El mayor de los prodigios

Inició su participación social en 1973, cuando acusan a su hijo, Jesús Piedra, de pertenecer a la "Liga Comunista 23 de Septiembre", una org ...
Más de Rosario Ibarra25 de noviembre de 2003
En memoria de David Aguilar Mora y Eunice Campirán Villicaña. Somos locos, y locos sin excusa, al hablar de la `superioridad` de un sexo sobre otro. John Ruskin. LLEGÓ a la puerta de mi casa hace ya muchos años. Llevaba un niño de la mano, otro atado a su espalda y uno más en el vientre... pedía trabajo... "sé lavar muy bien me dijo dejo la ropa muy limpia". Era una mujer aún muy joven, con el rostro prematuramente envejecido; se llamaba Berta y todo en ella denotaba angustia. Le abrí la puerta y hablamos largamente (porque ella así lo quiso) de su vida, de sus hijos, de sus penas. Me sentí mal al verla inclinada sobre el lavadero pero ella me dijo orgullosa que no sabía pedir limosna, que desde "muy niña" había aprendido a trabajar. Sonreía contenta porque cerca de ella, en un cesto que había sido la primera cuna de mi hijo, dormía el suyo más pequeño y el otro correteaba con el mío en el jardín. Semana tras semana siguió yendo a lavar, sin demostrar fatiga, sin abandonar aquella su sonrisa triste. Un lunes no llegó y a mediodía una jovencita llamó a la puerta para decirme: "Mi mamá no vino porque ayer se alivió pero dice que la espere el lunes". Llegó el día en que había prometido que lo haría. Estaba pálida y se veía débil. Le dije que no lavaría pero que quería ayudarla, que no era limosna lo que le ofrecía, que toda la gente que trabaja tiene derechos y que era mi obligación lo que yo hacía. Aceptó al fin y se quedó un rato para amamantar al pequeño, mientras el otro gateaba o daba pasitos inseguros agarrado de su falda y el grandecito correteaba de nuevo en el jardín con mi hijo pequeño. Se alimentó el recién nacido de los flácidos senos y se quedó dormido. Ella lo miró y un sollozo enorme salió de su pecho. "¡Qué bueno que me vivió: Estos tres últimos lo han logrado y aunque malvivan, los tengo conmigo. Antes se me morían recién nacidos o chiquititos. No se imagina lo que he sufrido; cada vez que cierro los ojos miro cajas de angelito... Y me habló de su pobreza, de su marido, que furioso la maltrataba cuando no llevaba dinero, porque "el pobre no encontraba trabajo", y con ella se desquitaba. Ella ya no quería tener hijos y le daba de "lo poco de las lavadas", para que "fuera por allí con alguna mujer", pero él la golpeaba y le decía que sí, que iría con otra... pero que a ella "no la tenía de adorno"... y ella, fértil como la tierra buena, lloraba por los que no le vivían y sufría por los que malvivían... Un día, el río de sangre de un aborto se la llevó... Sus hijas mayores, las que sobrevivieron en aquella miseria, pronto tomaron senderos muy parecidos al que siguió su madre, se casaron jóvenes pero el recuerdo de lo que ella sufrió las enseñó a rebelarse y a exigir a sus compañeros trato de iguales. Ignoro si lo lograron porque dejé de verlas cuando el zarpazo de la represión me arrebató a mi hijo, aquel pequeño que correteaba en el jardín con el hijo de Berta, mi Jesús. Prolíficas como su madre "se llenaron de hijos", porque ellas, si cerraban los ojos, no veían cajitas de angelito, pero sí, lo supe, muchas boquitas que alimentar y muchos cuerpos pequeños que vestir. "Jaladoras" como ella, al decir de su abuela, "ahí la van pasando", eso sí, mejor que su pobre madre. Cuánto tiempo ha pasado de la servidumbre de la mujer; cuánta burla, cuánto dolor, qué enorme menosprecio de su condición. Hoy exigimos que se castigue a los responsables de los horrendos crímenes de Ciudad Juárez y de Chihuahua, que se frene la sevicia de los asesinos, que no puedan salir de las cárceles para que no torturen ni sieguen vidas ni inunden de llanto y de pena cientos de hogares nuevamente. ¿Hasta cuándo la justicia dejará de aparentar de ser ciega? ¿Cuándo nos verá de frente, sin el paño negro y mendaz de la hiprocresía que simula cubrir sus ojos, mientras mira convenenciera lo que le place? Cuánto tiempo ha pasado; cuántas penas y esfuerzos han costado los pasos para llegar al reconocimiento de la anhelada igualdad, cuando hasta hombres cultos como Ruskin, el famoso "pontífice del prerrafaelismo" decía lo que me sirve de epígrafe pero que aquí repito porque lo dejé inconcluso: "Somos locos, y locos sin excusa, al hablar de la `superioridad` de un sexo sobre otro...", como si pudiesen compararse cual cosas similares. Cada uno de ellos tiene lo que el otro no tiene; cada uno completa al otro y es completado por él; no son en nada iguales, y la felicidad y perfección de ambos depende de que cada cual pida y reciba del otro lo que sólo el otro pueda darle". Berta dio cuanto pudo y sólo recibió lo que la barbarie de aquel ignorante pudo darle: golpizas y miseria. Sufrida y sumisa, jamás se atrevió a dejarlo... ¡Y cuántas Bertas hay en el mundo aún! Y las habrá mientras no haya miles como la "Nora" de Ibsen que busquen entre muchas otras cosas "el mayor de los prodigios". Dirigente del Comité Eureka


