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Carlos Monsiváis

Censura: la eternidad de las costumbres

Carlos Monsiváis es ante todo un hombre observador. Escritor que toma el fenómeno social, cultural, popular o literario, y que, con rápido b ...

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    18 de noviembre de 2001



    I

    En los últimos años, la censura (gubernamental, eclesiástica, social) ha venido a menos, abriéndose desmesuradamente (por comparación) los espacios de las industrias culturales, de los Medios informativos, de la política. ¿Qué ha significado desde hace más de un siglo la censura? ¿Cuál es la situación presente? Ofrezco algunas notas panorámicas.

    Aquí como en toda América Latina, la historia de la censura en México (en materia de publicaciones, arte, teatro, cine, televisión y espectáculos) es paralela a la historia de la modernización, y lo común es que se autorice a destiempo lo ya vivido y pensado en amplios círculos. Primero se vislumbran las nuevas costumbres o actitudes, y luego se admite su traducción. En el caso del cine las costumbres que se impondrán se vierten a manera de profecías "escandalosas", y lo común es representar lo que ya no pide permiso para existir. Esto no sin batallas interminables con sectores de la sociedad religiosa. (Recuérdese el moralismo oficial de la década de 1930 y el caso de la revista Examen , atacada por la derecha y censurada por el propio gobierno, por incluir "groserías").

    En el siglo XX la estabilidad aclara el convenio del Estado con la sociedad o más bien, con quienes se declaran sus únicos representantes. Ya se sabe: la secularización implica libertades expresivas, pero en lo moral no se transgrede la conciencia de los funcionarios, que son también padres de familia. Hay libertad de cultos en las grandes ciudades. Encargados de la moral pública en los años del enfrentamiento entre el Estado de la revolución y el clero católico, los funcionarios exhiben su agudo moralismo. Son laicos en la política o tal vez hasta anticlericales, pero en el terreno de la moral privada, que según esta perspectiva incluye lo artístico, consideran a la sociedad entera y la Familia, requeridos para siempre de asesoría.



    II

    En las primeras décadas del siglo XX nadie rechaza abiertamente la censura. Así debe ser, la censura es el sexto sentido que nos separa de los animales, el instinto de preservación de las especies de la moral. En el teatro, visitado a diario por los representantes de la autoridad, casi no se requiere la censura, es un reflejo condicionado que deposita en el lenguaje de la alarma el escalofrío sensual (algo equivalente a "Me excité nomás de imaginarme el pecado"). En el cine, la censura es la intuición sagrada, muy especialmente cuando en América Latina, a fines de 1930, se decide la imitación de los controles de Hollywood, y se impone casi textualmente el reglamento de moralización conocido como el Código Hays (por Will Hays, censor oficial del cine estadounidense que llega a su puesto impulsado por la Liga de la Decencia, que pronto adquiere su filial en México). Debido a la censura, el cine de la "Época de Oro" conoce muy rápidamente los límites de su audacia, y para que se le permita continuar se infantiliza y le entrega a su capacidad de ridículo las funciones pedagógicas.

    La censura moral es lo más relevante pero de ninguna manera lo único del proceso que le concede a espectadores y lectores la minoría de edad eternizada, que le transfiere a los dotados de representatividad la decisión sobre qué se puede y qué no se puede ver, qué es dañino para el alma y qué la beneficia. En el periodo 1930-1960, la Liga de la Decencia publica cada semana su boletín, divide las películas en lícitas e ilícitas y lanza sus calificaciones: A: buena para toda la familia; B: apta para adolescentes y adultos, y C: no recomendable para ninguna edad. (Casi no necesita decirse: las distribuidoras fílmicas imploran en lo más secreto y lo más público de su alma por la llegada de las prohibiciones, garantía del morbo que es triunfo en la taquilla). No contentos con su Index, grupos de la Liga de la Decencia en los pueblos y las ciudades conservadoras se sitúan a la entrada de los cines a regañar a los inmorales que se quieren perder su alma gozando de las películas condenadas, y les gritan: "¡Ya te vi Fulano, le diremos a tu esposa! ¿Cómo te atreves, Mengano?". Tampoco es eficaz la conminación directa.

    La industria fílmica responde con encono y declara a la Liga de la Decencia su enemigo público. En cuanta película pueden y pueden en bastantes los guionistas y los actores se encarnizan y ridiculizan a las beatas en especial y a los censores en general. (Son inolvidables los retratos de las beatas a cargo de actrices maravillosas: Consuelo Guerrero de Luna, las hermanas María y Conchita Gentil Arcos, Dolores Camarillo Fraustita, Magda Donato). En Del can can al mambo, el portentoso Joaquín Pardavé interpreta al alcalde de Tompiatillo, el pueblo sojuzgado por la tiranía de la moral y las buenas costumbres y que se libera por la intercesión del ritmo y los arreglos de Pérez Prado, que al despojar de rigidez los cuerpos, destruye la parálisis impuesta por la tiranía del "decoro".



    III

    La censura, operación defensiva ante los males de la modernidad y la tolerancia, se entiende con los teatros de revista a través de los inspectores de espectáculos (allí sólo va la gleba), se desespera ante las "licencias" del cine, y sojuzga la radio, la televisión, la industria del disco. Un ejemplo entre muchos: en la canción Palabra de mujer , de Agustín Lara, se dice: "Aunque no quiera Dios,/ ni quieras tú/ ni quiera yo/ Hasta la eternidad te seguirá mi amor". (Aún se canta así en el resto de América Latina). Se presiona a los dueños de las estaciones, y la canción se graba de nuevo: "Aunque no quieras tú,/ ni quieras yo/ lo quiere Dios?" Aquí Dios se muestra así un poco autoritario. En La gloria eres tú , del cubano José Antonio Méndez, la letra dice: "Desmiento a Dios,/ porque al tenerte yo en vida,/ no necesito ir al cielo tisú,/ si alma mía, la gloria eres tú". En México la censura reacciona y la letra queda así: "Bendito Dios, que al tenerte yo en vida,/ no necesita ir al cielo tisú?", con lo que la herejía se potencia. Así que el cielo es prescindible.

    ¿Qué se prohíbe? Lo ofensivo para la Familia (el reconocimiento franco de la sexualidad, las visiones no condenatorias del adulterio); lo ofensivo para el Estado /las mínimas críticas a la acción gubernamental); la crítica a la religión (la presentación positiva del agnosticismo o de vidas fuera de la atmósfera judeocristiana, las alusiones no burlonas a comportamientos sexuales "pervertidos" o "extramatrimoniales"). La decencia se vuelve sinónimo de existencias no tocadas por el "cambio de los tiempos".

    Todavía en 1970 la censura es muy vigorosa y, por ejemplo en cine, se extirpa de los diálogos "la inmoralidad", es decir, frases de doble sentido, y se impide la filmación de atmósferas de la miseria, con perros famélicos y niños de pies descalzos.

    En el periodo 1935-1965, la censura elimina películas enteras o secuencias cruciales para entender el sentido de un film. Entre las que sólo se ven mucho después (cito en desorden cronológico) Rebelde sin causa (1955, de Nicholas Rey), "por incitar a la desobediencia a los padres" y por el carisma de James Dean.

    Rififí entre los hombres (1954, de Jules Dassin), "por exhibir un robo perfecto e incitar al delito".

    Rey criollo (King Creole, 1958 de Michael Curtiz), con Elvis Presley, "por incitar al desenfreno con los movimientos lúbricos del cantante". Sólo se exhibe un día.

    Té y simpatía (1956, de Vicent Minelli). Se le suprimen escenas y se vigila la traducción de los diálogos, en una película sobre la orientación homosexual, de por sí ya censurada desde antes de la filmación.

    They come to Cordura (1958, de Robert Rossen), "por denigrar a México, mostrando un contingente de la Expedición Punitiva de Pershing en 1914". Se exhibe una sola función. La lista de filmes prohibidos por denigrar a México es muy larga.

    Advise and Consent (1962, de Otto Preminger). Se le suprime la secuencia del chantaje a un senador con un pasado "oscuro", la visita a un bar gay: el encuentro del senador con su ex amante, otro veterano de guerra. Como es habitual, lo suprimido vuelve ininteligible gran parte de la película.

    Falta señalar las numerosas películas prohibidas porque el régimen priísta las considera "ofensivas a las instituciones". Entre ellas, La Rosa Blanca, de Roberto Gavaldón, porque "ofenda a un país amigo" al reconstruir las circunstancias de la Expropiación Petrolera; El brazo fuerte, de Giovanni Corporal, por burlarse del PRI; La sombra del caudillo, de Julio Bracho, por tocar el tema de la represión militar en la década de 1920.

    En la década de 1960, la censura cinematográfica y la teatral en algo se liberalizan y ya se admiten escenas, palabras, atmósferas, temas, dispensas morales, antes impensables. La gente viaja y ya no hay aduanas psicológicas o culturales. Así está el mundo, el proceso es irreversible y la nueva generación de funcionarios lo va entendiendo. En su Cuarto Informe Presidencial (1968), Gustavo Díaz Ordaz confiesa su ilusión generacional: hacer de México una isla intocada por el mundo, por las "ideas exóticas", por los "filósofos de la destrucción". Pero a las presiones culturales las complementa y magnifica la sociedad de consumo, y hay que darle paso a lo que ya no solicita vía libre. Mucho se prohíbe, pero el adelanto es notorio, y el propio gobierno se encarga de las salas y proyectan películas semiporno en horario nocturno. Para desarrollarse, la modernización necesita apaciguar a la censura; de otra manera ni se multiplicarán los tan necesarios espacios del desahogo, ni habrá condiciones de la creación artísticas que afiancen un público y una sensibilidad. En teatro cunden los desnudos frontales, en la prensa se comienzan a imprimir las expresiones "obscenas", en cine se evaporan las antiguas reservas. Si Alejandro Jodorowsky padece la censura, que le prohíbe La ópera del orden, luego de una sola presentación, otros tienen mayores posibilidades. En 1973 se enfrentan el delegado del Departamento Central Delfín Sánchez Juárez, y la directora Nancy Cárdenas, que monta la obra de Mart Crowley sobre una fiesta gay Los chicos de la Banda (The Boys of the Band), Sánchez Juárez alega la "inmoralidad" de la obra, y el sector teatral y cultural apoya a Nancy Cárdenas. Finalmente se autoriza la pieza. Ya están, se piensa, lejos los días en que se impedía por "licenciosa" la versión escénica de La Celestina de Fernando de Rojas.

    Escritor



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