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Leo Zuckermann

Devaluación del peso



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    15 de enero de 2003

    DESDE mediados de abril del año pasado, el peso se ha depreciado frente al dólar en 17.5%. Hace nueve meses, era posible comprar un dólar por nueve pesos. Para octubre, era imposible adquirirlo por menos de 10 pesos. Hoy, hay que pagar más de 10.60 pesos. Si bien es cierto que la devaluación gradual del peso mexicano se debe a un entorno externo negativo, también es hora de reconocer que hay dos factores internos que están incidiendo en la depreciación de nuestra moneda: el deterioro de nuestra competitividad económica y la larga lista de tropezones gubernamentales.

    El peso ha sido arrastrado por la debilidad del dólar producto de las malas noticias económicas de EU. A fin de cuentas, la economía mexicana está íntimamente vinculada a la estadounidense, la cual no acaba de recuperarse. Las tensiones de nuestro principal socio comercial con Corea del Norte y con Irak también contribuyen al debilitamiento del dólar y, por extensión, del peso. Pero la pérdida de valor relativo de nuestra moneda no puede achacarse exclusivamente al entorno internacional. Si el peso está devaluándose es porque la economía mexicana no va por buen camino. La política económica del presidente Fox se ha basado en mantener las finanzas públicas en equilibrio. El gobierno foxista no ha caído en la tentación de gastar más de lo que ingresa, lo cual ha permitido que el déficit público se mantenga controlado. A esto lo ha acompañado la existencia de un banco central, ahora sí plenamente independiente, que ha aplicado una implacable política monetaria para controlar la inflación a niveles razonablemente bajos. La responsabilidad fiscal y la restricción monetaria han sido los bastiones para asegurar la estabilidad macroeconómica del país. Sin embargo, esto no alcanza para un país con economía emergente como el nuestro, que día a día va perdiendo competitividad frente al extranjero.

    La escuela de negocios IMD de Lausana, Suiza, efectúa cada un año un estudio de competitividad de las 49 principales economías del mundo. De acuerdo con esta publicación, México ocupa el lugar 41. No sólo estamos en el sótano de la tabla, sino que vamos a la baja. En 2001, ocupábamos el lugar 36. A nuestro país se le reconoce que los trabajadores laboran muchas horas (en comparación con otras naciones) y que se ha logrado negociar y firmar varios tratados de libre comercio. Sin embargo, las debilidades para competir son mayores: no hay crédito para las empresas, el costo de capital es alto, la diferencia entre las tasas activas y pasivas es muy alta, se exportan bienes de poco valor agregado, hay una gran evasión fiscal, existe una extensa economía informal, no se protegen los derechos de propiedad y no se fomenta el desarrollo de la tecnología.

    No es gratuita, entonces, la queja cotidiana de varios empresarios mexicanos que aducen no tener las condiciones para competir con el extranjero. Los analistas financieros internacionales también han notado la gradual pérdida de competitividad mexicana. Un reporte reciente de un prestigioso banco europeo argumenta que la participación de las importaciones mexicanas a EU, que el año pasado fue de 11.7%, podría comenzar a declinar. De seguir así, dice el reporte, China podría desbancar a México como el segundo exportador más grande a EU en algún momento de 2003-2004.

    ¿Qué hacer para fortalecer la endeble competitividad mexicana? Reformas estructurales (como la eléctrica, la laboral o la fiscal) que otorguen condiciones favorables de competencia para las empresas aquí establecidas. Sin embargo, en este rubro, el país está atorado por las características particulares de nuestro régimen político. La parálisis estructural comienza a reflejarse en una moneda más débil.

    México fue el darling de los mercados emergentes el año pasado, cuando los inversionistas prácticamente se arrebataban los títulos de su deuda. La confianza en el país trajo inversión, lo cual derivó en una entrada importante de dólares. Sin embargo, hoy, los inversionistas comienzan a tener dudas sobre México. Saben que la falta de reformas estructurales daña la viabilidad económica y financiera de nuestro país. Por eso, poco a poco están comenzando a liquidar posiciones de papeles mexicanos para llevarse el dinero a otras latitudes. A Brasil, por ejemplo, que empieza a recuperarse después de un año muy difícil. Todo esto presiona al peso mexicano.

    Pero los mercados también están pendientes de las señales negativas que manda el gobierno mexicano. Tan sólo analicemos lo ocurrido en días recientes. Primero, el gobierno envía otra señal de descoordinación, ahora frente a las protestas campesinas por el TLC. El otrora canciller Castañeda y Fox tajantemente negaron que sea posible renegociar el capítulo agropecuario del mismo, mientras que el entonces titular de Economía, Derbez, decía que sí era posible. ¿A quién creerle? Luego, el Presidente titubea con la renuncia del canciller Castañeda. La señal que manda es que al Presidente le tiembla la mano en momentos decisivos. Por fin, cuando Fox acepta la dimisión de Castañeda, envía otra señal que sólo confunde a los mercados. Nombra canciller al funcionario que sí considera necesario renegociar el TLC. ¿Por qué? El encabezado del New York Times , a propósito del nombramiento de Derbez en la SRE, lo dice todo: "Renuncia el canciller mexicano; lo remplaza un crítico del TLC". ¿Qué puede pensar un analista de mercados latinoamericanos ante esto? Lo imagino leyendo las noticias sobre México y pensando: ¿hacia dónde demonios va ese país?

    ¡Y qué decir del caso de la disputa entre CNI-Canal 40 y TV Azteca! El gobierno, otra vez, manda la señal de que el Estado mexicano no interviene o lo hace torpe y tardíamente para resolver conflictos de agentes económicos. "¿Y yo por qué?", dice el Presidente de la República. La falta de compromiso del Ejecutivo con el Estado de derecho y la seguridad jurídica de los derechos de propiedad, simplemente, pone nerviosos a los inversionistas, quien francamente comienzan a dudar si mantienen o no sus recursos en un país con esa calidad de gobierno. Es posible que el Banco de México, con una mayor restricción monetaria, detenga en el corto plazo la depreciación de nuestra moneda. Pero una devaluación gradual del peso continuará en la medida en que no se hagan las reformas estructurales que el país necesita o que el gobierno persista en regarla, lo cual, por cierto, no se ve factible que suceda pronto.

    leo.zuckermann@cide.edu



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