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Un músico con espíritu irreverente

Juan Solís| El Universal
Domingo 04 de junio de 2006
La dualidad clásico-popular caracteriza la obra de este autor, como se advierte en La Mengambrea, basada en los tacos de suadero, o Ínguesu, poema sinfónico dedicado a la Selección Mexicana de futbol

Una clave de Sol pende de su cuello. Es el signo alrededor del cual Enrico Chapela ha desarrollado su vida. No importa si es metal o reggae, guapachosa o clásica, de lo que se trata es de hacer música.

Un día tuvo que decidirse por la composición y optó por escribir para orquesta sinfónica y para ensambles. Lo popular quedó como un aderezo que le da sabor a sus nada solemnes creaciones. Ahí está su obra La Mengambrea, basada en los tacos de suadero, o bien Lo nato es neto, inspirada en su carta astral.

Y qué decir de Ínguesu, poema sinfónico basado en el único momento de gloria de la Selección Nacional de futbol de México, aquel partido en que vencieron a Brasil y obtuvieron la Copa Confederaciones.

A sus 32 años, el acuariano es una avis rara en el panorama musical contemporáneo mexicano: lo que compone se estrena, se graba y se vuelve a tocar.

Su más reciente obra es S.O.S., estrenada por el Ensamble Ónix en la más reciente edición del Foro de Música Nueva Manuel Enríquez, y basada en el vocablo que en clave Morse significa auxilio.

En la actualidad da clases en el Centro de Investigación y Estudios de la Música (CIEM), trabaja en la creación de una obra inspirada en el poema El Cuervo, de Edgar Allan Poe, y en sus ratos libres ofrece alguna entrevista rodeado por las miradas de piedra de las esculturas en el Parque Hundido.

La dualidad clásico-popular latente en su obra "viene desde niño. A mi papá le gusta la clásica y me llevaba a los conciertos de la OFUNAM. Mi primer acetato, después de los de Cri-Cri, fue uno de la Novena Sinfonía de Beethoven, en una versión chafísima".

En la secundaria cayó una guitarra en sus manos y comenzó a tocar rolas de Silvio Rodríguez. Más tarde hizo una banda de metal (Profecía), género que, a su parecer, no está tan divorciado de Stravinsky o Bartok, incluso Silvestre Revueltas.

Le hizo arreglos a la Danzonera Acerina. Tocó con Los Yerberos e hizo adaptaciones de piezas de Leo Brower como introducciones de las piezas de metal, hasta que decidió que lo suyo era componer para orquestas sinfónicas o de cámara.

-¿De niño querías ser músico?

-Yo estuve en Pumitas, en el equipo de atletismo. Quería ser atleta, pero no tuve éxito. Recuerdo que mi mamá un día me preguntó qué instrumento me gustaría tocar y le respondí que la guitarra eléctrica. Muchos papás, incluidos los míos, en su ignorancia musical, creen que primero hay que estudiar guitarra acústica. Dije que no quería nada. Más tarde me metí al taller de guitarra de la prepa y me enamoré de las dos guitarras.

-¿Estaban contentos tus padres con tus estudios musicales?

-Sí, ellos son científicos. La ciencia y el arte tienen mucho en común, ambas carecen de la aprobación de la sociedad. La gente quiere que sus hijos sean abogados o arquitectos, no músicos, pero mi papá es físico y mi mamá química, así es que lo aprobaron. Cuando tuve una guitarra en mis manos sentí por primera vez en mi vida que algo se me daba fácilmente.

-¿Cuándo das el paso de la interpretación a la composición?

-Desde que empecé a estudiar en el taller de guitarra de la prepa hice un intento de composición para mi noviecita de aquel entonces. En todas las bandas en que incursioné yo componía. Ya cuando iba a estudiar en el CIEM tenía muy claro que lo que quería era la composición. Presenté un examen avanzado de guitarra, me licencié en el instrumento, cuando acabé lo guardé y me dediqué a componer. No podía ser mejor guitarrista que compositor. Ahora toco los fines de semana por puro gusto y para mi chica.

-Rilke recomendaba a los jóvenes no abarcar grandes temas, sino comenzar con cosas sencillas. Tú pareces haberle hecho caso...

-En mis primeras obras yo quería decirle la neta al mundo. Las letras de mi banda de metal eran muy pretenciosas. Mi primer cuarteto de cuerdas y mi primera pieza para orquesta de cámara tenían esta intención. Pero me di cuenta que cada quien tiene su neta. Me aburrí de mí mismo y de mi necedad trasnochada. Descubrí que los temas más irreverentes o hasta nacos, como dedicarle una pieza a un partido de la Selección, eran mejores.



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