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Asalta terror a la México

FIDEL SAMANIEGO| El Universal
Lunes 30 de enero de 2006
Lo insólito, un toro salta a los tendidos y provoca el pánico entre el público
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    Y entonces se detuvo el tiempo. El terror se apoderó de la plaza. En algunos se manifestó en estupefacto silencio. En otros, en fuertes gritos.

    Se llamaba Pajarito. Pesaba 530 kilos. Fue criado en la ganadería de Cuatro Caminos para matar o morir. Era el segundo de la tarde. Salió al ruedo con una gran carrera, viró a su derecha, y no se detuvo al llegar al burladero, brincó. Parecía una escena más de las que suelen verse ahí. Sin embargo, el animal, con increíble impulso siguió de largo, y llegó hasta las barreras, cayó entre el público.

    Hubo quienes de inmediato intentaron y lograron escapar, otras personas no pudieron. Fueron arrolladas por Pajarito, que avanzaba y asustado tiraba cornadas. Su afilado pitón derecho pasó a unos 40 centímetros de Emilio Goicoechea, secretario particular del Presidente de la República. Más adelante, encontró a un anciano que apenas se levantaba de su asiento. El burel avanzó aún más, a punto estuvo de herir a Adriana Salinas de Gortari, hermana del ex presidente de la República.

    Tiempo detenido. Parecía una eternidad, Habían transcurrido unos cuantos segundos. Centenares de personas envueltas en el pánico subían desesperadas. Se arrollaban, hubo quienes cayeron entre las escalinatas o las localidades. Parecía que la tragedia estallaría. Afortunadamente hubo quienes entre los mismos aficionados trataron y lograron poner la calma.

    Nunca antes ocurrido ahí. Lo insólito. No se sabía qué más podía pasar. En el callejón y en le ruedo había ya mucha gente, toreros, subalternos, el empresario Rafael Herrerías, los monosabios, hombres y mujeres que pudieron saltar desde sus barreras hasta la arena.

    Por fin, alguien se acercó por atrás al toro y le hirió con un estoque. Pajarito detuvo su marcha, se tambaleo. Nuevamente recibió otro golpe de espada, y otro más. Ahí se quedó, muerto.

    Después, el llanto en varias personas. Otras sufrían ataques de nervios. Corrían los camilleros con heridos. Una ambulancia entraba al ruedo. La incertidumbre flotaba sostenida por miles de murmullos.

    Paradójica reacción, desde las localidades altas se escucharon silvidos, eran de quienes querían que se reanudará ya la corrida. Poco después, varios hombres lograron bajar los restos del toro. No se sabía aún en el coso, cuáles habían sido las consecuencias del incidente. El terror continuaba ahí. La gente también.

    Al poco rato, se escuchó la música. Con el sonido local se informó que no hubo ningún herido de gravedad. La respuesta fueron aplausos, gritos, el desahogo. "¡Onésimo, esos toros traen al demonio adentro, échale un exorcismo!", exclamó un aficionado del lado del sol al obisbo de Ecatepec, quien estaba en el callejón por ser padrino y protector del torero Xavier Ocampo, quien confirmaría su alternativa con Pajarito.

    Y continúo la corrida, otro toro saltaría, no llegó hasta el público, pero el recuerdo de lo ocurrido antes sí. Más gritos. Y después, risotadas, la catarsis.

    En esos momentos, el terror, el pánico, la estupefacción ya se habían ido. Quedaba la fiesta de oro y seda, de sangre y arena.

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