Costumbre viciada
04 de diciembre de 2004
La reciente disputa del Ejecutivo con el Legislativo ejemplifica esta incongruencia gubernamental frente al "cambio" y su doble cara, lo que se comprueba al comparar las posiciones actuales con la plataforma política de 19881994 que guió los pasos de Manuel Clouthier, mentor del actual mandatario. En uno de los apartados, acerca de los "límites del poder", se señala: "El poder debe estar limitado por la ley, por el respeto a la división de poderes establecida en la Constitución", y al describirla, dicen: "Acción Nacional ha luchado desde su nacimiento por restablecer el equilibrio de los poderes y devolver al Congreso su poder popular por excelencia, su dignidad constitucional para que ejerza plenamente sus funciones". Ejemplos como éste demuestran que lo que está sucediendo no corresponde al sentido de los cambios esperados por un pueblo mexicano que hace cuatro años soñó, entre otras cosas, con una economía más justa, con más y mejores empleos, con una mayor seguridad pública y con la protección del patrimonio natural para formar a las siguientes generaciones en un ambiente verdaderamente sano. Lo que hemos atestiguado es la transformación de quienes accedieron, pues habiendo partiendo de premisas contrarias a las de sus antecesores, han terminado revalorando las políticas neoliberales y el presidencialismo. A pesar de que el Ejecutivo federal es el principal responsable del fracaso que implica no haber podido echar a andar el cambio profundo que requerimos como nación, el cual efectivamente nos convertiría en "un México mejor", la incapacidad para modificar las actitudes y conductas que nos frenan es un mal que aqueja a todos los niveles de gobierno, al sector empresarial y a la población en general. Lo que aparece en el fondo es la dificultad para comprender que la diferencia entre los países avanzados y los subdesarrollados no se ubica en el Producto Interno Bruto sino en la educación, entendida no como una instrucción para generar entes productivos, sino como un espacio de crecimiento ético y social. Esta carencia educativa, presente lo mismo en las clases menos privilegiadas que en aquellos colocados en la punta de la pirámide económica, explica por qué aspiraciones válidas que toman la forma de slogans terminan convertidas en frases huecas, tal y como ha sucedido con el "cambio" y con otras como "ponga la basura en su lugar". Dudo mucho que exista una sola persona en el territorio nacional que no haya escuchado este último slogan o que no sepa lo que significa y sin embargo nuestras calles, nuestros bosques y nuestros ríos continúan inundados de desechos contaminantes, arrojados ahí por mexicanos de todos los niveles socioeconómicos. La costumbre viciada de ensuciarlo todo con basura está atrás de la indignante conducta de quienes arrojan envases desde sus vehículos en marcha, ya sea que estén a bordo de una vieja carcacha o en el más caro coche importado, evidenciando las enormes deficiencias de un sistema educativo creador de generaciones enteras de individuos sin valores cívicos. Estas mismas actitudes están atrás de esos empresarios que arrojan sus desechos contaminantes al drenaje o a los ríos para ahorrarse unos pesos y son la razón por la cual los gobernantes insisten en mantener medidas de tratamiento de la basura que palian temporalmente el problema sin resolverlo. La incapacidad para realizar cambios profundos hace que persista un modelo de producción y de consumo que cada vez genera más residuos que están envenenando nuestras vidas y ejemplo de ello es el caso de las pilas que, tras utilizarse, se mezclan con la basura enviada a tiraderos donde contaminan tanto los suelos, como las aguas superficiales y subterráneas, provocando gravísimos daños a la ecología y a la salud de los mexicanos. Una sola batería puede contaminar hasta 600 mil litros de agua y, de acuerdo a cifras del propio Instituto Nacional de Ecología, cada año se venden cientos de millones de ellas, las cuales contienen sustancias como el mercurio que daña en forma permanente el cerebro y los riñones; el cadmio, que afecta a pulmones, y el níquel, que se convierte en un agente cancerígeno. Así que cuando escuchamos al Ejecutivo federal validar su trabajo de cuatro años diciendo que "ya estamos en otro país" o que hoy tenemos "un México mejor", simplemente no sabemos a qué país se está refiriendo. En el que vivimos cotidianamente nada parece haber cambiado para mejor y así lo reflejan datos precisos que nos confirman que nuestra economía no solamente no creció a 7%, sino que simplemente no ha crecido, dejando a los mexicanos en espera de los millones de empleos prometidos, a merced de una violenta criminalidad y en espera de una justicia social que no llega. A todo ello se suma una de las fallas más graves del actual gobierno, su negativa a colocar las bases de un desarrollo sustentable que evite el creciente desequilibrio ecológico. La devastación de los ecosistemas y la destrucción de la diversidad biológica, que han aumentado radicalmente durante el presente régimen, no son producto de la casualidad sino resultado directo de la falta de educación cívica y ética de quienes dirigen los destinos de la nación, los cuales prometieron hacer cambios para mejor, promesas que resultaron tan huecas como las frases de campaña con que llegaron al poder. Fundador y consejero del PVEM
YA han transcurrido cuatro años del primer gobierno de la alternancia y el cuestionamiento central se da en torno al cambio, concepto que se convirtió en la "palabra-slogan" del actual sexenio y que de acuerdo a los estudios sobre lenguaje y poder, realizados por la investigadora social Marina Fernández, es uno de esos vocablos utilizados frecuentemente por políticos en función del "valor expresivo, emotivo o afectivo y no por el valor conceptual, nocional o denotativo". Es por eso que aunque los mexicanos no hemos constatado el cambio, el Poder Ejecutivo federal insiste en celebrar el inicio del quinto año de gobierno, afirmando que vivimos en "un México mejor" o incluso que "ya estamos en otro país".


