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La diáspora armenia en México

Abida Ventura| El Universal
Domingo 04 de septiembre de 2011

A sus 90 años, Enrique Hamparzumián irradia vitalidad y energía. Con esos ojos café, aún tan lúcidos, ha visto pasar décadas de historia Alma Rodríguez /EL UNIVERSAL

Hamparzumián llegó a México en 1926 y fue uno de los casi 6.4 millones de inmigrantes armenios que llegaron a América durante la primera mitad del siglo XX Alma Rodríguez /EL UNIVERSAL

La historia de esa diáspora armenia, que encontró en México su segunda patria, es recopilada en el libro <i>Del Ararat al Popocatépetl. Los armenios en México</i>, del investigador del Colegio de Michoacán, Carlos Antaramián Alma Rodríguez /EL UNIVERSAL

Hamparzumián cuenta que llegó a México en 1926, que tenía 5 años cuando él, sus padres y una de sus hermanas, huyeron de las epidemias que en esa época recorrían Asia Menor Alma Rodríguez /EL UNIVERSAL

Desde su llegada a México han pasado 85 años, pero Hamparzumián asegura que las raíces no se olvidan: "Nos sentimos mexicanos desde el punto de vista físico, de estar aquí. pero este cerebro no puede olvidar lo que ha heredado, preserva una herencia cultural" Alma Rodríguez /EL UNIVERSAL

Según Carlos Antaramián, para la década de los 30, el barrio de La Merced concentraba a la gran mayoría de los armenios, donde convivían con una importante comunidad de inmigrantes árabes, griegos y judíos Alma Rodríguez /EL UNIVERSAL

Fue en esa zona de la ciudad de México donde la familia Hamparzumián se asentó y estableció diversos negocios: desde un puesto de aguas frescas, una peletería, un changarro de pantuflas en un zaguán de la calle 20 de noviembre hasta la consolidación de la famosa cadena de zapaterías El Taconazo Popis Alma Rodríguez /EL UNIVERSAL

Así, Enrique Hamparzumián, junto a uno de sus hermanos, logró consolidar 25 sucursales en la ciudad de México. Todas con un éxito rotundo: "Hubo meses en que vendíamos más que todas las zapaterías del rumbo" Alma Rodríguez /EL UNIVERSAL

Enrique Hamparzumián, fundador de la desaparecida zapatería, es un ejemplo de esa comunidad que ahora ha sido documentada por un investigador del Colegio de Michoacán. Presentamos este testimonio personal y también histórico

abida.ventura@eluniversal.com.mx

A sus 90 años, Enrique Hamparzumián irradia vitalidad y energía. Con esos ojos cafés, aún tan lúcidos, ha visto pasar décadas de historia. Y su historia personal resume la de toda una generación de armenios que, a principios del siglo XX, llegó a México huyendo del exterminio perpetrado por el Imperio Otomano contra la comunidad armenia.

Hamparzumián llegó a México en 1926 y fue uno de los casi 6.4 millones de inmigrantes armenios que llegaron a América durante la primera mitad del siglo XX.

La historia de esa diáspora armenia, que encontró en México un refugió e hizo de este territorio su segunda patria, es recopilada en el libro Del Ararat al Popocatépetl. Los armenios en México, del investigador del Colegio de Michoacán (Colmich), Carlos Antaramián.

Sentado en la sala de su hogar, con decorados estilo oriental, Hamparzumián se dispone a contarnos, casi por episodios, la historia de su vida: los pocos recuerdos de su infancia en la ciudad de Adana, en Turquía, del largo viaje en barco hacia América, de los atinos y desatinos a su llegada a la ciudad de México, así como de sus esfuerzos por levantar un “changarro” de pantuflas que años después se convertiría en la popular y hoy extinta cadena de zapaterías El Taconazo Popis.

Hamparzumián, quien declara profesar la fe cristiana, cuenta que llegó a México en 1926, que tenía 5 años cuando él, sus padres y una de sus hermanas, huyeron de las epidemias que en esa época recorrían Asia Menor. “Llegamos a Veracruz el 6 de febrero de 1926. Fue un largo viaje de 40 días. Salimos del puerto de Vigo (Galicia, España) en la Navidad de 1925, ahí pasamos la Nochebuena y al día siguiente partimos hacia América”, recuerda Hamparzumián con exactitud.

“Cuando llegamos a México teníamos pocos recursos, mi mamá tenía unas arracadas que vendió y mi papá traía algo de dinero porque había trabajado en la Cruz Roja en Oriente. Recuerdo que nos recibieron dos señores, Gabriel Babayán y Cruz Bargamián, quienes estaban pendientes de los barcos que venían de Oriente para ver si llegaban armenios. Gabriel Babayán nos pagó el viaje en ferrocarril a la ciudad de México y nos consiguió un departamento amueblado en las calles de Pino Suárez y Zócalo, donde estaba la farmacia Cosmopolita”, relata.

Del trayecto a la capital del país y de su primera impresión sobre México, al que después haría su segunda patria, Hamparzumián comenta entre bromas: “Lo único que tengo presente es que ese tren se movía y hacía mucho ruido al pasar por las montañas”.

Pero comenta: “Estamos agradecidos con el país y con sus costumbres. Porque los latinos y sobre todo los mexicanos, a diferencia de los sajones, te ofrecen una torta o un taco. En Argentina, por ejemplo, hay como medio millón de armenios”.

Para Hamparzumián es evidente que para sobrevivir en el exilio, lejos del hogar y de sus costumbres, hay que saber ingeniárselas. “Nosotros somos la diáspora, la gente que se extiende a otro país, que no tiene complejos, somos gente con iniciativa porque buscamos sobrevivir en un territorio extranjero”, comenta Hamparzumián, quien considera que los inmigrantes de diferentes países europeos que arribaron a México en el siglo XX renovaron la manera de ser y actuar de los mexicanos.

“Todos los extranjeros que hemos llegado a México somos gente sin complejos porque buscamos sobrevivir. En cambio, los mexicanos al saber que no les falta nada, se ponen a trabajar en cualquier cosa, no hay iniciativa porque creen tenerlo todo”, dice.

Desde su llegada a México han pasado 85 años, pero Hamparzumián asegura que las raíces no se olvidan: “Nos sentimos mexicanos desde el punto de vista físico, de estar aquí. pero este cerebro no puede olvidar lo que ha heredado, preserva una herencia cultural”.

Según Carlos Antaramián, para la década de los 30, el barrio de La Merced concentraba a la gran mayoría de los armenios, donde convivían con una importante comunidad de inmigrantes árabes, griegos y judíos.

En el corazón de la ciudad

Fue en esa zona del centro de la ciudad de México donde la familia Hamparzumián, conformada al principio por Enrique, su hermana Luzaper y sus padres (Mayram y Charles Hamparzumián), se asentaron y establecieron diversos negocios: desde un puesto de aguas frescas, una peletería, un changarro de pantuflas en un zaguán de la calle 20 de noviembre hasta la consolidación de la famosa cadena de zapaterías El Taconazo Popis.

“Vendimos aguas frescas de sabores, en las calles de Correo Mayor y Corregidora. Había de tamarindo, de melón, de horchata, de jamaica, a sólo cinco centavos el vaso. Con eso nos dábamos la gran vida”, relata Hamparzumián.

En cierta parte, comenta, la posición económica de la familia fue quizá por un golpe de suerte. “Me saqué cinco mil pesos en la lotería, se los di a mi papá y al año siguiente él también se ganó 25 mil pesos, con eso se compró un coche. Empezamos a progresar, luego abrimos una peletería, después seguimos con la fábrica de pantuflas”.

Hamparzumián relata que el antecedente de las sucursales de El Taconazo Popis fue un zaguán de la calle del 20 de noviembre en los años 40, cuando se convirtió en una de las avenidas principales para llegar al Zócalo capitalino. “Era un changarrito en un zaguán, con su vitrina. Ahí vendía las pantuflas que mi papá fabricaba, las tomaba fiadas así como se los daba a los otros zapateros”, cuenta Hamparzumián.

Confiesa que el secreto del éxito de esas populares zapaterías fue vender barato y no tener mucho personal: “Después de muchas experiencias descubrí que vendiendo barato se vende mucho y se vende bien”.

Por eso, recuerda Hamparzumián, uno de los comerciales más famosos de las zapaterías decía: “Los zapatos más popis a los precios más hippies”.

Era un concepto diferente que me permitía dar el calzado a un módico precio, dice: “Quité los espejos, aparadores y sillas. Puse una serie de mesas con los zapatos nones, y el cliente escogía lo que le quedara y le gustara. Había hasta 24 pares de cada modelo, desde el número dos hasta el 26; en color café, blanco, beige y negro. Usted escogía lo que quería, nadie lo obligaba a comprar algo que no le quedara”, relata.

Así, Enrique Hamparzumián, junto a uno de sus hermanos, logró consolidar 25 sucursales en la ciudad de México. Todas con un éxito rotundo: “Hubo meses en que vendíamos más que todas las zapaterías del rumbo”.

Pero para los años 80, con el terremoto de 1985 y la crisis económica que ese fenómeno natural ocasionó, el éxito de El Taconazo Popis decayó.

“Pasaron muchas cosas. Yo ya no estaba al frente del negocio y ya no había orden. Vino el terremoto de 1985 y tuvimos que cerrar algunas sucursales porque la gente ya no compraba, no había dinero”, dice Hamparzumián.

“Cuando la crisis se acrecentó por esos años, decidí traspasar todas las zapaterías y no dejar que mis hijos tuvieran deudas”, señala.

Juan Hamparzumián, hijo de Enrique, aventura que “quizá el error fue que toda la mercancía se compraba y al llegar el calzado chino y de contrabando decayeron las ventas”.

Se acabó la época de las zapaterías y ahora, dice Hamparzumián, “vivo del pan que me dan mis hijos... pero porque tenemos una panificadora”, ironiza.

De “El Taconazo Popis”, que tuvo su auge entre 1955 y 1985, no queda más que el recuerdo, y algunos vestigio de su colorido logotipo con el zapato rosa y sus florecitas: “Mis hijos se dedican a los negocios y mi hermano tiene la cadena de restaurantes de mariscos Fisher´s. Dios nos ayudó, tuvimos éxito, después decaímos y ahora estamos aquí, disfrutando los días que el Señor nos permita para seguir usando estos zapatos”, dice Hamparzumián.

 



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