Memín Pinguín

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...
Más de Carlos Monsiváis10 de julio de 2005
EN Londres, el 7 de julio, en medio de la tragedia causada por la monstruosidad terrorista, el presidente Vicente Fox da su "dictamen": "Estamos ahora colocando en los timbres, en las estampillas a Memín Pinguín. Se trata de un personaje muy querido, muy amado, pero desafortunadamente Estados Unidos ha criticado que nosotros lo hayamos colocado en las estampillas. Nosotros nos sentimos muy orgullosos de Memín Pinguín". ¿Alguien ha oído hablar del beso de la muerte?
Ver para descreer. El gobierno estadounidense, en su infatigable tarea de policía moral del planeta, desembarca en las playas de la minucia y descubre el Ku-Klux-Klan filatélico, la emisión de cinco estampillas del Servicio Postal Mexicano, en homenaje al personaje Memín Pinguín (sin diéresis, porque es un diablillo, un pingo), y al cómic que lleva ese nombre.
De inmediato, la condena desde los más altos niveles. Luego de una nota denunciativa de AP, el vocero de la Casa Blanca Scott McClellan afirma: "Aunque éste (la emisión de timbres con la caricatura de un negrito) sea un asunto interno de México... los estereotipos raciales siempre son ofensivos, sin importar su origen. El gobierno mexicano tiene que tomar esto en cuenta. Imágenes como ésta no tienen lugar en el mundo actual". Luego, en una sesión informativa del Grupo de los Ocho, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Steve Hadley, hace su número antidiscriminatorio: "Nuestra posición es que no hay lugar para este tipo de cosas. Es enteramente inapropiado, y lo hemos dejado claro" (30 de junio de 2005).
Desde su atalaya en The Washington Post, Darry Fears, reportero especializado en temas raciales, dicta sentencia: "(La crítica a los timbres postales) no expresa la ignorancia cultural de los estadounidenses. Más bien refleja la ignorancia de los mexicanos sobre los afroestadounidenses en Estados Unidos y el desdén que en México tienen por los afroamericanos. ¿Acaso le han preguntado a ellos qué sienten al ver la estampilla? Seguramente están muy ofendidos" (Proceso, 3 de julio de 2005).
Ninguno de los críticos de los timbres ha leído el cómic, (algo indispensable en su razonamiento). Leer lo saben los ultraconservadores es prejuiciarse y no tienen por qué hacerlo si confían en el juicio instantáneo.
Memín Pinguín aparece en 1947, su título original es Almas de niño, el autor de la historieta por un largo tiempo es Alberto Cabrera, y se publica en Pepín, diario de novelas gráficas, una revista que a lo largo de dos décadas le proporciona a los recién alfabetizados un material "irresistible", diversifica la fantasía entonces detenida en cuentos de hadas y relatos de apariciones, usa un lenguaje pretencioso y amplía el territorio del melodrama.
Almas de niño tiene dos estímulos directos: el primero "Corazón. Diario de un niño", del italiano Edmundo d`Amicis, el relato clásico de la infancia como entrecruce de las desgracias; el segundo, la serie estadounidense de cortometrajes Our Gang (La Pandilla), relatos de la vida feliz de unos niños que desafían la distancia de clases y razas, con todo y distribución de roles: el niño rico, el niño gordo, el negrito (se exige el diminutivo).
Posteriormente, Yolanda Vargas Dulché, guionista exitosa del Pepín ("Ladronzuela", por ejemplo) toma el relevo de la serie y, sin variar en demasía su sentido, le otorga calidades épicas al sufrimiento de los niños. (Catarsis a la hora del recreo). Carlangas, Memín, Ernestillo y Ricardo son los protagonistas del melodrama infantil a salvo del llanto (no hay asomo de tragedia, hay melodramas para que los niños se sientan a salvo de la mala suerte). Se independiza la revista, y de Memín Pinguín y del dibujo, de buena calidad, se encarga Sixto Valencia.
Y si Memín es el héroe por sus travesuras y su habla "tropical", la heroína es su madre. Eufrosina, La Chulapona , La Ma`linda , de imagen derivada de Aunt Jemima, la reina de los hot cakes. Y la imagen de Memín, más que derivar de Ebony, el amigo del héroe del prodigioso cómic El Spirit, de Will Eisner, la historieta más brillante del siglo XX, viene de los estereotipos del music hall y el cine mudo. Memín es un bailarín afectado de populismo y dandismo.
Our Gang es una serie mediocrísima de claves humorísticas hoy ya ininteligibles. Memín Pinguín es en lo básico un melodrama "como del cine mexicano", que desde su inicio se fundamenta en el dolor de observar cómo la pobreza (o la riqueza) destruyen a la familia, cómo las madres solteras dan la vida literalmente por la educación de sus hijos, cómo el hacerse cargo a diario de montones de ropa destruye a la madre lavandera, dejándole intacto sólo su buen corazón.
Así por ejemplo, el episodio del domingo 31 de octubre de 1954, Carlos, va a casa de su padre, que recién apenas lo ha reconocido como hijo mientras no quiere saber nada de la madre, la joven que él mancilló. El texto es más que previsible, inevitable:
El racismo, entre otras características, es el cúmulo de acciones discriminatorias que el prejuicio justifica y exige, y es la operación que se esmera al elegir a los sujetos ridiculizables. Pero lo risible del personaje y de su etnia o sector es un adorno de su inferioridad, y ésto no pasa con Memín Pinguín, y si el dibujo subraya la apariencia de "negro bembón", eso no lleva a racismo alguno.
La razón de ser de la historieta son las peripecias de un grupo de niños, y el tema/problema central no es la epidermis "tatemada" sino la clase social. A Memín se le chotea pero no se le excluye, y los chistes son los inevitables. ¿De dónde vienen, entonces, las acusaciones de "racista"?
Entre las explicaciones posibles están las siguientes: La ignorancia de los acusadores respecto al cómic Memín Pinguín. No se juzga un producto de las industrias culturales sino a sellos postales, y al actuar así los censores desprecian la carga de afecto y aprecio de generaciones de lectores, habitantes de la tierra frágil del melodrama, solidarios con Memín por su manejo de los sentimientos del buen hijo.
La convicción muy generalizada del racismo de Vicente Fox, capaz de afirmar hace poco, que a los mexicanos se les destinan "trabajos que ni siquiera los negros aceptan".
La gana de transferir el racismo propio a la sociedad ajena.
Los lectores de hace 60 años o del año pasado no habrían tolerado un cómic abiertamente racista. Las historietas en México han sido, profusamente, machistas, pero no racistas, en un país donde por negro se entiende al morenazo. El racismo profundo se dirige contra los indígenas que, de acuerdo con el "criollismo", son el conjunto de seres previos a la civilización, negados para hablar castilla como-Dios-manda, y merecedores de representar de modo fidedigno al estereotipo de Calzonzin, la creación satírica de Rius en Los Supermachos.
Memín Pinguín jamás fue, ni de lejos, un gran cómic, ¿pero cómo se iba a perder el gobierno de Estados Unidos la oportunidad de regañar a Fox?
Escritor


