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Ramón Cota Meza

Legado de Kant

Analista político. Colabora en EL UNIVERSAL y en la revista Letras Libres. Asimismo, es copyeditor en inglés y español, traductor y guionist ...





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    10 de febrero de 2004

    EL 12 de febrero se cumplirán 200 años de la muerte de Immanuel Kant (1724-1804). ¿Qué queda de su metafísica de la conciencia moral después del bombardeo empírico a que ha sido sometida desde casi todos los cuarteles filosóficos? Kant asumió la irreductibilidad del juicio moral fundado en la razón, libre de toda condición empírica, inclinaciones naturales o cálculos astutos. Más aún, osó deducir la libertad de ese ejercicio autorreflexivo, especialmente cuando la resolución así tomada pone en riesgo nuestros propios intereses. La filosofía y la sicología posteriores a él sostienen que no hay nada relevante para la valoración moral al margen de condiciones empíricas, a la historia sicológica y a las variaciones del individuo. Lo que asumimos como decisiones morales autónomas son reacomodos de la líbido, vanos intentos de apoyar ilusiones con argumentos, dice Freud; invenciones de los débiles para poner a la defensiva a los fuertes, dice Nietzsche, sólo por mencionar a dos de los más influyentes detractores de Kant.

    Cargos exagerados para quien aseveró que "del tronco torcido de la humanidad nunca ha salido nada derecho". Kant no dijo que la historia humana fuera pródiga en acciones puramente morales. "No podemos nunca (...) llegar por completo a los más recónditos motores" (de la conducta humana), aseguró. Lo que importa es "que la razón, por sí misma e independientemente de todo fenómeno, ordena lo que debe suceder y que algunas acciones, de las que el mundo no ha dado quizá ningún ejemplo (...) son ineludiblemente mandadas por la razón".

    Por ejemplo: "Ser leal en las relaciones de amistad no podría dejar de ser exigible a todo hombre, aunque hasta hoy no hubiese habido ningún amigo leal, porque este deber reside, antes que toda experiencia, en la idea de una razón que determina la voluntad por fundamentos a priori". Otro ejemplo: el hombre que, desahuciado y habiendo perdido todo apego a la vida, decide permanecer hasta el último momento, no por miedo, sino por deber. Tales ejemplos pueden ser discutibles. Lo indiscutible es el dilema mismo que, independientemente de su contingencia, nos pone en situación de ejercitar la razón autónoma.

    A pesar de lo que se afirma, Kant no propuso un modelo de hombre puro, ni un código moral para todas las acciones humanas. Tampoco condenó a priori las decisiones tomadas por conveniencia o por inclinaciones naturales. No fue un moralista ni un fanático del deber. Lo que dijo fue que las decisiones de conveniencia no podían ser elevadas al rango de ley universal. Podemos hacer una promesa falsa para salir del paso, pero no podemos desear que la máxima que la inspira sea válida para todos los hombres porque la máxima se anularía a sí misma.

    Una cosa es decir: "No debo mentir si quiero conservar la honra", máxima inspirada en la conveniencia; otra muy distinta es: "No debo mentir, aunque hacerlo no me acarreara la menor vergüenza". Esto último es imperativo categórico y significa obrar aspirando al mismo tiempo que la máxima que inspira nuestra acción tenga fuerza de ley universal porque es la única forma en que la voluntad no puede estar en contradicción consigo misma. Este es, según Kant, el fundamento de la libertad, la cual no debemos confundir con la felicidad, ni con la realización personal.

    Gran parte de la crítica contemporánea a Kant descansa en esta confusión. En su formulación de la "sociedad posmoralista", Gilles Lipovetsky encomia la "sociedad que repudia la retórica del deber austero, integral, maniqueo y, paralelamente, corona los derechos individuales a la autonomía, al deseo, a la felicidad (...) y sólo otorga crédito a las normas indoloras de la vida ética". (El crepúsculo del deber, 1992). Esto asienta la moral en resortes que más bien la derriban, filosofía para conformistas bien-pensants, no para la libertad.

    A pesar de Lipovetsky, Kant no repudió la búsqueda de la felicidad ni la realización personal, propósitos que justificó como ejercicios de la imaginación individual y de las naturales inclinaciones humanas. Sólo les negó validez universal por estar afincados en el interés propio y contradecir otros intereses. Las únicas acciones morales válidas universalmente, dijo, son las que pueden hacerse incluso contra nuestras inclinaciones porque así lo dicta el deber, pero dudó que los hombres hubieran actuado así alguna vez.

    En este punto Kant parece contradecirse porque, por otro lado, afirma que él sólo busca una formulación de la conducta libre que ya existe en las costumbres, de ahí el título Fundamentación de la metafísica de las costumbres de una de sus obras principales. A pesar de su insistencia en la primacía de la razón como fundamento del deber incondicional, Kant apela a la historia humana, esto es, al reino de lo empírico. Pero como rehusa fundar su juicio en hechos históricos, exagera la retórica de la "razón pura". Si el libre albedrío existe o no siempre será asunto de controversia. Sin embargo, nada bueno se ha hecho nunca sin asumir la idea de que somos libres.

    Analista político



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