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Ximena Escalante, 'en el teatro siempre me siento sola'

Sonia Sierra| El Universal
Martes 25 de julio de 2006
Obsesiva, impaciente y a veces intolerante, pero sin perder nunca el sentido del humor, su obra abarca el ensayo, el cine y el teatro; es este último al que más tiempo ha dedicado, con textos traducidos a otros idiomas

Los objetos que rodean a Ximena Escalante trazan la ruta que esta joven dramaturga (DF, 1964) ha seguido: algunos hablan de mitología, otros son pequeños diccionarios teatrales con sinopsis de obras. Hay también dulces de Irlanda, una bola de cristal de Querétaro, pastillas de caramelo de Barcelona, algo de Alemania, "juguetitos" que trae de cada viaje a sus hijos (de nueve y 18 años).

Es una colección repartida en todos lados de la casa: la fotografía del dramaturgo sueco August Strindberg en el centro de lavado o la de un viejo teatro de Estocolmo, en el refrigerador. Y en las paredes, no lejos de los carteles de sus obras llevadas a escena, una cerámica argentina reza: "El amor es un huésped, tratemos que nunca se vaya".

Son las 10 de la mañana y bajo la ventana del departamento de Escalante, un mariachi canta canciones ante una pequeña tienda en un inusual festejo tempranero. La música sale a relucir cuando Escalante acepta participar en el ejercicio de caracterizar un personaje ajeno a la ficción: ella misma.

"¿Cómo soy? Me obsesiono con las ideas, con los temas, con las personas; una vez que he entrado en una obsesión voy hasta donde tengo que llegar. Soy muy intensa también, he corrido muchos riesgos y no me importa. Me parece muy importante el sentido del humor en mí y en los demás. Me gusta mucho la comida: no me gusta la gente que no sabe comer. Soy muy sensual, me gusta mucho el placer, comparto eso con mis amigos y mis hijos. Soy bastante impaciente e intolerante, me gusta mucho el mariachi...

"Intento la vida espiritual, llevo muchos años en el sufismo, me gustan los viajes porque me han permitido conocer lugares, personas, teatros, libros, amantes, un mundo muy rico. Tengo un carácter difícil, al mismo tiempo necesito mucho amor y mucha dulzura. Hago shaolin y tengo tendencia a la melancolía.

"Hay en mí una lucha muy fuerte entre mis necesidades de aislarme y de estar en el mundo. Vivo grandes horas metida en la ficción, he sido muy dispersa desde mi infancia y adolescencia, desde niña era así, tenía tendencia a la fuga, mis hermanos decían -lo dicen- que era autista. Me cuesta mucho la realidad, lo práctico de la vida, papeles, resolver cosas.

-¿Qué representa una sala de teatro para ti?

-Por lo general la sala de teatro es muy fría, tiene una sensación de soledad muy fuerte. En un teatro siempre me siento sola. Ya sea en el escenario o viendo la obra, incluso viendo otras, no necesariamente las mías, hay esa sensación. Tal vez porque para mí el teatro, la arquitectura teatral, es un detonador de introspecciones, no lo he podido evitar. Independientemente de que siempre estoy rodeada de los actores, el público, el director y el escenógrafo, la sensación de soledad en un teatro es muy fuerte.

-¿Cuando una obra tuya llega a escena qué sensación vives?

-Cada día es distinto. No hay una función igual. No voy a todas las funciones, pero procuro ir a una durante la semana. De esa manera puedo tener un reporte vivo sobre cómo va sintiendo el público la obra, cómo los actores hacen crecer el texto.

Los estrenos son espantosos, antes de un estreno me pasan por la cabeza todo tipo de pensamientos: religiosos, místicos, suicidas, violentos, histéricos. Yo estoy pendiente de todo: quién aplaude, quién tose, quién se suena, si al actor se le arrugó el vestido. Es angustiante, muchas veces preferiría no estar ahí, pero no lo podría soportar, no podría privarme de eso.

Toda obra y cada función es una experiencia diferente, nunca se repite. Colette, por ejemplo, fue una obra con muchísimo éxito desde el primer día. En cambio, La piel era siempre diferente: había días en que el público se desbocaba, en otras se salía, a veces se reía como si fuera una obra de cabaret.

No hay una experiencia única en el teatro, tal vez eso es lo más interesante, que siempre es diferente.

-¿Por qué involucrarse tanto en la obra, más allá de la escritura?

-Me gusta sentir el proceso de vida que tiene la obra, porque en el escritorio la obra es mental, es una ficción que ocurre en la mente de quien la escribe; pero en el teatro cobra vida, una vida sentimental a través de los actores. Con el director y el escenógrafo se da una cadena, un río de sentimientos.

Mis procesos creativos más fuertes han sido durante los ensayos de una obra, la mayoría de las obras las escribo viendo ensayar, aprendiendo de los errores.

-¿Cómo saltas de un género a otro?

-Fundamentalmente lo que me interesa en la vida es la ficción, y la ficción en la literatura: escribir teatro, cine y ensayo, con temas de ficción. Llevo ya unos años en los que estoy trabajando un guión de cine y una obra de teatro más o menos al mismo tiempo. El cine es muy distinto del teatro, pero finalmente parten de la misma semilla: la ficción dramática, el conflicto, el deseo. Y doy clases, de manera que estoy metida en la ficción todo el día: voy pensando en mi guión, en el que estoy asesorando o en la obra que estoy haciendo. Todo el tiempo estoy en el plano de la ficción.

-¿Crees que el teatro es un ciclo que registra las pasiones humanas?

-En la medida que lo he ido estudiando, leyendo y haciendo siento que el tema fundamental del teatro es el dolor, más allá de la ficción. Las pasiones son una consecuencia, una forma de manifestar el dolor, de actuar y reaccionar ante el dolor. El epicentro, la almendra, el origen de la ficción es el dolor.

-¿Por qué el dolor y por qué no el amor, el deseo, la ambición?

-El amor, la ambición, el deseo, son búsquedas del personaje, del hombre, para llenar el dolor. Definitivamente el dolor es la matriz, el origen de la vida. Es lo que permite que el personaje -para no hablar de los seres humanos- necesite luchar por algo, necesite cambiar. Los personajes necesitan amar, no aman, porque cuando aman ya no son personajes dramáti cos; necesitan ambicionar para salir de una circunstancia en la que están viviendo. Las historias parten del dolor del personaje, no son una trama, una cadena de acontecimientos. A través del dolor el personaje va arrastrando un destino y se va construyendo.

-¿Cómo llegaste a esa conclusión?

-Con años de trabajo. Al terminar una obra me doy cuenta de que la siguiente no puede ser la misma, sobre todo porque lo importante es cómo es recibida por el espectador.

Terminando una obra y empezando otra hay un vacío, una pregunta ¿y ahora cómo hago esto? Y al momento de construir los personajes y sus destinos, empecé a buscar y a buscar, y así fui encontrando este camino. Me han ayudado mucho las clases; debo ser honesta, yo utilizo el taller como laboratorio, experimento y pruebo con los alumnos todo.

-¿Qué otros terrenos te interesan al escribir?

-El dolor ha sido el alma de todas las obras. Un sufrimiento que me atrae mucho es el amor, sus matices, desde la amistad hasta el odio. También me interesan la familia, la sexualidad, las relaciones eróticas y la relación con lo divino.

De las relaciones humanas hay una escuela determinante para Ximena Escalante: la infancia. Entonces, dos lugares-momentos la marcaron. Primero, estudiar en una escuela activa, donde convivió con los hijos de Alejandro Jodorowsky, en cuya casa pasaban las tardes viendo películas, algunas de terror y sacadas de grandes latas.

El segundo, fue crecer en los edificios Condesa, donde había varias pandillas de niños de distintas edades, adolescentes, artistas, intelectuales, viejos abandonados. Eran unas combinaciones humanas muy interesantes, todo prohibido, todo escondido, pude ser testigo de todo eso.

-¿Tú crees en un concepto de teatro nacional?

-No, para nada. En primer lugar no existe una nación, existen naciones. Es mucho más importante la diversidad, la heterogeneidad, las voces propias y el apoyo a esas voces propias. No tenemos una identidad teatral, hay una calidad en el teatro mexicano, un estándar, artistas aislados, separados, brillantes; pero teatro nacional, no lo veo.

-¿Cómo te sitúas frente a otros dramaturgos, te sientes parte de una generación?

-Me siento totalmente desarraigada y no sólo yo, creo que otros también. Cada uno tiene un proyecto artístico muy diverso, con ambiciones dramatúrgicas muy diferentes.



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