso el Revolucionario Institucional es víctima de su historia, siempre a la sombra del poder, pleno de mecanismos para recompensar lealtades y desactivar disidencias, pero de los cuales hoy carece. Ahora que le toca ser oposición y requiere de trabajar como un partido político más, nucleado en torno a ideales y no a intereses, tiene muchas dificultades para conseguir su unidad y la armonía entre sus facciones.

Esto es preocupante de cara al proceso electoral del próximo año, porque, por el bien de la democracia en el país, es importante que todos los partidos políticos lleguen consolidados y fuertes a las urnas.

El PRI continúa representando a importantes sectores sociales en el país no en balde mantiene la mayoría de las gubernaturas de las entidades federativas y la mayoría relativa en el Congreso de la Unión, por lo que no puede darse el lujo de rebajar su perfil político y actuar como si sólo fuera el coto de poder exclusivo de algunos grupos que, codiciosos, dejan a su militancia de lado y dirimen a nivel cupular sus diferencias, con epítetos y acusaciones mutuas.

Es necesario que en el proceso interno del PRI se perciba la participación activa de la militancia, como corresponde a toda institución que se precie de ser democrática, y se desechen, de una vez por todas, las referencias ominosas a caudillos y fieles de la balanza, cuya sola y personal opinión sirve para nombrar dirigencias en sustitución de la opinión de la mayoría de los priístas del país. Eso pudo haber servido en el pasado, pero los tiempos han cambiado. México requiere un PRI fuerte, como también exige que los demás partidos que contienden ya a nivel federal, buscando la Presidencia de la República, escaños y curules, tengan procedimientos internos democráticos y transparentes. Eso es lo que, a la larga, le dará fortaleza al sistema político mexicano.

Por eso es importante que el Partido Revolucionario Institucional reencauce sus actuales problemas por la vía de la conciliación y el respeto a sus estatutos.

La ciudadanía mucho más informada de lo que estaba hace algunos años emitirá el 2 de julio del próximo año su voto, en favor de la fuerza política que más le convenza y que mejor haya dirimido sus procesos internos y, sobre todo, la que le haya ofrecido el proyecto de nación más sólido y convincente.

El PRI tiene en sus manos la oportunidad histórica de mostrar a la sociedad, que es capaz de comportarse a la altura de los partidos políticos más democráticos del mundo y que en verdad tiene en mente servir a la nación. Son tiempos de retos y de oportunidades para un partido que ha de reconocer que el mercado político es competitivo y requiere trabajar de la mejor manera para reconquistar el poder.