Martes 12 de diciembre de 2000
Conozco plomeros, ingenieros, tapiceros, médicos, abogados, talabarteros, escultores, políticos, cantantes, futbolistas, modelos, rateros, jardineros, barrenderos, científicos, sabios, poetas, periodistas, boxeadores, argumentistas, toreros, hojalateros, tintoreros, repartidores, secretarias, corredores, albañiles, escritores?Conozco a todos ellos y con todos ellos, directa o indirectamente, he topado en la vida. No me he encontrado jamás, sin embargo, con alguien que me diga: ?Yo me dedico a contar calorías. Entro a las nueve y salgo a las seis. El día que quiera lléveme su pastel, con mucho gusto se lo cuento...?.
¿Conoce usted a alguien que tenga tal ocupación? ¿Tuvo usted en la escuela algún compañerito que le dijera ?mi papi le gana contando calorías al tuyo?? ¿Verdad que no?
He estado en una cantidad razonable de museos, desde el de cera que estaba en la calle de Argentina, en una de cuyas salas una ?mujer mala?, decepcionada, destruida, se ponía hasta las chanclas 24 horas diarias, hasta el Louvre, donde una horda de japoneses acaparan siempre a La Gioconda, y desde luego en el museo de Perico Chicote, en Madrid, un museo de bebidas proyectado a la fama por el agasajo postinero de Agustín Lara.
He visto, en fin, muchas cosas, algunas muy extrañas, el braguero para las hernias y el nuevo automóvil Atos, pero nunca he visto un aparato para contar calorías.
¿Cómo será?
¿Cómo un velocímetro? ¿Cómo un batiscafo?
¿Se colocará sobre un trozo de chicharrón y empezará a zumbar como una bomba de tiempo? ¿Se meterá en el centro de un taco de buche, entre la salsa verde y la cebolla finamente picada? ¿Habrá un aparato para la maciza y otro para los cueritos?
En mi opinión todo es un cuentazo. No hay tal calorímetro. Es como el coco que se ha inventado para que los niños se porten bien. Es una mentira infame y detestable. Y tan creo firmemente en esto que el fin de semana anterior me fui a rifármela a Mazatlán.
(En este punto, el lector que me lee en el periódico que se reparte gratuitamente en el Metro tocará levemente a su compañero con el codo, y le dirá: ?Se fue a Mazatlán?. Luego podrá seguir leyendo. Le ruego que al final del viaje deje el diario sobre el asiento para que lo lea otra persona. Gracias).
En mi opinión a Mazatlán sólo le falta la serpiente para ser considerado el paraíso terrenal. Ciudad con tradición, tiene una zona histórica que es un encanto, una costera que mide más de 30 kilómetros, un mar que no es el de Cancún pero tampoco el de Tampico y, sobre todo, la comida de mariscos más imaginativa y sabrosa que yo conozco.
Quince minutos después de bajar del avión ya estaba con El Cuchupetas, en Villa Unión, camino a Mazatlán, comiéndome un aguachile ?camarones cocidos en limón con pimienta y rajitas de cuaresmeño? de verdad celestial.
Más tarde haría una parada no oficial con El Chino, allá por las Olas Altas, para comer un poco de pulpo, pero tendría que volver día siguiente para comerme el mejor coctel de mi vida: ostión, camarón, almeja, pulpo y el increíble callo de hacha --de hacha, no de almeja--, todo ello en una enorme copa nadando en el caldillo tibio, misterioso, casi pecaminoso que prepara El Chino.
Por la noche, visita a las carnes con K en su jugo que están al lado del Hotel Arenas: carne de bola en una especie de baño María servida con cilantro, cebolla, frijoles de la olla, trocitos de tocino y salsa de chile pasilla. ¡De película! Domingo por la mañana, almuerzo en un lugar obligado, el pequeño restaurante del hotel Azteca: chomomo, una especie de carne seca; taquitos de chorizo, de machaca o de un chicharrón muy diferente al que comemos en el DF, y, por encima de todo, el guisado de marlín, un pescado fino y abundante que en las costas del norte es muy popular. ¡De maravas! El mediodía me sorprendió, con mis cuates, en el restaurante Rioja, donde comí un grandioso trozo de robalo guisado en salsa de almejas picadas con paciencia de chino y aderezadas con un chorrín de vino blanco y un poco de azafrán legítimo. De ahí me di una pasadita al restaurante de los Ángulo ?Los Arcos o Los Ángulo prácticamente son lo mismo? donde devoré ostión natural de estero, callos de pescado en salsa de soya, unos camarones gigantes para pelar, pescado a la talla y unas dobladitas de pulpo y de marlín para que valiera la pena el viaje. De regreso, por no dejar y ya bajo la presión del reloj, en plena emergencia y víctima del pánico, tuve, sin embargo, el arrojo suficiente para realizar una nueva visita a El Cuchupetas a fin de gozar unos camaroncitos enchilados y otro pescadito a la talla muy semejante al que creó Beto Godoy en Barra Vieja, Acapulco, hace muchos años.
Corrí después al aeropuerto y apenas alcancé a trepar al avión que tenía ya las turbinas funcionando. ?¿Desea cenar??, me preguntó la azafata. ?No, gracias?, le dije, y agregué: ?¿Usted cree en las calorías??.


