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Carlos Monsiváis

Del pintoresco presidencialismo (1)

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...

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    29 de febrero de 2004


    A PARTE del escándalo, la diosa perra del éxito involuntario, la comprensión de la vida pública radica muy fundamentalmente en las anécdotas. Nada tan inevitable en una colectividad sin verdaderos poderes democráticos (lo que hoy se llama empoderamiento), como el choteo y la burla a la condición falible de sus gobernantes, muy evidente. No me refiero sólo o básicamente a los chistes, sino al cúmulo de imágenes y frases y episodios atesorables por la memoria colectiva. Cada generación "sexenal" (el conjunto de los que atienden un periodo gubernamental con interés, confianza, recelo, crítica, desencanto, murmuración y morbo) establece su anecdotario como el folclor inevitable que, por lo común, no traspasa los límites del sexenio. Procedo a ejemplificar.



    Sexenio de Miguel Alemán (1946-1952)

    Características del presidente: sonrisa amplia, espíritu jacarandoso, sentido de la modernidad que auspicia las transformaciones del paisaje urbano, y cortesía de la época, que se detalla con los cambios en la vida doméstica. Características sectoriales: conversión del PRI en asamblea clientelar y estado de ánimo (el oportunismo como humanismo), corrupción a gran escala como auspicio del capitalismo. Si la gente de Venustiano Carranza inspira el verbo carrancear (llevarse lo que se pueda), Miguel Alemán y su grupo, llamados arquetípicamente Alí-Babá y los 40 ladrones, son, a lo grande, los primeros políticos-contratistas. En el imaginario colectivo, Alemán es la privatización del país, y es Acapulco y las fiestas en yates y el romance con la actriz brasileña Leonora Amar, y las cenas frente a la bahía y el olvido de la Revolución Mexicana (ya entonces más imágenes de películas que ideología). El anecdotario se extravía y olvida.



    Sexenio de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958)

    Características personales: carácter adusto, vida austera, aureola de vejez (el sexagenario en un país de jóvenes), el aspecto como declaración de principios iniciada en la corbata de moño. Anecdotario: frases que circulan como recordatorios de la astucia y la maña priístas, por ejemplo, cada que emite una "mala palabra" recuerda su función pública y le comenta de soslayo a la banda presidencial: "Perdón investidura"; por ejemplo, lo visita un gran amigo suyo que le pidió la gubernatura de su estado y no la consiguió, y al entrar, don Adolfo le explica: "Perdimos, compadre". La extravagancia más localizada de Ruiz Cortines se halla en sus consignas: "La marcha hacia el mar/ El trabajo fecundo y creador/ Un solo camino: México/ Todas las libertades menos una: la libertad de acabar con las demás libertades".



    Sexenio de Adolfo López Mateos (1958-1964)

    Características personales: las opuestas a las de su antecesor. Se le considera atractivo, se comenta con sorna su ropa (El Mangotas, le dicen, por su tendencia a mangas amplísimas que casi le cubren la mano), se le atribuye un donjuanismo considerable, y se afirma que sus afanes de ligue determinan el afán viajero (López Paseos). Sus acciones represivas (numerosas) no mellan su popularidad, y sus frases más fallidas no perseveran en la memoria: "Mi gobierno es de extrema izquierda dentro de la Constitución/ A mi izquierda y a mi derecha está el abismo/ En México no hay presos políticos, sino delincuentes comunes". López Mateos pertenece por entero a la era del PRI. Es, o dice ser abogado, es miembro de la generación de 1929, que obtiene la Autonomía Universitaria, y es partidario de la candidatura presidencial de José Vasconcelos. Es orador y se le reconoce una gran elocuencia (como presidente no la exhibe, aunque sus discursos son prosódicamente correctos y los "de gala" los escriben Jaime Torres Bodet o Juan José Arreola). Su anecdotario tiende a la insignificancia: le gustan las carreras de automóviles, los escamoles y los brindis emotivos.



    Sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970)

    Si algo no admite Díaz Ordaz es el enfoque pintoresquista, y sus características, así sean típicas, no desembocan en anécdotas jocosas. Es abogado de provincia, se le describe como el falso equilibrio entre inteligencia y resentimiento, y su anecdotario se hace a un lado para el despliegue de la cadena de represiones. No se le conocen frases célebres ajenas a su autoritarismo galopante: "La injuria no me llega, la calumnia no me toca, el odio no ha nacido en mí/ Les di la mano (a los estudiantes) y la dejaron tendida en el vacío". Incluso su relación con Irma Serrano, tan publicitada, es un detalle muy menor. ¿A quién le interesa la vida íntima de un ser que detesta el diálogo? ¿Qué hay de risible en un personaje sombrío rodeado de las imágenes del 2 de octubre? ¿Cómo "humanizar" a una persona capaz de enviar al Ejército a disolver una manifestación pacífica, que encarcela a sus víctimas, y humilla y envilece al Poder Ejecutivo y el Poder Judicial? Durante su sexenio, las anécdotas quedan entre paréntesis.



    Sexenio de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976)

    Características personales: en materia de autoritarismo, el secretario de Gobernación Luis Echeverría no va a la zaga del presidente Díaz Ordaz. Y a la impunidad presidencial la frena en algo las reacciones ante la barbarie del 68. Echeverría, el responsable de la guerra sucia de 1973-1975, quiere que lo consideren afable, expansivo, folclórico, satirizable de un modo no agresivo y "progresista". Los zapateados del grupo de ballet folclórico Las Palomas de San Jerónimo, la corte de intelectuales y artistas que lo acompaña en sus viajes ("el avión de redilas"), el tono de voz tan imitable, las guayaberas, el "Arriba y adelante", las sesiones de trabajo que duran 12 ó 14 horas, el discurso tercermundista rápidamente convertido en galería de lugares comunes, su candidez que lo lleva a suponer que puede resolver por su cuenta el conflicto árabe-israelí o que sus méritos (y su "compra de voluntades") le harán ganar el Premio Nobel de la Paz, lo convierten en surtidor de humor involuntario y de anécdotas sin tregua. El otro sexenio, mucho más real de Echeverría, emerge lentamente y sólo en los últimos tiempos con claridad documental. Es un actor decisivo en el 68, lo que niega puerilmente, está al tanto como Presidente de las operaciones de exterminio de sus fuerzas de seguridad en la guerra sucia . Pero en esos años, Echeverría, el represor, se ostenta como Echeverría el pintoresco y el bienintencionado.

    Escritor



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