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Atando cabos | Denise Maerker

Elba Esther o la ilusión del atajo

Realizó sus estudios profesionales en Ciencias Económicas y Sociales en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, la Maestría en Cienci ...

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Miércoles 13 de julio de 2011

¿A quién no le gustaría cambiar al país y dejar una huella indeleble en la historia sin tener que pasar por el engorroso trámite de convencer a los demás de la pertinencia de sus ideas, sin militancias agotadoras y campañas extenuantes? Imaginemos que bastara con seducir a una sola persona para que se hiciera realidad nuestra visión de lo que el país necesita. ¡Qué tentador! Imaginemos que la ambición de una vida —ser presidente o ser gobernador o manejar una secretaría de Estado— esté finalmente al alcance de la mano gracias a que una sola persona está convencida de que somos los indicados y los más capaces.

Así ha tentado y seducido Elba Esther, durante décadas, a hombres y mujeres reconocidos por su inteligencia o simplemente movidos por la ambición. Elba es el atajo. ¿Quieres ser gobernador, pero no tienes el apoyo de tu partido? Elba te apoya porque piensa que eres el mejor y te va a hacer gobernador. ¿Quieres transformar la educación del país, a eso le has dedicado la mayor parte de tu vida y eres un especialista prestigiado? Elba, para tu sorpresa, se muestra convencida de que tienes toda la razón y te propone hacerlo juntos. Y lo piensas: la lucha para hacerlo desde afuera es agotadora e incierta, tú sabes lo que hay que hacer, Elba te escucha y con su poder y desde la cúpula sindical todo sería más fácil. ¡Ya agarraste el atajo!

Muchos lo han hecho: Olac Fuentes, Alfonso Zárate, Gabriel Díaz, Miguel Ángel Yunes, Roberto Campa, Tomás Ruiz, Emilio Zebadúa. La lista es larga y se puede consultar en el libro de Ricardo Raphael Los socios de Elba Esther.

Como nunca antes, Jorge G. Castañeda narra el mecanismo de la seducción, del atajo y de su inutilidad en un reciente articulo sobre su relación con Elba Esther: “Amiga, sindicalista, aliada y adversaria”. Castañeda también se fue con la ilusión del atajo: sin ser miembro de un partido, sin haber sido diputado o cercano colaborador ni de Fox ni de Calderón, buscó en los últimos dos sexenios ser secretario de Educación. ¿Cuál era su carta? Su amistad y cercanía con Elba Esther. ¿Y por qué secretario de Educación? Porque Castañeda ve a Elba como “el único punto de apoyo de la palanca en el que un Arquímedes educativo podría apoyarse para transformar la espantosa mediocridad de la educación en México”. ¡Y Castañeda soñaba con ser ese Arquímedes educativo! También quiso ser candidato independiente en la presidencial del 2006, no cargar con los vicios de los partidos, pero perdió la batalla en tribunales y en lugar de seguir luchando para que se modificara la ley se prefirió candidato por el Panal. Castañeda no ha sido ni secretario de Educación ni candidato a la presidencia porque el atajo nunca funcionó y Elba Esther siempre optó por lo que mejor convenía a sus intereses. Le falló a él y a Miguel Ángel Yunes, que ha soñado toda su vida con ser gobernador de Veracruz, y a muchos otros. A Fox no le consiguió su tan ansiada reforma fiscal y según los datos y análisis más confiables a Calderón tampoco le dio los votos que lo hicieron presidente y por los que tan caro ha pagado. (ver Javier Aparicio, La directiva Elba y el 2006.)

Claro que Elba Esther ha repartido premios menores: si Martha Sahagún quería una guía para padres sin pasar por los filtros de la Secretaría de Educación, Elba Esther se encargaba de que llegaran directamente a manos de los maestros; si el sueño es ocupar un cargo público, se puede lograr; ¿un buen negocio?, no debe ser difícil; ¿una diputación local o federal?, sin problema. Pero lo grande, lo trascendente y lo que importa es simplemente imposible. Y es que Elba Esther no puede ser el atajo para que el sindicato se democratice ni para que los maestros ganen según su capacidad y se les premie según su desempeño porque el cimiento de su poder yace en que no sea así y la condición de su supervivencia es que nunca llegue a ser de otra manera.

Pero la ambición suele ser tan persuasiva y la ilusión de trascender tan tentadora que 30 años de ejemplos de carreras y reputaciones destrozadas quizá no sean suficientes para acabar con la seducción del atajo.



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