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Carlos Monsiváis

Juan García Ponce en el 68

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...

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    18 de enero de 2004


    EN la década de 1960, la ciudad de México vive culturalmente una etapa febril. Entre otros acontecimientos, se configura el nuevo canon de la literatura mexicana (con énfasis en Alfonso Reyes, el grupo de los Contemporáneos y Octavio Paz), se impugnan la idea de los "Tres Grandes" y el nacionalismo cultural, se extiende la influencia del arte abstracto, se diversifica la lectura de los clásicos del siglo XX (a los franceses y los ingleses se les añaden los alemanes, los austriacos y un buen número de italianos), se admite la grandeza del jazz, se produce el culto instantáneo de los Beatles y los Rolling Stones (más la revaloración de Elvis Presley), se certifica el alejamiento de la "Época de Oro" a través del Concurso de Cine Experimental (1965), se intensifica la frecuentación de la literatura latinoamericana (Cortázar, Vargas Llosa, Puig, Cabrera Infante, Donoso, Onetti), se lee devotamente a Borges, Lezama Lima, Rulfo, Fuentes (La muerte de Artemio Cruz )... y, last but not least , también los espacios culturales se politizan gracias al movimiento estudiantil de 1968.

    En ese tiempo, por supuesto, el PRI ya es, en los ámbitos de la clase media "ilustrada" (el adjetivo es de época), una entidad desprestigiada y las más de las veces risible. Y lo usual es entenderse con la hegemonía del PRI, a través de la despolitización. Son obviamente grotescos los procesos contra los líderes del movimiento ferrocarrilero, Demetrio Vallejo y Valentín Campa, que permanecen más de 11 años en la cárcel por cargos típicos de la guerra fría: delitos inventados como "disolución social", conspiraciones fraguadas en el escritorio de los jueces, campañas de prensa sin prueba alguna. Sin embargo, muy pocos escritores e intelectuales se ocupan de la disolución jurídica y ética del Poder Judicial. Los fraudes electorales y la corrupción del gobierno están a la vista, pero todavía los grandes escritores se incorporan al cortejo de los candidatos a la Presidencia y a las gubernaturas. El PRI, se cree casi calmadamente, es invencible y qué se le va hacer. El fatalismo es el método para armonizar el desarrollo cultural y la ausencia de vida democrática.

    En enero de 1968, un grupo de México asiste al Congreso de Intelectuales y Artistas de La Habana. En él participa el narrador y ensayista Juan García Ponce (1932-2003). Ya aquejado por la enfermedad, Juan se entusiasma con Lezama Lima y se aburre desmesuradamente con los discursos. "Si no saben resumir, mejor que no hagan la revolución, verdaderamente, ¿no?". En las conversaciones con los escritores cubanos van surgiendo noticias terribles de la represión a los disidentes, los "antisociales", (críticos del autoritarismo, gays , Testigos de Jehová). García Ponce se indigna pero sin demasiado énfasis, porque nunca ha sido castrista.

    Al regreso, una mala noticia: al escritor Juan Vicente Melo, director de la Casa del Lago, lo cesa el director de Difusión Cultural, Gastón García Cantú, un homófobo autoritario que envía a Siempre! una diatriba calumniosa contra Melo. García Ponce reacciona y muestra su dimensión solidaria. Detesta las injusticias, y no se olvida de la opresión feudal en Yucatán, que conoce desde su muy marginal pertenencia a la "casta divina".

    El 68 involucra a un número amplísimo de intelectuales, escritores, artistas, radicalizados contra la represión y la cerrazón del gobierno. Al grupo coordinador de la Asamblea de Intelectuales y Artistas en apoyo del Movimiento Estudiantil lo integran José Revueltas, Juan Rulfo, Manuel Felguérez, Sergio Mondragón, Jaime Augusto Shelley y un tal CM. García Ponce, ya en silla de ruedas, no asiste a las reuniones, pero sigue con atención el proceso y da su firma para los manifiestos. Son semanas de diálogos interminables, manifestaciones, redacciones de documentos cuya lectura completa se le encarga a los historiadores venideros, controversias, rechazos del autoritarismo de Díaz Ordaz, Echeverría y el jefe de la Policía Luis Cueto Ramírez.

    El 18 de septiembre, el Ejército ocupa Ciudad Universitaria. García Ponce, la directora de teatro Nancy Cárdenas y yo vamos a las cercanías de CU y vemos la movilización de tropas y tanques. Ya en casa de la actriz Selma Beraud, discutimos con pasión dramática. Días más tarde, el rector Javier Barrios Sierra, ante los ataques encanallecidos de un grupo de diputados, presenta su renuncia. Esa noche, Juan, Nancy, Luis Prieto y yo redactamos una carta solicitándole al rector que continúe al frente de la UNAM. García Ponce se entusiasma, esos miserables no se saldrán con la suya. Le comento algo en el estilo de "Te estás volviendo un ciudadano ejemplar, Juan", y me contesta típicamente: "No digas pendejadas. Los únicos aquí que dan ejemplo, y de la chingada, son los cabrones del gobierno".

    La matanza de Tlatelolco nos aturde, angustia, deprime. ¿Cuántos muertos, cuántos heridos, cuántos desaparecidos, cuántos presos? Toda la información disponible es de viva voz. De nuevo, convocados por Nancy Cárdenas, discutimos el texto de un manifiesto de protesta, que se redacta con los informes de los que estuvieron en la Plaza de las Tres Culturas. García Ponce y Nancy se encargan de la redacción final. Se decide que entregarán el texto en Excélsior , y al salir del periódico, unos agentes judiciales detienen a Nancy, al crítico literario Héctor Valdés y a García Ponce, al que confunden con el dirigente estudiantil Marcelino Perelló, también usuario de una silla de ruedas. Según cuentan Nancy y Héctor, la Policía no sabe qué preguntar, los acusa de comunistas, y a García Ponce lo insultan sin tregua y lo maltratan. Juan, indiferente al oprobio de los separos, se burla de sus captores, se niega a hacerles caso y les repite: "Verdaderamente son unos pendejos, ¿no?". El interrogatorio dura hasta la madrugada, y sólo la intervención del director de Excélsior , Julio Scherer, consigue liberarlos.

    El 10 de octubre, a dos días de la inauguración de los Juegos Olímpicos, acudimos García Ponce, el director de teatro Juan José Gurrola y yo a una casa de Mixcoac a que nos entreviste un equipo de la BBC. García Ponce es elocuente, denuncia lo ocurrido, exige justicia, es un crimen, es una monstruosidad. El programa se transmite unas horas antes de la llegada del "fuego olímpico" al estadio.

    Visito a García Ponce la siguiente semana. Me recibe clásicamente: "Qué bueno que viniste. ¡Ah!, pero si vuelves a decir que soy un ciudadano ejemplar, te demando por difamación". Lamento repetírselo: es y fue un escritor y un ciudadano ejemplar.

    Escritor



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