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José Lara, conquistador de la primera oreja

El Universal
Martes 31 de enero de 2006
Tras soberbia actuación, a José Lara, ´Chicorrro´, se le entregó el trofeo en la plaza de Madrid en 1876

A fines del siglo XIX, se empezaron a entregar trofeos a las actuaciones de los toreros, como se hace actualmente. Las faenas de los diestros son calibradas, calificadas o juzgadas, según el mérito de las mismas.

Una actuación destacada puede premiarse con una oreja, otra más notable, con las dos orejas y, generalmente, en lo excepcional es conceder el rabo de sus enemigos a los matadores que logran hazañas.

Se han concedido, ocasionalmente, una pata, lo que significa que en el ruedo el diestro ha realizado lo inconmensurable.

La historia cuenta que al maestro Fermín Espinosa Armillita, en Barcelona, del toro Clavelito se le concedieron ¡dos orejas, el rabo, las cuatro patas y hasta las criadillas! Eso es la leyenda, advierten los tratadistas.

A estos trofeos, a los que se les considera como retazos de toro, no siempre se han concedido legítimamente, el criterio de los jueces (o presidentes como se les nombra en España), suele ser disímbolos y no totalmente apegados al mérito realizado. La fiesta es circunstancial por excelencia y cada quien la ve con sus espejuelos. Es la pasión sin límite del singular espectáculo.

En ese siglo XIX, destacaba en los ruedos íberos un torero de altura: José Lara, Chicorro, quien reúne en su historial, ser el lidiador que recibió en Madrid la primera oreja concedida como premio a su más que notable actuación, alternando con dos fenómenos: Rafael Molina, Lagartijo, y Salvador Sánchez, Frascuelo. La proeza refleja el nivel de Chicorro.

Una vocación innata

José Lara, al que desde pequeño se le identificaba más por su alías de Chicorro, nació en Algeciras, el 19 de marzo de 1839. Aconsejado por sus amigos, pero especialmente, por su afición y vocación, desde sus inicios manifestó una disposición notable en el arte del toreo.

Impregnado de anhelos ingresó a la cuadrilla de Manuel Díaz, El Lavi, capitán de una cuadrilla de renombre y lo llevó a Perú, donde en Lima, de inmediato, alcanzó tal éxito que en la sexta corrida, el público solicitó que alternara con su maestro. No desmereció.

Y de Perú viajó a Cuba, para actuar en dos corridas en La Habana cuando corría el año de 1865. Aunque no había los adelantos actuales en la comunicación, las noticias corrían en España. Los mismos toreros propalaban sus brillantes actuaciones. Al retornar a la península, en ese mismo año ingresó a la cuadrilla del capitán Antonio Carmona, El Gordito.

Su intuición la mostraba con generosidad y, sobre todo, dominaba el salto con la garrocha. Suerte que ejecutaba como ninguno por su precisión matemática para arrancar en línea recta al toro, verle llegar, para en firme, clavar la garrocha, elevarse y caer. Además, un brillante rehiletero sin perderse con capote, muleta y espada.

Meteórica fue su carrera. El 22 de septiembre de 1868 tomó la borla de matador en Barcelona. Y al año siguiente, 1869, se la confirmó en Madrid, nada menos que Julián Casas, El Salamanquino, el 11 de julio.

Los siguientes años, no compareció en la Villa del Oso y el Madroño, hasta que actuó en la corrida a benefició del infortunado Antonio Sánchez El Tato.

En 1875, para enriquecer su historial, José Lara, Chicorro, torea en Madrid 22 veces, lo que para cualquier torero -por la adrenalina que se elimina- es terriblemente desgastante. Una hazaña que sólo los privilegiados pueden darse ese lujo.

Y al año siguiente, 1876, ante la cátedra madrileña, realiza el paseo 12 ocasiones de los 27 festejos que montó la empresa de la corte.

Y logra Chicorro, en esa misma campaña, escribir una página con letras de oro e ingresar a la leyenda en la historia de la fiesta brava.

La fecha es el 29 de octubre, corrida en que hace tercia con Rafael Molina, Lagartijo, y Salvador Sánchez, Frascuelo. Un cartel excepcional para una ocasión especial.

Asiste nada menos que el rey Alfonso XII, le acompañan la princesa de Asturias y los príncipes de Sajonia Weimar.

La primera oreja

Salta al ruedo de Madrid un hermoso berrendo en negros capirote de la ganadería de Benjumea. El burel, que es bautizado con el nombre de Medias Negras, se inmortaliza junto con su matador José Lara, Chicorro.

Lo recibió con el salto con la garrocha, para continuar con dos pares de banderillas medianas al cuarteo que son un portento y otro par con jarras normales. La labor no baja de tono, al contrario sube y con la muleta realiza un trasteo de dimensiones mayúsculas. Tras un pinchazo, parte en dos a Medias Negras con un volapié excepcional, ante el frenesí de un público delirante que lo aclamaba sin reserva.

Sí, tras esto, se realiza el momento histórico, cuando se le concede la oreja del ejemplar de Benjumea, trofeo que mostró al público. Es la primer presea de esa índole que se otorga en la Villa del Oso y el Madroño. No hay objeción alguna, el conglomerado rendido arroja a su ídolo, Chicorro, prendas de vestir, tabaco, sombreros y gorras.

Un adiós soñado

Una enfermedad óptica lo obligó a retirarse de la profesión por algún tiempo, pero el virus del toro no tiene antídoto, nadie puede extirparlo y en 1888 reanuda su actividad, aún con merma lógica de sus facultades físicas.

Sin torear al mismo ritmo de la juventud lo hace esporádicamente y con buenos resultados. El 30 de octubre de 1898 se despide de Jerez de la Frontera. Y al año siguiente, 1899, el 29 de octubre lo hace en Barcelona.

Obtiene un éxito clamoroso. El público bajó al ruedo para abrazar y besar al viejo maestro, tras habérsele concedido las orejas de sus enemigos. No se recuerda algo similar.

Con ese imborrable paisaje, saboreando ese adiós en toda su dimensión, Juan Lara, Chicorro, se fue a pasar el resto de sus días a Jerez de la Frontera, donde lo sorprendió la parca el 25 de mayo de 1911, con el orgullo de haber hecho historia en la profesión de tauro y pasar a la leyenda como todo un fuera de serie en la fiesta brava.



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