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Tintero económico | Alejandro Villagómez

FMI: ¿reescribir la macroeconomía?

Doctor en Economía por la Universidad de Washington. Especialista en macroeconomía, política monetaria y fiscal, ahorro y pensiones. Profeso ...

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Históricamente, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha sido reconocido como una institución cuyas posiciones teóricas y prescripciones de política se han ubicado en la ortodoxia

Miércoles 09 de marzo de 2011

No extraña que a este organismo se le considere comúnmente como el villano de la historia cuando algún país recurre a su ayuda como último recurso frente a una profunda crisis. La famosa “condicionalidad” no ha sido más que un listado de acciones de política de corte ortodoxo que debe cumplir un país si quiere recibir el apoyo y los recursos para salir del hoyo. Sobre el papel del FMI se ha escrito mucho, pero no es el objetivo de mi nota.

Lo que quiero comentar es que, probablemente para sorpresa de muchos, esta actitud del FMI ha mostrado cambios importantes e interesantes desde el inicio de la crisis global en 2008. Probablemente lo que comentaré más adelante aún no se refleje en sus intervenciones concretas “de rescate”, como la reciente en Grecia. Pero sí existe en su staff “pensante” una actitud distinta que vale la pena reconocer.

En realidad no debiera ser tan sorpresivo si consideramos que seguramente detrás de este hecho se encuentra su economista en jefe, Oliver Blanchard. Este economista, de origen francés, es un reconocido profesor del MIT con una extensa producción académica que ha sido muy influyente en las discusiones académicas por décadas. Sin embargo, también sabemos que a este macroeconomista se le ha ubicado en la escuela “Nueva Keynesiana” o en el grupo de los economistas de “agua salada”, en referencia a universidades ubicadas en las costas de Estados Unidos, en contraposición a los economistas de “agua dulce”, en universidades cercanas a lagos importantes como la de Chicago o Minnesota, y que son reconocidas por sus posiciones más ortodoxas.

Hay que recordar que en 2008, el FMI fue el organismo internacional que tomó una posición de liderazgo en la promoción de un debate mucho más abierto sobre la interpretación de la crisis que se estaba viviendo y las acciones de política a seguir. Su agenda de investigación se reflejó en diversos estudios y publicaciones que hacían referencia a la necesidad de recuperar el papel estabilizador de la política fiscal como una medida contra cíclica ante una fuerte contracción de la demanda y ante una situación caracterizada por tasas de interés cercanas a cero, restándole potencia a la política monetaria. Entraron de lleno al debate sobre la relevancia de los multiplicadores derivados de aumentos en el gasto público o de la reducción de impuestos. E incluso, sugirieron que los países deberían adoptar paquetes fiscales contra cíclicos de al menos 2% de su PIB, siempre que las condiciones particulares de sus finanzas públicas lo permitieran. Estas posiciones difícilmente pueden considerarse como ortodoxas.

Esta semana, Blanchard, junto con otros reconocidos economistas, han convocado a un foro para discutir y reexaminar los principios fundamentales que han guiado a la macroeconomía en las últimas décadas. Esto como una consecuencia de la experiencia derivada de la reciente crisis. Esto tampoco es ortodoxo y envía una clara señal de apertura al debate y el reconocimiento de las limitaciones que enfrenta la macroeconomía en su estado actual.

Entre algunos de los principios que estos economistas sugieren y que están a discusión, podría destacar los siguientes: a) considerar que el papel esencial de la política monetaria es la estabilidad de precios y esto se alcanza con una regla bien definida y creíble, b) no incluir el factor financiero en el tema anterior, c) favorecer la flotación de la moneda y evitar cualquier tipo de control a los flujos de capital y d) el papel de la política fiscal en el corto plazo es poco relevante y el énfasis debe ser en la sustentabilidad.

Sin embargo, según ellos, la experiencia reciente con la crisis debiera obligarnos a reexaminar estos principios. No necesariamente sugieren que son incorrectos. Simplemente plantean abrir la discusión a una revaloración de su papel y de la posibilidad de enriquecerlos para que al menos, en términos de política pública, sean más útiles.

Por ejemplo, Blanchard señala que alcanzar estabilidad de precios no es suficiente para evitar que se produzcan desbalances en la composición del producto o en las finanzas de los hogares o las empresas. También se cuestiona si los niveles objetivo de inflación que se han utilizado son los adecuados y si no sería útil incluir instrumentos de política no ortodoxos como el manejo del crédito en el menú estándar de la autoridad monetaria. De igual forma, plantean discutir el papel asignado a la política fiscal, al tratamiento de los flujos de capital y la pertinencia del uso de controles o la estructura y papel actual del sistema monetario internacional. Todos son temas relevantes, pero también son temas que levantan fuertes polémicas. Son principios que parecían haber fundamentado el periodo de estabilidad y crecimiento previo a la crisis y conocido como la Gran Moderación. Independientemente de los resultados de este encuentro, esta discusión será muy larga y compleja. Lo que creo que es justo reconocer es que sea el FMI, desde su trinchera de staff pensante, el que estimule y promueva este debate. Me parece un buen ejemplo para muchas autoridades nacionales. Esa es la mejor forma para hacer avanzar una ciencia y nuestro conocimiento de política.

 



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