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Fundamentalismo contra lectores

Alberto Ruy Sánchez*| El Universal
Jueves 01 de junio de 2006
El veto a la ley del libro no es un hecho aislado, es parte de una tendencia en la actual administración, comenta el escritor Alberto Ruy Sánchez

La gravedad del acto de barbarie que acaba de cometer Vicente Fox contra el libro y los lectores de México no ha sido todavía bien valorado. Me temo que incluso él mismo y sus colaboradores más cercanos no se dan completamente cuenta de ello. Al decir esto estoy suponiendo que él ha actuado de buena voluntad. Que de verdad cree las mentiras y las trampas en que lo han enredado los fundamentalistas que lleva encajados en algunas de sus secretarías contables y de comercio elevadas a comites de vigilancia del dogma económico que defiende el deber de buscar activamente aplastar los valores y las actividades culturales de México.

Suponiendo la inocencia o inconsciencia del Presidente, este nuevo dislate sí es de proporciones mayores. Todos los errores que ha cometido antes en el campo cultural se volverán actuales, y todos sus aciertos, algunos de ellos grandes como en el terreno de bibliotecas, se verán opacados para recordarlo solamente como el Presidente que le abrió la puerta a la barbarie del siglo XXI: al fundamentalismo anticultural.

Cuando en un acto público el jueves 7 de septiembre, tuve que reprocharle que menos de una semana antes hubiera vetado la Ley de Fomento al Libro y la Lectura cuya aplicación ciertamente hubiera sido benéfica sobre todo para los lectores, democratizando y diversificando el acceso a los libros en todos los territorios de la República, el Presidente me respondió, con asombrosa inconsciencia, que había vetado la ley para favorecer al lector y no solamente a los impresores. Una respuesta absurda pero cuya gravedad no está solamente en lo equivocada que es sino en mostrar al Presidente como repetidor automático, irreflexivo, del dogma de los fundamentalistas parasitarios de su buena voluntad y presupuesto. Estos sí patrocinados por el gobierno. Es decir, por nuestros impuestos.

Cuando hablo de fundamentalismo no trato de insultar a estos economistas mexicanos, parásitos del Estado, que rigen cada vez más nuestra vida cultural desde las finanzas y el comercio del país, sino de describirlos llanamente en la tendencia que hace muchos años ya señalara ese brillante historiador de las religiones vuelto sociólogo, Max Weber, en su libro clave sobre La ética protestante y el espíritu del capitalismo. No se trata simplemente de "neoliberales" o de "Chicago Boys" o cualquier otro término más reciente, sino de la tendencia hipertradicionalista del más puro protestantismo de secta convertido en visión del mundo, que lleva a pensarlo y desearlo todo por modelos repetidos, a "eficientarlo" eliminando estorbosas sutilezas y diferencias, subordinarlo a la ganancia del dinero, y despreciar cualquier otro factor que le dé sentido a la vida de las comunidades del mundo donde se ejerce.

Este fundamentalismo en México es el mismo que hace seis años propuso desde Hacienda una oleada de impuestos que de haber sido aprobados por las cámaras nos hubiera obligado a casi todas las editoriales mexicanas medianas y pequeñas a cerrar en tres meses. Y el mercado del libro se hubiera reducido aún más.

El argumento contundente de un subsecretario de entonces era: "Un libro es un zapato. Un libro no debe tener ningún trato fiscal diferente al de un zapato." La barbarie entonces tomaba la forma de una sentencia: "Si una editorial de poesía no puede competir con una editorial dedicada exclusivamente a best-sellers merece desaparecer".

Era inútil argumentar que ambas pueden existir sanas y autosuficientes si el gobierno no mete la mano y no destruye a las librerías ni convierte en campo minado a la actividad exigiéndole a la poesía las mismas ganancias y el mismo funcionamiento que los libros de autoayuda.

Era inútil explicarle que es importante que existan algunas editoriales mexicanas preocupadas principalmente por lo mexicano y dispuestas a vivir con márgenes de ganancia muy pequeños. El funcionario me respondió entonces que "desde el punto de vista macroeconómico no es importante que desaparezcan todas las editoriales mexicanas". Fue inútil explicarle que hace poco más de 20 años el mercado del libro en español era distinto y que España se dio cuenta de lo grande e importante que puede ser económicamente el mercado del libro y que el gobierno estableció entonces que el libro era una de sus prioridades de desarrollo en varios sentidos.

* Narrador y editor



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