El PRI en La Bombilla y la muerte de Obregón

Es uno de los escritores y analistas políticos más reconocidos de nuestro país. Nació en España en 1934 y se nacionalizó mexicano en 1976 ...
01 de diciembre de 2001
A las cuatro de la tarde del 17 de julio de 1928, Emilio Portes Gil, acompañado, según sus palabras, por el ingeniero Marte R. Gómez, se encontraron en el Paseo de la Reforma (Portes Gil acababa de llegar de su estado) con un periodista de "La Prensa", Medrano, que les hacía señas para que detuvieran el vehículo; otros tiempos, ¡cualquiera lo haría hoy! Los viajeros detuvieron el automóvil ("alquilado" añade Portes Gil) y Medrano los enteró de que el general Obregón, presidente electo, acababa de ser asesinado en el restaurante La Bombilla donde la diputación de Guanajuato le ofrecía un banquete por su elección.
El crimen había sido cometido a las 2:20 de la tarde. Su autor, José de León Toral, le estaba haciendo unos bocetos a Obregón, en un cuadernillo de dibujo, cuando sacó una pistola oculta y le disparó al rostro y el cuerpo. Una página de la historia moría en aquel momento.
Hora y media después, se enteraba del crimen un político que iba a ser, rápidamente, secretario de Gobernación y presidente interino. El 17 de julio de 1928 no fue el 11 de septiembre del 2001 en las torres gemelas ni el 22 de noviembre de 1963, cuando John F. Kennedy fue asesinado en Dallas. Las torres y el primer presidente católico de Estados Unidos fueron espectáculos mundiales en el mismo instante de los hechos. Portes Gil tardó 90 minutos, un mundo, en saber lo de Obregón.
Dice Portes Gil en un libro suyo que me dedicara en su casa de Polanco donde, algunos mediodías, hablaba con él del pasado y el porvenir, "Biografía de la Revolución Mexicana" que nada más al saber lo que había ocurrido, se dirigió a la casa del general, en la calle Jalisco. He aquí lo que nos cuenta, a todos, en su apasionante y escasamente leída obra: "La escena que en el jardín de la casa (de Obregón) se desarrollaba, era de anarquía y escándalo; políticos, generales, funcionarios discutían en forma acalorada, acusando al general Calles, y a los laboristas de ser los autores intelectuales del crimen".
Me conturba esa expresión de "autores intelectuales", que arroja una mancha tácita sobre el "intelectual", cuando el español tiene una palabra muy precisa: "instigador" o "instigadores" de un crimen o una fechoría.
Para entonces el autor del crimen, a ojos vistas, había sido ya apresado por los comensales y se salvó de la muerte, de milagro, en aquellos momentos de ira. Portes Gil prosigue así su relato: "Algunos de los militares, jefes de operaciones que allí se encontraban en la casa de Obregón anunciaban su salida inmediata para sus Estados, para levantarse en armas contra el gobierno". (página 408).
Logró, según él, calmar los ánimos y organizar que una comisión se entrevistase con el general Calles para hacerle ver "lo grave de la situación". La comisión fue recibida por el presidente. Estaba acompañado por el general Francisco R. Manzo y "ambos, dice Portes Gil, mostraban un semblante de abatimiento que confundía". Le hicieron saber lo que pretendían: "... No sé si está usted enterado de que, desde hace algunos meses, se venía rumorando en todas partes que se preparaba el asesinato que hoy se ha consumado. Tales rumores que formaban ya un clamor general se acentuaron desde que el señor Morones, Secretario de Industria, Comercio y Trabajo, pronunció, el día último del pasado mes de abril, un discurso en Orizaba en el que francamente manifestó su oposición a la candidatura del general Obregón y aún amenazó con que se levantarían barricadas para evitar que el héroe de Celaya llegase a la presidencia. Yo, personalmente, no creo que el señor Morones y su grupo, pero la opinión pública les señala como instigadores (esta vez el abogado Portes Gil emplea correctamente "instigadores") del hecho...".
En suma, la comisión, con la voz cantante de Portes Gil, le pidió cambios inmediatos en el gabinete. A comenzar por el inspector general de Policía, general Roberto Cruz. La entrevista fue dura; merece leerse. El inspector general de Policía fue reemplazado por el general Ríos Zerduchi y poco después, el 18 de agosto, Portes Gil fue nombrado secretario de Gobernación. El informe que elevó al presidente al menos eso consta en su libro sobre el estado de las distintas policías del Distrito Federal pone los pelos de punta. Abusos, crímenes, robos. Era en 1928... ¿Tengo que añadir algo más?
Calles diría que había llegado la hora de las instituciones y el fin de los caudillos. Tema apasionante para la Ciencia Política y que no se resolverá nada más que creando las instituciones del Estado de derecho. Éste no reside, solamente, en la pluralidad política y la libertad, sino en la transformación del Estado. El Estado de derecho no es el que tiene leyes, sino el Estado que se somete, él mismo, al imperio de la ley y que no puede transgredirla, me permito añadir, por ninguna causa y menos por la razón de Estado. Los crímenes que se han cometido en su nombre sobrecogen la memoria. Todos los regímenes autoritarios y totalitarios han hecho, de la razón de Estado, la razón de la barbarie.
De todas formas, la crisis moral derivada del crimen de La Bombilla, aun reconociéndose claramente la autoría de José de León Toral y de unos fanáticos (pero léase lo que dice Portes Gil en su informe al presidente Calles sobre los inmensos abusos que se cometían), lo real, esto es, la demanda de la sociedad civil permanecía como en el 2000: una apelación que aspiraba, ya entonces, a un cambio profundo. Por ello, el 1 de diciembre de 1928 se hizo público el Primer Manifiesto del Comité Organizador del Partido Nacional Revolucionario. Firmaban el Manifiesto Calles, Aarón Sáenz, Luis de León, Manuel Treviño, Basilio Badillo, Bartolomé García, Altamirano y David Orozco.
El párrafo final de ese Manifiesto parecería, incluso en nuestros días, pertinente. Decía: "Plenamente convencidos de que la hora actual es la hora histórica para que surjan y se formen los partidos políticos de principios y de organización duradera, nos dirigimos con todo entusiasmo a los revolucionarios del país para que nos unifiquemos alrededor de nuestra vieja bandera, pues tenemos la creencia de que, si hoy logramos organizar partidos estables y que representen las distintas tendencias del país, salvaremos a la República de la anarquía a que pueden llevarla las ambiciones puramente personalistas y habremos establecido las bases de una verdadera democracia".
En el segundo Manifiesto del 8 de diciembre se olvidaba ese proyecto y tácitamente aparecía la convocatoria para un solo partido, olvidándose de ese propósito inicial: la pluralidad democrática. La retórica del segundo Manifiesto es apestosa. En ocho días un serio retroceso.
Hoy, en estos momentos, el sucesor de aquel partido justamente en la oposición, porque la oposición es la prueba de la legitimidad de la alternancia se plantea su reforma. El PRI debería tener en cuenta, con todas sus consecuencias, aquella lectura, proponiendo una pluralidad antipersonalista, que se abra realmente hacia la democracia y hacia el reconocimiento no sólo de los otros, sino de los partidos mismos. Mirar hacia atrás, por ello, es creer en el porvenir sin ira. Lo contrario es repetir el error como si el error fuera una fatalidad histórica. No lo es, pero se ha repetido. En la misma dura piedra se afilan los machetes.
Nunca olvidaré, y me parece obligado repetirlo en este caso, lo que cuenta Vasconcelos sobre la inauguración de la escuela Gabriela Mistral. La subdirectora, en su discurso, dijo lo siguiente y estremecedoramente: "Ha llegado la hora de que los mexicanos envainemos la espada de Caín". Dice Vasconcelos que el presidente Obregón, entonces en funciones, le dio un codazo y le dijo: "Pero licenciado, en este país cuando Caín no mata a Abel, Abel mata a Caín". Frase, políticamente intolerable; éticamente inasumible. Vasconcelos estaba en Estados Unidos, dando clases en una universidad, cuando le comunicó, un alumno, que habían matado en México a Obregón, entonces candidato presidencial electo. Vasconcelos apuntó: "Abel mató a Caín". No era así tan simple ni esquemáticamente. Pero aquella doble lectura debería ser, para un partido político que quiere reformarse, después de un largo patrimonio de poder, una ocasión excepcional para releer bien el Primer Manifiesto de 1928, y olvidar y enterrar el Segundo. Nunca olvidaré las palabras del primer ministro de Suecia, el nobilísimo Palme, cuando perdió él y su partido las elecciones. El joven y brillante socialista me dijo delante de su secretario, un viejo amigo mío estas palabras de la serenidad y la razón: "Estoy entusiasmado porque voy a ser el líder de la oposición y así aprenderé, de verdad, la vida de un político". Murió asesinado sin escolta, del brazo de su esposa, a la salida de un cine. Antes había ganado ya las siguientes elecciones. Aún no se sabe quién lo mató. Siempre he visto flores en aquellas piedras de la memoria de un hombre de bien. Los hombres de bien mueren, pero no se entierran en cementerios de represiones.
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