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“México vacila para invertir en ciencia”

Thelma Gómez Durán| El Universal
Jueves 26 de mayo de 2011
“Mxico vacila para invertir en ciencia”

FUGA DE CEREBROS. El médico reside en California, donde dirige un laboratorio. En la imagen, en una foto familiar. (Foto: CORTESÍA )

El mexicano Arturo Álvarez-Buylla ha ganado el Premio Príncipe de Asturias por sus investigaciones sobre regeneración neuronal. Lo recibirá en otoño, en España

claudia.gomezd@eluniversal.com.mx

El neurocientífico Arturo Álvarez-Buylla trae en sus genes esa curiosidad que no deja en paz a los investigadores y los hace buscar respuestas. Gracias a esa curiosidad, ahora el mundo entiende un poco más sobre ese “complejísimo enjambre que es el cerebro”, como él le llama. Esa inquietud por conocer le permitió obtener el Premio Príncipe de Asturias en Investigación Científica y Técnica 2011.

Arturo Álvarez-Buylla, junto con el estadounidense Joseph Altman y el italiano Giacomo Rizzolatti, obtuvieron el galardón “por haber proporcionado pruebas sólidas para la regeneración de neuronas en cerebros adultos, y por el descubrimiento de las llamadas neuronas espejo”. Sus investigaciones “han abierto esperanzadoras vías a una nueva generación de tratamientos para combatir enfermedades neurodegenerativas o asociadas al cerebro, como el Alzheimer, el Parkinson o el autismo”, informó el jurado.

Recibir este reconocimiento “es un gran honor, sobre todo porque se reconoce un trabajo que apenas considero empieza a desenredar los secretos de cómo se forman las nuevas células nerviosas en el cerebro adulto. Es un reconocimiento para mis estudiantes y mis maestros”, expresa en entrevista telefónica Arturo Álvarez-Buylla, investigador de la Universidad de California, San Francisco.

Sobre todo, señala, es un reconocimiento a sus primeros maestros: su abuelo, el historiador, jurista y filósofo Wenceslao Roces, y a su padre, el neurobiólogo Ramón Álvarez-Buylla de Aldana, ambos asturianos, y quienes crearon en él “esta pasión por la ciencia y la cultura. Me dieron el entusiasmo por el descubrimiento”.

Arturo Álvarez-Buylla alcanza la fama mundial fuera de México. Este investigador formó parte de las primeras generaciones de egresados de la licenciatura en Investigación Biomédica de la UNAM, a principios de los 80. Incluso, en 1983 recibió la Medalla Gabino Barreda de la UNAM.

“Me entrené en la UNAM, en un programa muy novedoso que hicieron en el Instituto de Biomédicas y había mucho entusiasmo por impulsar un crecimiento científico en México. El programa era pionero. Estaba dedicado a entrenar a gente para que fueran investigadores. Se nos decía que toda esa gente iba a encontrar trabajos en México, porque se pensaba que iba a ver un crecimiento en el número de institutos de investigación, pero muchos de esos ideales se perdieron”, recuerda.

Luego fue invitado a continuar sus estudios en la Universidad Rockefeller, donde encontró apoyo para desarrollar su trabajo científico.

En los años 90 intentó regresar a México. Le propuso al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) crear el Centro de Investigación en Neurociencias. “Un grupo de investigadores teníamos la ilusión de regresar a México e impulsar la investigación científica y la academia. Pero los problemas económicos hicieron el proyecto muy difícil”.

Ahora sigue sin entender que “en México no se vea la importancia que tiene el quehacer académico y científico para el progreso del país. México siempre ha vacilado en cuanto a su inversión a la ciencia. Por un lado, tiene grandes científicos, grandes instituciones, pero no ha dado ese empuje decidido para decir que la ciencia es una prioridad para el país”.

Linaje científico

Arturo Álvarez-Buylla nació en una familia de científicos y pensadores. Su abuelo materno, Wenceslao Roces, fue militante intelectual comunista, jurista, traductor y filósofo que se exilió en México tras la Guerra Civil Española. Su padre, el neurofisiólogo Ramón Álvarez-Buylla, impulsó la creación del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) del IPN. Trabajó en el Instituto Nacional de Cardiología y fundó el Centro de Investigaciones Biomédicas de la Universidad de Colima.

La madre de Arturo, Elena Roces, es investigadora en la Universidad de Colima, mientras que sus tres hermanas menores también se dedican a la ciencia y a la medicina. Pero fue Arturo quien siguió los pasos de su padre y tratar de entender un poco más sobre cómo funciona el cerebro, cómo es que trabajan las neuronas.

En el laboratorio que él dirige en la Universidad de California están enfocados a entender cómo es posible que el cerebro de un adulto pueda generar una nueva neurona, área en la que han tenido varios avances.

Por ejemplo, en su laboratorio se identificó a las neuronas que funcionan como “progenitoras”, es decir, dan lugar a la formación de nuevas neuronas. Además, se explicó el mecanismo que permite a las nuevas neuronas moverse “a través del complicadísimo enjambre que es el cerebro”, explica el mexicano.

“Recientemente -continúa- encontramos la forma de introducir nuevas neuronas en circuitos donde normalmente no hay nuevas células, y ver cómo éstas pueden contribuir a la plasticidad funcional de estos circuitos”. Una de las incógnitas que ahora busca resolver en su laboratorio es cómo se producen los distintos tipos de células nerviosas.

“Hablamos en general de neuronas, como si fueran un solo tipo de célula, pero el cerebro está compuesto de muchos tipos de neuronas; la combinación de ellas hace que el sistema nervioso funcione como funcione”. La ciencia, dice, aún tiene mucho que hacer para entender realmente cómo funciona el cerebro.

“Lo que nosotros hemos hecho -y que ahora es reconocido con el Príncipe de Asturias-, es sólo un paso de los muchos que debemos dar para entender esa maravilla: el cerebro”.

Los otros galardonados

Joseph Altman y Giacomo Rizzolatti también destacan porque sus investigaciones han permitido conocer más sobre las funciones del cerebro.

Joseph Altman, profesor de fisiología en la Universidad de Parma, descubrió la regeneración de neuronas en los años 60, cuando era investigador en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, pero hasta los 90 se demostró la veracidad de su teoría.

El italiano Giacomo Rizzolatti, profesor de fisiología en la Universidad de Parma, descubrió a principios de los 90 las llamadas “neuronas espejo”, un hallazgo que inició una revolución en la comprensión del modo en que se interactúa con los demás.

El premio, dotado con 50 mil euros y una escultura de Miró y una insifnia, se dará en otoño en Oviedo (con información de Ana Anabitarte).



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