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Obra cumbre de Proust, al cómic

Juan Solís| El Universal
Miércoles 22 de noviembre de 2006
El dibujante Heuet Stéphane traslada a la historieta En busca del tiempo perdido, como parte de un proyecto de 17 libros, del que se han editado cuatro; "leer a Proust implica reencontrarse a sí mismo y a los 20 años no había mucho qué descubrir", señala

Dicen que romperse un tobillo es un buen pretexto para leer a Marcel Proust. Esa fue la vía por la que el dibujante Heuet Stéphane se encontró a los 20 años con la magna obra En busca del tiempo perdido, novela que dejó por considerarla aburrida.

Quince años después, producto de una querella literaria con su esposa, la retomó y en un mes y medio la devoró completamente. Comprendió que "leer a Proust implica reencontrarse a sí mismo y a los 20 años no había mucho qué descubrir".

Encontró que toda la novela era muy visual y comenzó a trasladarla al lenguaje de la historieta en un pequeño cuadernillo que aún conserva y que resguarda los bocetos hechos a lápiz.

Ese cuadernillo se transformó en un proyecto de 17 volúmenes del que se han publicado cuatro y que, a largo plazo, espera contener la obra maestra de Proust en modalidad de historieta.

Más de 400 mil ejemplares vendidos, traducciones a idiomas como el chino, el portugués, el ruso y el alemán, lectores jóvenes enamorados de Proust en Sao Paulo, Teherán o refugiados de Ruanda. Tales son los efectos que ha causado Stéphane con su trabajo cuyo objetivo principal es invitar a la gente a leer la obra del gran novelista francés.

"Mi libro es más leído que la obra de Proust", dice sorprendido Stéphane, quien visita México para presentar el primer tomo de su obra traducido al español y editado por Sexto Piso, hoy miércoles a las 20 horas en Casa de Francia (Havre 15, Juárez).

En entrevista, Stepháne cuenta que su relación con el dibujo viene de la infancia. Como la mayoría de los historietistas, fue "de esos alumnos malos que hacen dibujos en las márgenes de las hojas durante las horas de escuela. Nadie sale de la escuela de Bellas Artes. Es un arte de delincuentes."

Stepháne no estudió arte. Como su padre, se alistó en la marina y durante siete años estuvo navegando en un buque de guerra, hasta que se casó. Posteriormente fue director artístico en una agencia de publicidad. En la actualidad sigue navegando en velero.

Además de la filosofía de Proust, Stéphane encontró en la novela muchas referencias artísticas, autores, lugares que ya no existen y hasta platillos franceses cuya receta se ha perdido.

Cuando empezó a leer Combray, primera parte de la obra, no paraba de buscar datos sobre esa época en la gran biblioteca que le heredaron sus abuelos y su madre. Pensó que pocos lectores podrían tener acceso a una biblioteca así y a todos los datos que se desprenden de la obra de Proust. La historieta estaba diseñada para "proustianos, proustituidos o proustífilos".

Dice que su trabajo fue semejante al de los jíbaros en lo que toca a la reducción. Trabajó en sentido inverso a la mayoría de los historietistas: escribía en cuadros lo que iba a dibujar. No todas las partes del libro eran susceptibles de pasarse a dibujo y optó por dejarlas como citas textuales en recuadros con un color distinto y una tipografía parecida a la que se manejaba en la clásica serie Le journal de Tintín.

Cuando consiguió editor, luego de ser rechazado varias veces y de haber conseguido el aval de la bisnieta de Proust, dueña de los derechos morales, al fin pudo publicarse el primer tomo. La expectativa de venta era de 500 ejemplares en un año, pero se vendieron 5 mil en el primer mes, en parte gracias a las críticas en favor y en contra del libro que aparecieron en Le Figaro y Liberation.

"Proust decía que no sirve de nada ir a la Luna para descubrir otros mundos, sino que hay que descubrir el mismo mundo con los ojos de otros -concluye-. Es un escritor impresionista, simplemente genial."



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